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A. COLLADO
GIJÓN.
Martes, 22 de septiembre 2020, 01:47
El presidente del Centro Asturiano en Madrid, Valentín Martínez-Otero, cree que «la coordinación escenificada (ayer) entre el presidente del Gobierno y la presidenta de la comunidad llega tarde». Es una opinión personal, insiste, pero no cree que las restricciones anunciadas la ... pasada semana «sean muy efectivas. Afectan a una parte importante de la población -unas 850.000 personas-, pero probablemente no es suficiente», teme. En las zonas señaladas, «la gente tiene que ir a trabajar y muchos tienen que utilizar el transporte público. Todo eso neutraliza los potenciales beneficios que pudiera tener» la suerte de medidas aplicadas en las 37 zonas aisladas.
Metido ya en la chaqueta del presidente del que es el centro de reunión por antonomasia de los asturianos en la capital, Martínez-Otero cuenta que la institución ve la situación «con mucha incertidumbre y preocupación. Aspirábamos a una reactivación gradual y esto disminuye nuestras expectativas». El centro, lamenta, se siente «impotente, desde la vocación de servicio con la que nacemos nos gustaría ayudar en todo lo posible». Pero la perspectiva no es buena: «En quince días o menos empezarán las gripes».
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No. No es buena. Lo cuenta desde Alcobendas, uno de los municipios afectados, Balbino Fernández. Nacido en Santa María de Grado, con casa en Trubia esperándole para la jubilación, este asturiano que lleva 44 años en Madrid está casado con una enfermera de uno de los centros de salud en los que más estragos está haciendo la pandemia. «En Miraflores tienen unos 1.214 infectados por cada 100.000 habitantes. Mi mujer hace entre 90 y 100 PCR al día y más de un 30% son positivas», explica. En su opinión, «las medidas son una birria. Son incompletas y llegan mes y medio tarde, cuando ya duplicábamos la media española de contagios». Además, suponen «una tremenda incongruencia aplicarlas por zonas sanitarias. Si mañana salgo de casa y cruzo a por pan como hoy, me multan, pues abandonaría la zona confinada. Para ir a una reunión presencial en mi empresa, que como mi casa está en Alcobendas, tengo que pedir un justificante y pasar cuatro controles. Son cosas absurdas», denuncia. Tampoco entiende los criterios para seleccionar qué zonas sufrirían restricciones. «Da la casualidad que han confinado a los ayuntamientos de izquierdas. A otros, como Torrejón de Ardoz, no. Hay cosas que no se entienden muy bien», apunta. Como el que durante estas vacaciones, en Asturias, descubriese que había más rastreadores en el Principado que en la capital. «Ahora ya no hacen falta para nada, porque ya hay contagio comunitario», concluye enfadado.
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Balbino es uno de los socios de la peña sportinguista De Madrid al Cielo que no podrá asistir al próximo partido. Su sede está en la Cervecería Hevia, en el cruce entre la calle Alcalá y Arturo Soria. Su presidente, Diego Monsalve, ha visto cerrar muchos locales cercanos. Este gijonés, policía nacional, confía en que «las decisiones las esté tomando gente experta, que sabe lo que hace». Sabe que «Madrid es muy propicio para la transmisión: el transporte público, la densidad de población...». Y sabe, también, «lo difícil que es conjugar el tema laboral y económico con el sanitario». Por eso, invita a «dejar el tema político a un lado, porque no es el momento de lanzarse los trastos a la cabeza». Toca «respetar» lo ordenado y esperar que las cosas mejoren.
Borja Fernández, gijonés de 28 años, asume que «aunque Chamberí no es una de las zonas más afectadas, la cosa está complicada igualmente». Narra una «diferencia enorme entre la primera ola y la segunda». En la primera, dice, había más miedo, un confinamiento mucho más estricto. Pero en esta, «el riesgo de contagio es mucho más real. Todos conocemos a algún contagiado, le está tocando a mucha gente de nuestro entorno». La progresión «de esta última semana asusta». Lo que ha fallado, resume, «fue la prevención para no llegar aquí. Ahora será muy complicado arreglarlo». Tampoco lo ve claro Manuel Fernández, propietario del grupo Asgaya, con cinco restaurantes de cocina asturiana: «No podemos paralizar toda la ciudad, pero algunas medidas hay que tomar». Sus negocios escapan, de momento, a las restricciones, pero «tenemos trabajadores de los barrios afectados. Es duro para todos», asevera este empresario de Pola de Allande, que atribuye «al mayor movimiento de la capital» los malos datos. «Entra mucha gente con poco control, cuando en otros sitios hacen PCR».
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