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PACHÉ MERAYO
Jueves, 15 de marzo 2018, 00:09
«Mi ambición es conocer el Universo». Son palabras de Stephen Hawking, pero no su voz. Pronunciadas por un ordenador de última generación se imponían en la sobria Facultad de Matemáticas, donde tenía el despacho de su cátedra Lucasiana, en pleno corazón de ... la Universidad de Cambridge. Allí asistió EL COMERCIO a la minuciosa selección de cada uno de los vocablos que el profesor decidía volcar sobre su altavoz. Solo así podía comunicarse. Las preguntas habían llegado a su mesa de trabajo con días de antelación y el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 1989, que eligió Oviedo para presentar su entonces nueva obra científica, ('Brevísima historia del tiempo' -en aquel 2005 se creía que sería la última-), contestó casi con rapidez. Su mano izquierda, abrazada permanentemente a un ratón de ordenador, buscaba con el único movimiento al que estaba abocado su cuerpo, el de una de las falanges de su dedo corazón, las respuestas en las que había invertido las horas previas al encuentro. Así, confesó sin demasiada demora que su ansiedad por el saber es en sí misma una auténtica satisfacción. «Sería aburrido ser Dios, porque la carrera del hombre necesita de un desafío intelectual», aseveró para dar constancia de que sobre su silla de ruedas vivía un buscador antes que un sabio. O quizá un sabio que lo era, precisamente, por su infinita capacidad de búsqueda.
Insistiendo en esa aventura del conocimiento, Hawking dijo no haber hallado todavía la teoría definitiva que explicara el Universo y aseguró estar contento por ello. «De llegar a una solución total tendría la misma sensación que un montañero después de llegar a la cima del Everest». Sería como quedarse sin retos.
El astrofísico que convirtió su libro 'Historia del tiempo' (1988) en un 'best-seller' científico, con más de 30 millones de ejemplares vendidos, llevaba ya entonces cuatro décadas soportando sobre su cuerpo una continua degeneración. A los 23 años le dijeron que viviría dos o tres como máximo. Vivió 53 más de lo pronosticado. Paralizado totalmente, solo su oído y su mente permanecían intactos. Pero con todo, a veces, si no le podía el cansancio, sonreía abiertamente. Todo lo abiertamente que le permitían sus músculos faciales. Pero es que Hawking reía con la mirada. Lo hizo aquel 2005 al rememorar su paso por esta tierra. Recoger el Premio de la Fundación Príncipe fue algo memorable, sobre cuyo recuerdo volcaba todo el cariño y cierta dosis de humor: «El premio ha sido bueno para mi reputación internacional y también para las ventas de mi libro en lengua española», dijo en aquella cita. Sonrió también el astrofísico, que departe su obra entre la ciencia y la filosofía -para algunos era, incluso, un poeta- al contestar improvisadamente si hay una sola ley física que pueda explicar todo el Universo. Tras una media hora de selección ordenada de palabras en su pantalla, durante la que más de una vez hubo de ser aspirada la huella de una evidente traqueotomía, Stephen Hawking explicó que «el Universo está gobernado por las leyes de la ciencia únicamente. Por varias leyes que se aproximan entre sí. Cualquier persona que no crea esto no es un científico».
No podía faltar en el encuentro en Cambridge una comparación con el padre de la teoría de la relatividad. Sobre esta cuestión puntualizó: «Me gustaría ser un héroe de la ciencia como fue Einstein. Pero yo no soy un genio, como él». Dicho lo cual le brillaron los ojos y añadió que le hubiera gustado recorrer el mundo sin ser reconocido. Y haciendo una vez más del humor recurso sentenció: «La silla de ruedas me hace imposible pasar inadvertido, moverme de incógnito».
Sobre lo que él consideraba su máxima aportación a la ciencia, explicó que no eran los agujeros negros en sí, sino el hecho de haber determinado que estos «no son enteramente negros». Son, decía, «cuerpos calientes, que no solo absorben toda la energía. También la emiten». Con esa sentencia concluía el encuentro con el astrofísico de fama mundial, organizado por el director de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, que promovió el viaje a la ciudad de Hawking para agradecerle su apoyo a la celebración del 25 aniversario de la institución, cuyos actos conmemorativos abriría pocos días después en Oviedo.
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