A. S. GONZÁLEZ
Oviedo
Domingo, 4 de diciembre 2022, 02:16
Durante año y medio, la muerte de Elizabeth Pimentel fue tratada como un trágico accidente. La mujer, de 36 años, había muerto ahogada en un jacuzzi hinchable en el que supuestamente se habría ahogado tras quedarse dormida después de una noche en la que corrió ... la droga. Ocurrió el 18 de junio de 2018 en la localidad menorquina de Ciutadella.
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Su propio marido llamó agitado y balbuceando al 112 para informar del hallazgo del cuerpo. El jurado le ha declarado, más de cuatro años después, culpable de asesinato. Sus miembros consideran, por unanimidad, acreditado que él la mató, suministrándole un cóctel con una dosis letal de MDMA camuflado en un vaso de sangría y sumergiendo después su cabeza bajo el agua del jacuzzi.
Tanto el Ministerio Público como la acusación particular solicitan ahora para él una condena de 25 años de prisión por asesinato y 150.000 euros de indemnización para los herederos de la víctima.
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El caso, que ya estaba siendo investigado por las incongruencias en la escena del crimen, dio un giro de 180 grados tras ser hallado un larguísimo audio en el móvil de la víctima. Elizabeth, se desconoce si de forma fortuita o con intencionalidad, pulsó la grabadora de su teléfono y dejó constancia de todo lo ocurrido desde la tarde anterior hasta las 04.26 horas del día de su muerte. El archivo sonoro suma ocho horas.
Su hallazgo provocó la detención de Eduardo Estela, de origen venezolano, al igual que su mujer, y doble nacionalidad. Su país de origen había solicitado tiempo atrás su extradición acusado del asesinato de su anterior pareja pero España la denegó. La mujer fue asesinada, y también drogada y violada, el 31 de diciembre de 2009. Un día después, antes de que el cadáver apareciera, él tomó un vuelo rumbo a Barcelona.
A su mujer, la maltrataba. En dos ocasiones, acudió a las autoridades y requirió de atención sanitaria. La primera de ellas le llevó a permanecer dos días en el hospital con desgarro anal y vaginal, que requirió de puntos y cirugía, tras una agresión sexual.
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La segunda derivó en una orden de protección: «En mis doce años de carrera nunca había visto a una mujer en el estado en el que ella llegó: casi no podía abrir los ojos, tenía las orejas amoratadas, mordiscos en las nalgas», explicó durante el proceso la trabajadora social que la atendió.
Pero ella acababa perdonándole, volviendo a su lado y retirando las denuncias. Era él quien no confiaba en ella. Cuando viajaba, dormía con el ordenador delante y la webcam encendida para que él pudiera vigilarla.
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Ambos, habían montado su propia empresa de alquiler de barcas tras ahorrar dinero trabajando como lateros. Se llamaba 'Barbarroja'. Elisabeth tenía un seguro de vida y, al poco de su fallecimiento, su marido se interesó por cobrarlo. Escribió a su abogado explicándole que no cubría ni embriaguez ni drogas, «pero sí ahogamiento«.
Antes incluso, de su muerte, otro WhatsApp a un tercero rezaba: «Joder, vamos a por los seguros de vida de Elisabeth, uno tiene 150.000 euros y el otro también 150.000 euros, ahí está el futuro de Barbarroja«.
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