Obsesión por estar conectados La 'camada digital', una generación enganchada al móvil
Son generaciones que han crecido familiarizadas con las nuevas tecnologías, niños que aprenden a manejar un móvil antes que hablar, adolescentes que nacieron con una pantalla bajo el brazo y que –según la experta Jean M. Twenge– están condenados a ser «los más infelices y dependientes de la historia reciente». ¿Cuáles son los rasgos distintivos de esta ‘camada’ digital?
Jean M. Twenge, de la Universidad de San Diego, lleva 25 años investigando a diferentes generaciones de jóvenes. Twenge publicó en 2017 iGen (Simon and Schuster) -convertido en un best seller- y sostiene que los chavales que han pasado hiperconectados toda su adolescencia (e incluso parte de su infancia) llevan camino de convertirse en los más infelices y dependientes de la historia reciente. ¿Cómo diferenciarlos?
Es la generación más sumisa del último siglo
La rebeldía y el afán de independencia, que se supone que van en el ‘contrato’ de cada nueva hornada de adolescentes, se han desvanecido. Twenge ponía un ejemplo simbólico. Sacarse el carné de conducir a los 16 años, que en Estados Unidos era casi un rito iniciático del instituto, se posterga ahora hasta que los padres se cansan de hacer de chóferes y obligan a su retoño a pasar por la autoescuela.
El mundo les queda grande
Están más a gusto en sus dormitorios. ¿Para qué ‘quedar’ por ahí si tienen a sus colegas en la pantalla? Salen de media una o dos veces por semana, cuando antes de la irrupción del smartphone eran tres. No es que les gusten más los teléfonos que la gente real, es que la gente real es más soportable e interesante a través de una interfaz. Prefieren los mensajes de texto, o una conversación asíncrona (graban una frase y la envían), a un diálogo cara a cara. Y una ironía: aunque pasan más tiempo que nunca bajo el mismo techo que sus padres, no se sienten demasiado vinculados a sus familias.
Un estudio sostiene que quienes pasan más de tres horas al día conectados tienen un 35 por ciento más de posibilidades de tener ideaciones suicidas
No se 'emparejan'
Ni tienen citas. Solo se ‘ennovia’ el 56 por ciento de los estudiantes de instituto, cuando en las generaciones anteriores este porcentaje nunca bajaba del 85 por ciento. Tampoco les interesa demasiado el sexo (por lo menos con una pareja real; hartos de ver todo tipo de porno en sus móviles). Los menores sexualmente activos han caído un 40 por ciento desde 1991. También han caído los embarazos adolescentes un 67 por ciento.
Se sienten solos
Una paradoja si se tiene en cuenta que las principales aplicaciones tecnológicas tienen como objetivo rodearnos de ‘amigos’. Esta tendencia a sentirse apartado es muy llamativa entre las chicas, más ansiosas que los chicos a la espera de comentarios y ‘me gusta’ cuando suben una foto o actualizan su estado.
No son felices
Son más vulnerables psicológicamente que generaciones precedentes. Según Twenge la iGeneración está a punto de sufrir la peor crisis de salud mental en décadas. Aquellos que pasan más de tres horas conectados a un aparato electrónico tienen un 35 por ciento más de posibilidades de tener ideaciones suicidas. El riesgo de depresión aumenta casi un 30 por ciento entre los quinceañeros que pasan mucho tiempo delante de una pantalla y baja si practican deportes o incluso si están haciendo los deberes.
Se aburren
No toleran la espera e intentan llenar el vacío psicológico revisando continuamente sus cuentas en las redes. Se distraen con el vuelo de un angry bird…
Duermen fatal
El 40 por ciento no llega a las siete horas. Y la calidad del sueño es mala. Se despiertan de madrugada para examinar el móvil y es lo primero que consultan cuando se despiertan.
No están preparados para la vida adulta
La adolescencia es clave para desarrollar las habilidades sociales, y eso es algo que se aprende cara a cara. En pocos años, vaticina Twenge, veremos a más adultos que saben el emoji correcto para cada situación, pero que no saben qué cara poner.
Ocho consejos para evitar que tus hijos se enganchen al móvil
La adicción al móvil entre los adolescentes es cada vez mayor y muchos progenitores no saben cómo combatir el problema que implica a unos dispositivos que están totalmente integrados en nuestra vida. El trabajo empieza con los padres.
1. El primer móvil es de toda la familia
En edades tempranas, el primer móvil debe ser familiar: un dispositivo, sin conexión a Internet, que permanece en casa para que lo use el hijo en situaciones concretas. Por ejemplo, para llevarlo en una actividad extraescolar. Sirve para irse adecuando a su uso… y sobre todo ‘adaptando’ a su carencia.
2. Revise la factura con su hijo
Algunos estudios muestran que con prepago se gasta menos y se hace un uso más ‘consciente’, pero el contrato aporta otras ventajas. Con la factura se obtiene mucha información: cuánto duran las conversaciones, a qué horas se realizan… Mire las facturas con el menor, que vea qué conclusiones saca el adulto.
3. No descarte un contrato
Es una propuesta promovida por instituciones como Policía Nacional y puede parecer excesivo a algunos, pero sugieren que se establezca un contrato entre padres e hijos menores de 13 años. Cada familia puede generar sus propias ‘cláusulas’: si se instalarán filtros parentales o aplicaciones rastreadoras, si los padres conocerán las contraseñas y códigos de acceso…
4. Deje muy claros los límites
Ni es necesario ni es positivo tener siempre el móvil encendido y al alcance de la vista. Pautar unos límites y cumplirlos: un límite de uso al día o a la semana. Y unas franjas horarias. En clase, apagado; no en silencio.
5. Evite que se encierren para hablar
Algunas conversaciones –del menor y de los adultos– necesitan intimidad, sí. Y eso se respeta. Pero es algo excepcional. El móvil y otros dispositivos no deben usarse a solas, encerrado el menor en la habitación. Conviene que se usen en espacios de convivencia familiar, como el salón.
6. De noche, el móvil fuera
A partir de una determinada hora, el móvil se apaga. Los trastornos del sueño son frecuentes: el móvil, fuera del dormitorio. Y pactar otras horas libres de móvil: en las comidas, por ejemplo. Prohibido a la hora de estudiar o hacer los deberes.
7. Entrene para combatir el FOMO
El móvil también se puede quedar en casa. FOMO son las siglas inglesas de fear of missing out o ‘miedo a perderse algo’. Un fenómeno ligado a las nuevas tecnologías y a la posibilidad de estar siempre conectados. Para combatirlo, fomente que el móvil se quede en casa a veces. Si la familia sale a cenar o al cine, ¿hace falta que todos lleven su celular en el bolsillo?
8. Predique con el ejemplo
Si el adulto pasa el día con el móvil en la mano, o interrumpe cualquier conversación o actividad apenas llega un mensaje, perderá argumentos para pedir a su hijo que haga lo contrario a lo que él hace.
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