Dos santos para coronar Begoña (1-0)

Con David Villa atornillado a un asiento del palco con su familia, tras el saque de honor del trío olímpico, el Sporting embistió al Burgos con arte y remango. La grada, de vuelta a la vida, se presentó volcánica, febril con las primeras estampidas de Kravets. Los 10.170 de la grada protestaron con furia un roce con la mano del defensa Córdoba cuando el partido aún bostezaba. Un año y medio de fútbol de sofá después, sin tregua. Su equipo siguiendo dando palique al balón, que los de fuera apenas cataron. Hubo un concierto solista en el despertar del encuentro. El Burgos apretó los dientes. Sufridor y maratoniano. Contuvo como pudo el temporal cerca del rancho del exoviedista Alfonso Herrero. Pero fue a Saúl Berjón al que le recordaron su pasado con más saña.

Académico, burbujeante hasta el área rival, los fantasmas del encasquillamiento ofensivo siguieron presentes. El brutal engorde de la estadística de control andaba canijo de resultados. Toque-toque. Bombeos de Kravets y Guille, disparadores del 'uy'. Y el Burgos, a ritmo de galeras. Pero su portería seguía extraviada en la jaranera sobremesa de Begoña. Existió una aventura contragolpeadora de Aitor, pero al forastero Álvaro Rodríguez no se le salió la cadena en el segundo quiebro. Eso sí, el Burgos respondió con muy mala uva; un remate de Raúl Navarro se topó con la primera 'salvada' del año de Mariño. Tumbó costillar el gallego frente al punteo burgalés dentro del área. Evitó un lío de aúpa en El Molinón, al borde del soponcio un par de segundos y cariñoso con el meta, cuando la hinchada salió del trance y pudo resoplar, tras aquella fatídica tarde del final del curso anterior. Agua pasada. Todo fueron ayer mimos para el meta. Una fiesta sobre otra. Y vaya si los mereció.

Limitado a la emboscada y a arañar tiempo, al Burgos se le empezó a hacer grande El Molinón. Oteaba el horizonte y veía una hacienda demasiado grande para patrullar. Su defensa emitía aullidos. Tras un mal despeje, entre una salida de balón y un amago de contraataque del Sporting, Nacho Méndez dejó a Djuka mirando hacia la portería de Herrero. Pero su delicioso control con la derecha no tuvo el acompañamiento de la definición. El balón del '23' se fue al cielo en una situación pintada.

El nivel del agua subió más en el cuello del Burgos cuando el debutante Fran Villalba, junto a Kravets, entró en calor. Bien compinchado con Gaspar, entre los dos dieron las luces largas a Herrero, metido en su cueva. Incluso el valenciano emuló a Manu García para bajar un poco y lubricar mejor la posesión sportinguista, con un omnipresente Nacho Méndez. El Molinón, entre la calculada pachorra burgalesa y nada que echarse a la boca, andaba ya con la mosca detrás de la oreja.

La segunda mitad se jugó con más murmullo y silencio. Salió torcida y nada estética, perdiendo continuamente el balón. Destemplado el equipo tras la charla, la pelota se le escurría con reiteración. El Burgos mordía en defensa. Amenazaba crisis, acuartelada la tropa de David Gallego tras una falta y un saque de esquina. Un arte que dominan de cine los de Julián Calero, metiendo el dedo en el ojo al Sporting en la estrategia. Pero poco más, 'amarrateguis' la mayor parte del tiempo. Gallego repensó la idea y tuneó algo el once. Salió Pedro, sorpresivo suplente, y se fue a la ducha su amigo Gragera. Ya había recuperado el pulso, no obstante, el Sporting. Hasta Djuka había implorado un penalti por un agarrón leve. Pero la guindilla del mediocentro subió rápido. Y como a El Molinón le va la marcha, un manoseo excesivo de los centrales de casa recibió una pequeña colleja popular para espabilar más. Aitor soltó un zurriagazo que anunció el primer gol de Djuka. Un estacazo de cabeza. Toda una rareza en el repertorio del balcánico, cuyo futuro es un enigma. No su facilidad para ver puerta, que sigue.

En ventaja, con Calero introduciendo cambios a granel a la desesperada, el Sporting serenó. Pero Gallego quería otra velocidad. Así debutaron 'Puma' Rodríguez, prometedor, y el hijo pródigo Christian Rivera. Antes pudo colorear más su tarde Villalba y evitar el agobio final, pero, también, pudo recibir un tortazo el once gijonés de no mediar Mariño. No hubo fin de fiesta con relajo. Sí fuegos. Y un Mariño para apagarlos. El Sporting cedió terreno, 'tirillas' atrás, y Mumo pudo cornear. A ese final entró Pablo Pérez, tras el fallecimiento de su abuela, con la brega de siempre. Intercambio de golpes. Djuka se permitió un chupinazo de fin de fiesta. Uno en el que se tragó saliva por el remate fuera del 'ex' Claudio Medina. Luego, folixa.