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El barro se sigue acumulando en las calles pese al refuerzo de las labores de limpieza. P. P.
EL COMERCIO regresa de Valencia

Así vuelven a casa los voluntarios «entre la impotencia y la tristeza por lo vivido»

48 horas después de llegar a Valencia, EL COMERCIO emprende el viaje de vuelta a Gijón con los ocho trabajadores que repartieron más de cuatro toneladas de donaciones a los afectados por la DANA. Detrás queda un paisaje conmovedor que necesita más colaboración y apoyo

Patricia Pérez

Valencia

Jueves, 7 de noviembre 2024

Ya toca deshacer el camino de Valencia a Asturias. Quedan muchas horas de viaje para reflexionar, para ser conscientes de lo que se queda allí. De la amiga de Cristina, quién nos acogió en su casa, que vive en Paiporta y que aún, nueve días después de la DANA, no puede lavar la ropa. «Necesita ropa de batalleo porque cuando sale a la calle se llena de barro y queda todo prácticamente para tirar», relata. A pesar de todo, ya casi nadie acepta donaciones de prendas de vestir. Lo cierto es que sigue siendo muy difícil acceder al municipio en el que el pasado domingo acosaron a los Reyes, a Pedro Sánchez y a Carlos Mazón. De hecho, ayer solo pudieron entrar hasta el polígono David Vijande de y David Martínez. Vieron «coches hechos bola, vehículos apilados de tres en tres...». Pero allí todavía no llega mucha ayuda.

«Porque tenemos nuestras vidas y no podemos, pero es para quedarse ayudando meses. Lo que hemos hecho es un granito de arena en el desierto», resume Eduardo Sánchez, uno de los trabajadores de Diseña Soluciones que ha viajado con más de cuatro toneladas de donaciones desde Gijón hasta Valencia para entregar personalmente alimentos y productos básicos a los afectados por las riadas. Él echa de menos que se facilite la llegada de la ayuda a zonas devastadas, como Picanya. Y no es para menos. Ayer tardamos una hora en recorrer los 7,6 kilómetros que separan ese municipio de Aldaia. Y llegamos gracias a Nacho, un ciclista que se subió a una de las furgonetas para guiarnos por un atajo. Pero los coches particulares se mezclan con la ayuda humanitaria.

Una ayuda humanitaria que la gente quiere que se les entregue en mano porque de no hacerse así, tardaría mucho más en llegar. «Es verdad todo lo que se escucha. Hay mucho de todo, pero la logística falla», reflexiona José Vargas, gerente de la empresa situada en el polígono de Roces. «Muchos de los que nos aportaban donaciones decían que no se fiaban de que fuera a llegar donde tenía que llegar. Y eso lo corroboraba la gente de allí. Todos pedían que se lo entregaremos a ellos o a asociaciones de vecinos. En los grandes centros logísticos hay mucho atasco porque el proceso es manual. Allí llegan palés que hay que deshacer, abrir cajas y luego hacer paquetes para entregar. Y eso bloquea mucho. Sitios como los Jesuitas facilitan la labor al tener a decenas de voluntarios preparando bolsas listas para dárselas a quienes la pidiesen. Pero cuando avancen las labores de limpieza, los supermercados empezarán a estar abastecidos y el problema de los alimentos dejará de existir», desea. Pero los afectados seguirán necesitando mucha ayuda porque lo han perdido casi todo. Familiares, casas, negocios, coches...

Y da la sensación de que aún no son conscientes de todo lo que ha pasado. Ahora están afanados en limpiar las casas, calles, negocios y garajes que quedaron completamente anegados. Pero cuando ese trabajo finalice, llegará el momento de reflexionar en todo lo que han perdido. En todos los que faltan.

@juanjo99lorente
@juanjo99lorente

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«La sensación que me llevo es de pobreza. Supongo que antes de la DANA no era así, pero la riada ha convertido estos barrios en zonas de apariencia marginal», expresa con acierto David Rebollo tras ver con sus propios ojos calles llenas de barro, viviendas destrozadas, tiendas arrasadas y coches siniestrados ocho días después de aquel trágico martes 29 de octubre. Efectivamente, el agua lo ha cambiado todo. «Se ha llevado 36 años de mi vida», contaba Paqui el miércoles mientras limpiaba su tienda de pinturas de Aldaia. A pesar de todo, ella mantiene la esperanza y en parte es gracias a la solidaridad de todo un país.

Pero la solidaridad no basta cuando la ayuda es más necesaria que nunca. También hace falta mucha coordinación. Y de eso aún andamos escasos. Al menos es la sensación que le da Tom Luscombe. «La organización es muy mala. Quizás el Gobierno podría contribuir a mejorar ese aspecto para facilitar que la ayuda llegue antes», dice en un perfecto inglés de Bristol. Una reflexión que comparte Julián, que expresa cierta «impotencia por no poder hacer nada más por cuestiones puramente logísticas».

«Hay una desorganización muy grande. Es lo que más me ha chocado», añade Vijande, que se muestra impactado al recordar que «había zonas en las que parecía que no pasaba nada y otras en las que estaban saturados». Pese a todo, el avance tras el despliegue de militares, bomberos y policías es evidente. «En dos días hemos visto muchos cambios. Las carreteras ya están siendo despejadas», celebra.

Pero queda muchísimo trabajo por delante. Lo reflejan las fotos y los vídeos que se publican a diario, aunque el panorama impresiona más en persona. «Creo que aún no nos hacemos una idea de la magnitud que todo esto va a suponer a futuro», agrega.

«Algunas cosas son duras de ver. Mucha tragedia...», dice a este respecto Rubén Salazar, que, aunque, se muestra «contento de haber podido ayudar», no puede ocultar «la tristeza por lo vivido». Y es que aunque toda contribución es poca, la reacción de los vecinos cuando ven pasar a una furgoneta que anuncia «ayuda DANA» es impresionante. Son personas que lo han perdido casi todo (no sería justo decir que todo con tal cantidad de muertos) y aún así no dudan en ofrecer lo poco que les queda. Un café, un abrazo... «La gente es muy agradecida. Tenían una sensación de ánimo muy grande», expresa Vijande.

Jorge y Cristina acogieron en su casa de Paterna a la expedición asturiana.

De vez en cuando el olor al barro que mancha las alfombrillas de la furgoneta en la que estamos llegando a Gijón recuerda el horror que estarán viviendo a más de 870 kilómetros, y que seguirán padeciendo mucho tiempo, los cientos, miles de afectados por este horror. «En unas semanas irán yéndose los voluntarios y serán los valencianos los que tengan que tirar del carro». Lo reconoce Jorge, dueño de la casa que comparte desde hace tiempo con su mujer Cristina y que durante dos días dio cobijo a nueve desconocidos llegados desde Asturias. Esa fue su forma de ayudar en la tragedia.

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