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A. VILLACORTA
GIJÓN.
Viernes, 18 de diciembre 2020, 01:39
Una frase incluida en el testamento vital de la exalcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso, llevó la eutanasia a los tribunales asturianos hace ocho años. Escribía Felgueroso en aquel documento de instrucciones previas suscrito en septiembre de 2008: «Que se me aplique ... sedación paliativa terminal que minimice el proceso agónico y permita una muerte digna y que, a tales efectos, se me apliquen cuantos tratamientos y medidas permita la legislación en el momento de precisarlo, en su caso eutanasia o suicidio asistido».
Un párrafo pionero que no sentó bien en la Consejería de Salud, donde entendieron que la petición era «contraria a la legislación vigente»: «Me lo rechazaron porque el secretario general técnico consideró que estábamos hablando de un delito», resumía ayer la exregidora a EL COMERCIO. Así que Felgueroso, de profesión abogada, se metió de lleno en un contencioso que se prolongaría hasta abril de 2012, cuando el Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA) reconoció a la socialista gijonesa su legitimidad para plantear el recurso a la eutanasia o suicidio asistido. Eso sí: siempre condicionado a la legalidad de esas opciones en el momento de su aplicación, cosa que ella ya incluía en su texto original, y aquel fallo abrió la puerta a que cualquier persona en Asturias pudiese seguir sus pasos e incluir esa misma petición en su testamento vital. Una legalidad que al fin llegó ayer, tras más de una década de lucha: «Tuve que pelearlo, pero aquel condicional por fin se ha convertido en una realidad», afirmaba Felgueroso que, durante todo aquel proceso, llegó a contactar con Luis Montes, quien presidía Derecho a Morir Dignamente, asociación que hoy cuenta con 7.500 socios, más de 200 en Asturias. Entre ellos, la propia Felgueroso.
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«Hoy es un día importante. Un día para acordarse de toda esa gente que luchó por esto. De DMD, que ha hecho un trabajo para quitarse el sombrero, y de personas como Luis Montes, porque fue perseguido y por lo que le hicieron sufrir». Y no quiso olvidarse tampoco de «las barbaridades» esgrimidas por la derecha («el problema es que hay mucha gente que se las cree») sobre un tabú rodeado de hipocresía: «La gente que quería hacerlo acababa haciéndolo en los países en los que estaba permitido».
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