De Afganistán a España
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De Afganistán a España
Jueves, 31 de Octubre 2024, 13:08h
Tiempo de lectura: 8 min
Los talibanes me iban a matar. Me amenazaban por teléfono con poner una bomba en mi restaurante de Kabul porque iban a comer mujeres sin hiyab. Un día vinieron a por mí. Pero me avisó mi hermano de que unos extraños rondaban el restaurante y no fui. Tampoco pasé por mi oficina. Y esa noche no dormí en mi casa. Hice bien: también fueron allí. Los servicios de seguridad de Afganistán me dijeron que eran hombres muy peligrosos. Me habrían matado. Seguro». Sohail Noori, economista y empresario afgano de 38 años, sabía que tenía que abandonar Afganistán cuanto antes. Era agosto de 2021, los talibanes avanzaban hacia Kabul, y él había trabajado para la Agencia Española de Cooperación Internacional (Aecid) y colaboraba con el Gobierno afgano tutelado por la coalición internacional que había expulsado a los talibanes del poder en 2001.
Eran días de vértigo. Estados Unidos estaba de retirada: desde abril, sus tropas abandonaban el país. El acuerdo de Doha, entre los talibanes y Estados Unidos, establecía que habría un Gobierno de transición. Pero no hubo transición. Hubo caos y terror.
A principios de agosto, los pueblos y ciudades de Afganistán caían uno tras otro en manos de los talibanes. El día 10, cuando los barbudos armados estaban a las puertas de Kabul, Sohail se subió a un avión rumbo a Uzbekistán. Se salvó por muy poco: solo cinco días después los talibanes tomaron la capital. La despedida de Jeena, su mujer, y de sus cuatros hijos –tres niñas y un niño de entre 3 y 11 años– fue desgarradora: no sabían cuándo volverían a reunirse. Comenzó entonces una larga y angustiosa epopeya para Sohail y su familia que se ha prolongado durante tres años regados de lágrimas, sobornos, escondites, noches a la intemperie, huidas en fronteras atestadas... y tribunales. Porque en su angustiosa odisea ha intervenido incluso el Tribunal Supremo de España. La historia de la familia Noori, como dice Sohail, «es una película».
Su odisea comienza con un soplo de esperanza: 12 días después de la marcha de Sohail, España extiende un salvoconducto que proclama que los Noori «están bajo la protección del Gobierno español» para salir en un vuelo desde el aeropuerto internacional de Kabul entre el 22 y el 24 de agosto. La protección abarca a los 18 miembros de la familia que figuran en el documento: Sohail, su mujer, sus cuatro hijos, sus padres, sus hermanos y sus sobrinos. Todos están en peligro: para los talibanes son traidores, están condenados.
Con ese documento crucial, la familia fue al aeropuerto con la angustia de huir y salvar su vida. Pero no iba a ser fácil. Allí se encontraron con una masa implorante y desesperada de compatriotas que intentaban escapar. En el aeropuerto, convertido en la última esperanza, se agolpan cientos de miles de afganos. Se empujan, lloran, suplican, alzan a sus bebés en volandas, se los entregan a los soldados de Estados Unidos que custodian el aeropuerto; se asfixian aplastados contra muros y alambradas; los que logran acceder a la pista se cuelan en los trenes de aterrizaje de los aviones, se aferran al fuselaje. Es una estampida humana empujada por el pánico.
La familia de Sohail está allí 'blandiendo' su salvoconducto español durante cuatro días interminables. Cuatro días esperando en el aeropuerto «en un canal sucio y maloliente. Hambrientos y sedientos», cuenta Sohail. Desde Uzbekistán, él habla con ellos por el móvil y llama a sus compañeros españoles de la Aecid para que los ayuden. No puede dormir ni comer ni casi respirar mientras escucha a su mujer contándole que es imposible llegar a los aviones.
En aquel caos, Salma, de 5 años, empezó con vómitos, diarrea y dolores; Jeena, su madre, decidió llevarla al hospital, sin atender los gritos de Sohail, que se desgañitaba desde el móvil pidiendo que de ninguna manera abandonaran el aeropuerto. Era su puerta de salida. La única. «Dios nos ayudó», dice ahora Sohail. Porque el 26 de agosto, tres horas después de que los Noori se fueran al hospital, hubo dos graves atentados con bombas en el aeropuerto que provocaron 183 muertos y 150 heridos.
Los Noori se salvaron, pero no lograron subir a los aviones que sí sacaron de Kabul a 1900 afganos que también habían colaborado con organismos españoles. La familia tuvo que esconderse: sabían que los talibanes ya habían visitado su piso de Kabul en su busca. Conservaban el salvoconducto en el que España prometía protegerlos, pero, frustrada la evasión por el aeropuerto, ahora se tenían que apoyar en el artículo 38 de la ley de asilo, que permite solicitar visado para viajar a España desde otro país si se acredita situación de peligro en tu país. Sohail lo obtuvo, se lo proporcionó la Embajada española en Moscú porque en Uzbekistán no hay legación española. Pero era solo para él. Como el visado daba unos meses de margen, antes de poner rumbo a España, Sohail viajó a Pakistán para intentar encontrarse allí con su familia.
Pero para la familia Noori no era fácil salir de Afganistán; la mayoría no tenía pasaporte. Sohail, su mujer, sus hijos y su padre sí lo tenían porque habían hecho antes viajes al extranjero. «Pero muchos afganos carecían de pasaporte», explica Sohail. A finales de 2021 –tras varias noches de espera en una frontera caótica (eran miles intentando escapar) y abundantes sobornos–, su mujer, sus hijos y su padre cruzan la frontera pakistaní. Se pudieron abrazar 7 de los 18 miembros de la familia Noori. La Embajada de España en Pakistán les concedió el visado para viajar a España. Lo hicieron Sohail, su mujer y sus cuatro hijos. Aterrizaron en Madrid el 10 de enero de 2022. Mohamed, el padre de Sohail, decidió quedarse en Pakistán a esperar a su mujer, sus otros hijos y nietos que seguían atrapados en Afganistán. Como dice Sohail, su odisea es una película.
Faltaban once por salir de Afganistán. De nuevo con sobornos y tesón otros siete familiares de Sohail consiguen pasaportes: su madre, su madrastra, su hermana y varios sobrinos. En Afganistán aún quedan cuatro (dos de sus hermanos y sus mujeres). Pero hay esperanza para los que ya están en Pakistán. Y de repente, un bofetón: la Embajada española denegó sus visados, adujo que esas personas podían regresar a su país, ya que no corrían peligro en Afganistán. El mazazo fue terrible. Sohail se ahogaba de angustia. «Día y noche escribía cartas y lloraba», cuenta. Entonces llegó otro soplo de esperanza. Sohail conoció a Cristina Manzanedo, abogada experta en migraciones y miembro del consejo asesor de la Asociación de Mujeres Afganas en España, y ella pasó su caso a la Fundación Profesor Uría, que puso a sus letrados a trabajar.
«La batalla jurídica ha sido heroica», explica Cristina Manzanedo. Han vivido duros reveses: ha habido que pelear y presentar recursos. Hasta que llegó el broche feliz a esta epopeya cuando el 6 de febrero de 2024 el Tribunal Supremo sentencia que «estas personas necesitan y tienen derecho a ser trasladadas con urgencia a nuestro país» y que «están bajo la protección del Gobierno de España». Esa sentencia corrobora el compromiso español con los Noori, expresado en el salvoconducto de 2021. Y crea jurisprudencia.
Han transcurrido tres años de suplicio hasta que los Noori se han podido reunir y sentir a salvo en España. Los últimos en venir se salvaron in extremis: ya habían vendido todo lo que tenían, no les quedaba dinero para sobrevivir en Pakistán. Y los iban a deportar. Era inminente. Lo había ordenado el Gobierno de Pakistán para los dos millones de afganos refugiados allí.
Han sido tres años exasperantes en los que Sohail ha sido tenaz. Este empresario espabilado que aprendió inglés en cuanto llegaron los estadounidenses a Afganistán y que ahora habla un perfecto español tiene trabajo fijo: es técnico de proyectos de Tragsatec (filial tecnológica del grupo Tragsa). «En mi país yo tenía un alto nivel de vida y llegué a tener 300 empleados. En España he empezado de cero. Estoy muy agradecido porque podemos vivir con tranquilidad», dice.
¿Qué ha sido lo peor? «Hemos pasado días muy malos: el día que perdí mi país, el día que salí de mi casa, los días que pasé sin los míos, los días de impotencia por no poder ayudarlos… No tengo palabras, no lo puedo explicar. Ahora tengo una vida normal, ¿pero y los que se quedaron allí? Hablo por teléfono con mujeres que me suplican que las ayude a salir de Afganistán. No pueden estudiar ni trabajar ni hablar en público. Deben estar calladas y en casa. Teníamos un futuro muy bueno, pero el acuerdo de Doha lo cambió todo», opina Sohail.
Cambió su vida, desde luego. Mientras sigan allí los talibanes, no puede regresar: hay una orden de busca y captura sobre él. Ahora vive en Galicia, preside la Asociación para el Apoyo de la Comunidad Afgana en España. «No olvidaré en mi vida lo que han hecho por mí varios españoles como Clara, Ignacio, Cristina o José Alberto. Hubo momentos complicados, pero ellos han estado conmigo. Quiero ayudar a otros, igual que a mí me han ayudado», dice. Sohail asesora, acompaña y ayuda a otros afganos en España. «Han venido unos 6000, pero el 60 por ciento se ha ido a otros países», cuenta.
Sohail se queda. «Me gustaría abrir un negocio con mi mujer, un restaurante, una tienda, algo. Quiero ser útil a este país. Quiero corresponder».