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ALBERTO DEL RÍO
Domingo, 4 de septiembre 2011, 13:45
La gente que, cada vez en mayor número, visita Avilés, expone varios motivos de asombro, uno de ellos es la calidad y la cantidad de los parques que tiene la ciudad.
Ellos no saben -y muchos de nosotros tampoco- que con la excepción gloriosa, en 1977, de la adquisición pública del parque Ferrera, en Avilés no hubo, durante unos ochenta años, mas que dos parques de categoría (el del Muelle y Las Meanas). Pero partir de 1979, la llegada de los ayuntamientos democráticos, trajo consigo nuevos conceptos como urbanismo, ecología y ocio. Y Avilés progresó, espectacularmente, en superficies verdes de uso público. Tanto, como una docena más.
No crecen letras en los jardines, pero se recoge en ellos abundante cosecha literaria. Las del Bombé, primer parque público que tuvo Avilés, que se apunta hoy aquí, están por desarrollar.
La cosa fue que en el año 1818 comenzaron a demolerse las murallas y, a partir de entonces, la Villa comienza a adaptarse a nuevos espacios, que al inicio de aquel siglo XIX, demandaba la sociedad. Por ejemplo el de un sitio exclusivamente dedicado al paseo, que ya se empezaba a valorar como lugar de relaciones sociales y ocio.
Si se piensa en El Parche, abandonen la idea, porque por aquel tiempo estaba un tanto asilvestrado (urbanísticamente hablando) y era más bien lugar de mercaderías. Tampoco en el Ferrera, que entonces eran los jardines privados de los marqueses. Los terrenos verdes de esta familia estaban cercados y ocupaban -ellos solos- el doble de la superficie habitada de la Villa de Avilés.
Estando así las cosas, ¿dónde había espacio para poder pasear con calma, ver a los amigos, lucir el tipo y -en muchas ocasiones- postularse? Tenía que ser un lugar atractivo. Nada mejor que la zona 'noble' del muelle, la más cercana a las calles principales, que entonces eran La Ferrería y La Fruta. En el puerto, la novedad era continua con el atraque de embarcaciones, algunas de ellas de lejanos lugares, con lo que se rozaba el exotismo, según la imaginación que cada uno le echase. Y con gentes que hablaban otros idiomas y vestían de otra forma.
Por tanto, ya que teníamos el romanticismo (que se había extendido años antes, por toda Europa) a pie de obra, pues Avilés puso manos a la obra y terminó, en 1832, el Paseo del Bombé (término francés, país de donde procedía el, entonces innovador, 'invento' social). Modernidad que entraba en la Villa, al tiempo que en Oviedo, donde también inauguraron otro Bombé y que aún hoy sigue existiendo, en el interior del parque San Francisco.
Y fue en el Avilés de 1835, con 6.500 habitantes, cuando entró en servicio este nuevo centro de gravedad social, un paseo que tenía solamente dos filas de árboles, que iban desde la fachada norte del palacio de Camposagrado, hasta el final de la -hoy- calle La Muralla, como se aprecia en el dibujo de Juan de la Cruz Espolita. Ilustración que nos ayuda -además- a comprobar la profundidad con la que el puerto de Avilés penetraba en la ciudad. O como la ésta se volcaba en la ría.
Bastantes generaciones pasearon discusiones variadas en aquellas idas y venidas, a la vera del puerto de Avilés. A la caída de la tarde, los días laborables y al mediodía los festivos.
Y se fueron añadiendo nuevos elementos que cambiaron continente y contenido del Bombé. En 1867, Serrana Gutiérrez-Pumarino construyó la 'Fonda La Serrana', más tarde hotel de renombre.
Y 1876 el Ayuntamiento compró (por 2.470,60 francos) nueve estatuas (a la firma francesa Hauts Fourneaux et Fonderies, del Val D'Osne) basadas en motivos mitológicos de la antigua Grecia, según la moda francesa (como no) del momento.
Finalizando el siglo XIX, pasarían al nuevo parque del Muelle, que sustituyó definitivamente al del Bombé. Suceso bautizado, irónicamente, por el personal como 'El baile de las estatuas'.
Pero esa es otra película. Episódica.
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