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Que 'Spain is different' no lo duda nadie. El vasto mosaico cultural que es este nuestro país, España, sorprende cada vez más a quienes lo visitan y se encuentran con que comer a las doce de la mañana o cenar a las siete de la ... tarde es tarea casi imposible teniendo en cuenta que a esas horas las cocinas aún están por abrir. Tradiciones como tomarse una copa, como pronto, a las once de la noche son normales para los oriundos, pero no tanto para la gente que visita un país con el récord en los horarios más tardíos para todo.
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La Ley 1/2004 de 21 de diciembre establece una regulación para los horarios de bares y restaurantes con diferencias entre comunidades autónomas ya que son estas quienes tienen la potestad de decidir a qué hora se echa el cierre. Lo habitual es que se tenga plena libertad de apertura y cierre sin diferenciar entre días laborales o festivos. Madrid cuenta con un horario de cierre hasta las 2 de la mañana, algo que podría tener los días contados si el Gobierno sigue adelante con la propuesta de regular los horarios.
Para averiguar por qué España tiene los horarios así es necesario fijarse en sus tradiciones y cultura además de su posición geográfica, la culpable de que seamos el país con más horas de sol de Europa. Esto podría hacer pensar que la vida diurna se alargaría tanto que sería impensable cenar entre las siete y las nueve de la noche. Pero este razonamiento choca si tomamos como ejemplo el país vecino. Portugal puede presumir de tener casi las mismas horas de sol que España y, sin embargo, comparte horarios con el resto de los países europeos. Allí, almorzar entre las 12:30 y las 13:30 es algo habitual y encontrarse un restaurante abierto después de las 22:00 no es común a no ser que sea comida rápida o alguno que otro adaptado a los turistas españoles. La teoría de las horas de sol queda pues descartada. Entonces, ¿por qué los españoles comemos y cenamos tan tarde?
Para ello es necesario echar la vista al pasado y a las tradiciones adquiridas que hacen que seamos todo un tópico. Echar la siesta, comer mucho, salir de fiesta... son algunas de las cosas que se nos atribuyen para justificar los horarios tan dispares del resto de Europa. Pero la causa que parece más razonable se remonta años atrás cuando el estilo de vida español adquiría toques patriarcales y toda la familia esperaba por el cabecilla de familia para cenar tras intensas jornadas de trabajo. A eso habría que sumarle el cambio horario que comenzó en 1942 con la Segunda Guerra Mundial y que España decidió no cambiar con el fin de esta. Así, Reino Unido y Portugal volvieron al horario de Greenwich y adaptaron toda su vida.
España también se adaptó al nuevo horario, pero de manera diferente. Los habitantes decidieron que los comercios cerrarían dos horas al mediodía para poder ir a comer y se haría entre las dos y las cuatro de la tarde. La jornada partida comenzaría a hacer mella en los horarios para comer y los españoles implantarían su seña de identidad culinaria durante mucho tiempo. Una característica que puede tener los días contados no solo para igualarnos a nuestros vecinos europeos, sino también por cuestiones de salud ya que se ha demostrado que cenar tan tarde aumenta la posibilidad de padecer cáncer, engorda y dificulta el descanso.
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