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Hijo del pintor y arquitecto Joaquín Vaquero Palacios y de Rosa Turcios Darío (sobrina de Rubén Darío), su trayectoria creativa estuvo marcada por una mirada sin fronteras. Su preparación multidisciplinar -fue arquitecto, pintor, escultor, académico y profesor- le facilitó el trasvase de conocimientos en todos ... los campos. Y, tanto por sus raíces paternas como por los grandes lazos que en todo momento mantuvo con Asturias, Joaquín Vaquero Turcios siempre tuvo la consideración de asturiano.
De hecho, el Principado acoge ejemplos de prácticamente todas las manifestaciones de su polifacética genialidad. Su marca, un diseño propio y diferente, la dejó también en su obra póstuma. Con una simple mirada al recubrimiento envolvente de El Molinón se empieza a comprender la trascendencia del proyecto y la magia del artista en el campo de fútbol más antiguo de todos en el fútbol profesional.
El selló de Joaquín Vaquero Turcios parecía ligado para siempre a un espacio tan emblemático como El Molinón. Fue él que peinó las canas del estadio. El que lideró un lavado de cara cuyo desafío era hallar una forma para envolver el estadio y optimizar los recursos. Su hijo Joaquín Vaquero Ibáñez, arquitecto de profesión, es el encargado, junto a sus hermanos, de preservar ahora el legado de su padre. Más en estos momentos, cuando se cuece una, en términos oficiales, profunda remodelación o, más bien, a la hora de la verdad, la construcción de un nuevo estadio y el derribo del actual.
«Gijón es una ciudad con cosas maravillosas. No me tire El Molinón y, si lo hace porque no hay más remedio, qué podemos hacer para que mantenga parte del legado», afirma Joaquín Vaquero Ibáñez, quien asegura entender que «el mundo cambia, evoluciona, pero hay maneras de hacer las cosas». «El patrimonio es parte de nuestra historia. Desde mi punto de vista y seguro que del de mi padre, nos hubiera gustado tener información para contribuir o participar, adaptando la obra existente al nuevo proyecto», añade.
Antes del proyecto de Vaquero Turcios, la anterior gran obra en El Molinón se remontaba a los meses anteriores a la celebración del Mundial 82. Entonces se procedió a mejorar las gradas Este y Sur y los servicios generales del estadio. Para muchos fue una oportunidad perdida ya que se dejó a un lado la grada Norte, la más antigua y que presentaba un peor estado.
El 29 de abril de 2011 se presentó, con la firma de Joaquín Vaquero Turcios, la nueva fachada, con material traslúcido y prismas luminosos de varios colores, que no pasó inadvertida y que muchos calificaron como «una segunda piel». «Es un proyecto que se hizo con mucho amor, cariño, con la afición rojiblanca recibiéndole...», afirma su hijo. El diseño de su fachada exterior se convirtió en la obra póstuma del escultor y arquitecto, quien dedicó los últimos años de su vida al estadio, un proyecto finalizado por sus hijos, pero bajo los bocetos ideados por su padre. «Hay está la obra de un creador hecha ex profeso y con un significado», afirma.
Durante los últimos años, la familia ha denunciado la falta de mantenimiento que reflejaba el estadio, que, considera, perjudica también a la imagen de la propia ciudad. Ahora se quiere dar un paso más. Un salto, más bien. Un triple salto. «Habría que estudiar la posibilidad de hacer una segunda propuesta que no perder valor, que mantenga el legado de mi padre en El Molinón, que es una cosa bastante excepcional. Puede ser una herramienta para que este proyecto sea aún mas singular y tenga aún más tirón», comenta Joaquín Vaquero Ibáñez. «Este nuevo proyecto pretende revalorizar toda la zona, pero sería una pena que perdieran la oportunidad de hacerlo con la obra de mi padre. La intervención fue contemporánea y trasladable, se le puede dar una segunda vida», puntualiza.
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Orlegi quiere con su nuevo campo encabezar la vanguardia del fútbol y de la oferta deportiva y de ocio. «Gijón es una ciudad muy proporcionada y cualquier proyecto nuevo debe responder a su escala», matiza el hijo del artista. El proyecto obligará a resolver problemas de edificación y urbanísticos porque, en la práctica, se va a hacer un campo nuevo. De hecho, el proyecto incluye una peculiaridad: desplazar El Molinón.
Todo ello afectará también al entorno actual, con la construcción, por ejemplo, de un macroaparcamiento de 5.000 plazas que solucione el actual problema de estacionamiento y también el futuro, derivado del propio crecimiento y desplazamiento del estadio, que se 'comerá' todas las plazas de aparcamiento en favor de un espacio verde y un párking subterráneo. También se plantea la posibilidad de un hotel y de una zona comercial.
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