Cualquiera que haya hablado más de dos minutos con Carlos López-Otín, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo, donde compagina su labor docente con el desarrollo de líneas de investigación sobre cáncer y envejecimiento, científico preclaro que aunque nacido ... en Sabiñánigo (1958) hizo de Asturias su lugar en el mundo, se habrá dado cuenta de que en su misma esencia radica su éxito. Una calma innata que parece emanar por todos sus poros contagia a quien le acompaña, a quien le escucha o aprende de él. De voz pausada, discreto y cariñoso en el trato, cualquiera podría decir de él sin duda alguna que era feliz; y de los resultados de tantas y tantas investigaciones que se hacían públicas y en las que él había tenido algo que ver no era complicado deducir que es un hombre extremadamente inteligente. Sin embargo, según cuenta en 'La vida en cuatro letras', que ayer salió a la venta, todo eso se truncó allá por el final del verano de 2017, cuando «todo comenzó a quebrarse» y el hombre que nunca debería haber sido infeliz comenzó a serlo, hasta el punto de encerrarse en sí mismo, presa de «un eclipse del alma», con el «apocalipsis» ante él cuando antes lo que veía ante él era el insondable infinito. «Desconcertado, confundido, atónito».
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Todo empezó en el momento en el que «lo que parecían unas pequeñas disputas profesionales acabaron por causarme una tristeza tan grande que el mundo empezó a temblar bajo mis pies», relata. Lo que pensó que pasaría pronto acabó por hacerle sentir «muy de cerca el aliento del acoso laboral», y su vida cotidiana se convirtió «en una pesadilla difícil de soportar». Al igual que sucedió a otros científicos, alguien estaba escrutando todos sus trabajos publicados en busca de posibles errores, de imprecisiones, de fallos, para hacerlos públicos en las redes. Una exposición –una persecución llegaría a decir el afectado– que alcanzaría su mayor grado mucho después, en enero de este mismo año, cuando la revista 'Journal of Biological Chemistry' retiró ocho de sus artículos al haber encontrado en ellos imprecisiones y errores que, aunque no invalidaban las conclusiones, no cumplían los requerimientos científicos para formar parte de la publicación.
No solo eso. «En plena vorágine de tristeza y decepción me comunicaron que se había producido una sorprendente infección en el bioterio en el que manteníamos a los ratones que habíamos creado durante más de veinte años de actividad para generar modelos animales de enfermedades humanas», animales en los que se había invertido miles de horas de esfuerzo. Frente a la infección, solo quedaba una solución: el sacrificio de los ratones. «Todos mis estudiantes y colaboradores se quedaban sin trabajo; sus proyectos de investigación iban directamente al cubo de la basura», recuerda con dolor. Dice Otín que, sin saber cómo, se deslizó entonces «por desfiladeros de niebla y laberintos de desilusión» hasta no importarle nada de lo que le rodeaba; se puso a «conversar con la oscuridad», se alejó de todo y de casi todos, poniendo Oviedo en el retrovisor y buscando en Francia una «sólida soledad». «Apenas guardé un hilo de ímpetu vital en un rincón de la memoria, por si me servía alguna vez para encontrar la salida de aquella encrucijada».
De esa situación desesperada nace la necesidad de Otín de repensar su vida, de escribir un libro de autoayuda concebido para auxiliar al autor más que a sus lectores. Y de ese esfuerzo por regresar a su situación original –que esperemos haya ya alcanzado–, de su análisis de la felicidad, de sus orígenes, de sus claves, nacen 14 capítulos que condensan por medio de un lenguaje sencillo las explicaciones que el científico considera relevantes para alcanzar el equilibrio personal. Para ello viaja al principio, a la creación del Universo, pone su lupa en ese planeta Tierra en el que hoy nos movemos, en el que hace 3.800 millones de años «una bactería tuvo el sueño de crear otra bacteria igual a sí misma». De cómo la evolución nos hizo seres pluricelulares, de cómo a partir de cuatro letras –las del título del libro–, A, C, G y T, y el código molecular que permite escribir el origen de la vida en una cadena de ADN llegamos a ser lo que somos: todos iguales, pero todos diferentes. Tan grandes y, a la vez, tan pequeños.
A partir de ahí, Otín habla de sí mismo para hablar del ser humano, de la imperfección que nos define como especie, de la enfermedad como algo intrínseco a nuestra existencia, de cómo evitarla, de cómo hacer nuestra vida más larga y mejor, pero también de la aceptación de la muerte. Nos recomienda disfrutar del presente, de la observación del mundo, nos propone ser solidarios y evitar las polémicas estériles. Detenernos y mirar en nuestro interior. Nos pide que nos preguntemos qué es lo que de verdad queremos para nuestra vida. Nos invita a que nos emocionemos, pero ya es tarde, porque él lleva muchas páginas emocionándonos. Antes de que escribiese el libro, y sin que él lo supiese, Otín ya era una de las claves de nuestra felicidad.
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