No queda otra. Hay que ser optimistas, hay que trazar la ruta hacia un mundo mejor y hay que asumir que todos somos partícipes del reto. María Neira (La Felguera, 1960), directora de Salud Pública de la Organización Mundial de la Salud, ... ha pasado muchos tragos, ha visto de cerca la injusticia de nacer en un lugar u otro de la geografía, pero no se rinde. Todo lo contrario.
-Acabamos de pasar el 8 de marzo. ¿Usted se ha sentido alguna vez menospreciada por ser mujer?
-Menosproceiada no, porque formo parte de un grupo de mujeres que somos privilegiadas, hemos podido tener una educación y movernos en ciertos mundos, pero notar una diferencia y unas desigualdades, una falta de sensibilidad, muchas veces. He trabajado cinco años en África y al segundo día que estás allí ya te das cuenta de la gran brecha que hay entre hombres y mujeres en un continente como ese. Y, para mi tristeza, todavía lo he visto alguna vez en Europa.
-¿Es optimista?
-Siempre; es la única opción aceptable. Pero se me está acabando la paciencia, cada vez tengo menos tolerancia hacia algunas actitudes excesivamente retrógradas. No estamos reclamando nada raro, somos personas iguales en derechos.
-¿Se puede cambiar el mundo o solo se puede mejorarlo?
-Hay que cambiarlo para mejorarlo, porque hay quien quiere cambiarlo para ir a peor. Parece lo obvio pero a veces no lo es.
-¿Pero otro mundo es posible?
-Claro que sí; si no nos lo creyéramos nos quedaríamos paralizados por el miedo, la angustia, el desánimo... Otro mundo es posible, pero a veces no es el mundo con 'M' mayúscula de todo el planeta, sino tu pequeño mundo. Cada cambio cuenta, pero a veces falta coraje, valentía. Todos tenemos que contribuir. Si eres un profesor universitario tienes la responsabilidad de cambiar las mentalidades; si eres una abuela ama de casa tienes que influir en la educación de hijos y nietos... Todos tenemos la responsabilidad de mirar alrededor y ver qué ficha podemos poner. Lo contrario es engañarse y acomodarse.
-¿Cuál es su receta para cambiar el mundo desde la OMS?
-Insistir, dar argumentos, negociar, convencer. Ese es mi día a día.
-¿Y no es agotador?
-Sí, pero también muy positivo. Ayer me encantó ver la publicidad de un coche muy potente en la que la marca afirmaba 'Ahora nos dicen que estamos contaminando el planeta, pero ya tenemos la solución' y anuncia un modelo de coche increíble, eléctrico, con emisiones cero. Había quien decía que la industria automovilística iba a sufrir, y ha estado un poco reticente, pero esto demuestra que siempre van por delante en el mercado. Hoy todos sabemos que la movilidad de las ciudades va a ser distinta dentro de diez años, la industria va a liderar ese cambio y no va a haber pérdidas económicas, va a haber un cambio en la buena dirección.
-Seguramente sea más fácil eso que lograr que un país africano tenga un buen sistema de salud.
-Efectivamente es más fácil el primer escenario que el segundo. En el primero hay un modelo de negocio; en el segundo hay que crearlo. Es muy difícil, pero lo vamos a hacer cuando se entienda que la inversión en dar salud a tus ciudadanos, seas rico o pobre, es económicamente muy beneficiosa. Ningún país se beneficia de tener miles de muertos por enfermedades evitables, ninguno se beneficia de una población enferma.
-¿Nunca ha pensando que es imposible? ¿Nunca tira la toalla?
-Nunca, no nos lo podemos permitir. Hay siempre algo que te da esperanza. Claro que nos basamos en pequeños trofeos o pequeñas batallas ganadas, pero hemos reducido la tasa de mortalidad por malaria, si seguimos así vamos a conseguir erradicar la polio, hemos aumentado de forma importante el acceso al agua potable y saneamiento, aunque no a los niveles que hubiéramos querido... Hemos ido para atrás en cuanto al hambre, había 800 millones de personas que pasaban hambre en el mundo, hoy hay 821 millones, porque la población ha aumentado. No es nada satisfactorio, pero ha habido avances, ahí es donde hay que agarrarse, a que va a aparecer un modelo de salud público positivo en unos años.
-¿No se nos debería caer la cara de vergüenza de decir que 821 millones de personas pasan hambre?
-Se nos debería caer la cara de vergüenza, sobre todo porque es reversible, no es un fenómeno que nos cae encima. La cifra de comida que se convierte en deshechos es inaceptable y con una gestión más adecuada llegaríaramos a poder alimentar a toda la población: con sistemas de producción mucho más sostenibles, más dedicados a la agricultura local, con uso no tan intensivo de ciertos pesticidas, con una mejor planificación de esa producción, de la distribución y evitando esos desperdicios. Convertir la comida en basura es realmente penoso e inaceptable. Se puede hacer y sin reducir el estado de bienestar de los países ricos. No se trata de que unos sean menos ricos, sino de que otros sean menos pobres.
-¿Por qué no lo hacemos?
-Porque en África tenemos un problema de corrupción importante, de dependencia y pseudocoloniamismo en algunas transacciones económicas.. También de falta exigencia de los ciudadanos de esos países de sus derechos.
-Hay una canción que dice «brindo hasta la cirrosis por la vacuna del sida». ¿Usted por qué brinda?
-¡Hay tantos brindis! Brindaría por una inteligencia básica que nos ilumine todos los días y que reconozca que el acceso a energías renovables nos salvaría de crisis de salud pública, por el acceso a l agua potable y el saneamiento, que terminaría con muchas muertes por enfermedades diarréicas. Hay cosas que la ciencia tiene que resolver con una vacuna, pero hay otras que están más en nuestra mano, como ayudarnos a reducir la obesidad, que es un desafío muy importante.
-Cuando hablamos de salud lo hacemos del cuerpo, pero usted dice que todo está en el aire.
-Nuestro cuerpo hay que tratarlo, cuidarlo y si se enferma, sanarlo. Somos muy dependientes de lo que comemos y sobre todo de lo que respiramos, de la calidad de las sustancias químicas que se van a introducir en alimentos, agua, aire. Tú puedes decirle a alguien que vive en Shanghái que no fume, pero no puedes decirle que no respire aire malo. Ahí es donde debemos volvernos muy exigentes.
-La batalla de los coches parece que va por buen camino.
-Todavía queda mucho. Pero soy optimista, porque la industria automovilística va a encontrar las tecnologías necesarias. Sucede que a veces nos politizan de alguna manera partidista en causas que son políticas; yo siempre creo que la salud pública es una causa muy noble política, pero no puede ser manipulada de forma partidista.
-¿Cómo se le queda el cuerpo cuando alguien, como Trump, niega el cambio climático?
-Ya lo tuve delante y él utilizó un gráfico de la OMS para decir que EE UU era uno de los países que tenía mejor calidad de aire. Le demostré dos cositas que no eran exactamente así. Vamos a ver: esto no es una religión, no es una cuestión de creencias, no es opinable. La temperatura global desde hace cien años está aumentando; es así. Los negacionistas no presentan ningún argumento científico.
-Hablaba de la obesidad. ¿Por qué comemos tan mal?
-Algo se ha desactivado en nuestro modelo de sociedad. Yo rechazo ese argumento de que 'con la incorporarción de la mujer al trabajo...' porque es culpabilizador. Yo creo que las sociedades se mueven, iba a decir avanzan, pero a veces no es que avancen es que se mueven. El asunto sería que ese factor lúdico del acto de comer, que en España lo seguimos teniendo, se mantenga; la cuestión estaría en no permitir un cierto tipo de industrialización que nos arruine esa parte lúdica, saludable y de disfrute. Y luego habría que entender por qué la comida menos sana es siempre la más barata y eso requiere una planificación mínima y holística, porque si no vamos a acabar culpabilizando a la gente con menos recursos. Hay que encontrar maneras de bajar los precios de otro tipo de alimentos.
-Frases hechas: «La mitad de la población pasa hambre y la otra mitad está a dieta».
-Es de un cinismo importante, pero refleja el aire de los tiempos. Es un poco aquello de María Antonieta cuando le dijeron 'madame el pueblo no ha comido pan' y respondió 'pues que coman cruasán'.
-Otra: «Vamos al gimnasio en coche a subirnos a una bici estática».
-Hay algo de absurdo. Es esnobismo realmente de salón, pero en el fondo esta gente es la que está bien, en el fondo son unos privilegiados.
-La última: «Menos pastilla y más zapatilla».
-Zapatilla, zapato cómodo y descalzos en la playa. Caminar, caminar y caminar. Y comer bien y rico. Alguien me podría tachar de talibana de la alimentación, pero yo sigo reconociendo que es uno de los placeres de la vida.
-Hablamos de las enfermedades del cuerpo. ¿Y las del alma?
-La salud mental requiere más espacio. Preocupa la soledad, el aislamiento, la carencia de interacción social, la tristeza, la falta de empatía. Es evidente que será una de los grandes desafíos de la salud pública: la depresión, las enfermedades neurológicas, el abuso de drogas, los suicidios. Son temas muy serios que probablemente siguen asustándonos a todos.
-¿El envejecimiento?
-Debemos asegurarmos de que vamos a envejecer de forma muy saludable y de que la sociedad nos va a atender, pero pienso que la naturaleza también tiene que hacer su papel, no creo en el ensañamiento terapéutico. Hay que saber morir y despedirse de esta vida con serenidad.
-¿Hay que regular la eutanasia?
-Son reflexiones duras. Cada sociedad necesita oír, entender y decidir, hacer que no existe no es una manera de resolver el problema.
-¿Qué opina de los vientres de alquiler?
-Francamente, y esta reflexión la hago a título personal, desde luego no como OMS, me descoloca, no tengo una posición clara. Creo que todos deberíamos ponernos en esa situación, no sé cómo reaccionaría. Como mujer, el pagar me duele muchísimo, es como si aceptáramos la venta de órganos.
-España ha declarado la guerra a las pseudoterapias.
-Con 'pseudo' ya está todo dicho. Yo creo en la ciencia.
-¿Cómo ve la sanidad española?
-Tenemos una de las mejores sanidades del mundo. Cualquier español se puede permitir un trasplante y eso en otros países es impensable. Pero también creo que cuando las cosas funcionan hay que exigir más, nunca menos, esas listas de espera, esos pobres médicos con consultas llenas de pacientes... Hay que ir para arriba.
-¿Cómo ve Asturias desde Suiza?
-Pues mire, algo que me irrita profundamente es el asunto de las comunicaciones. Hace poco estaba en Madrid y quería volar a Asturias y resulta que me cuesta 600 euros y en tren son cinco horas. Con lo que me piden por ir Asturias podría volar a Nueva York. La comunicación es fundamental, no tenerla impide que te expongas al mundo, el intercambio, la mezcla. No puede ser que estemos tan aislados.
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