ARANCHA HERRANZ
Miércoles, 25 de marzo 2020, 01:35
Desde que a mediados de diciembre se hablara por vez primera de la irrupción de un nuevo virus, los investigadores sanitarios de medio mundo se han enfrentado a dos grandes retos. Por un lado, la carrera contrarreloj por encontrar la vacuna contra el COVID-19. ... Por otro, la investigación de medicamentos que palien y curen esta ya pandemia.
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El primer objetivo es a más largo plazo. En el segundo, ya se está demostrando la efectividad que pueden tener fármacos aprobados anteriormente para tratar otras enfermedades, como medida efectiva ahora para quienes ya están infectados por el coronavirus.
Se sabe de, al menos, cuatro compañías grandes farmacéuticas que están investigando la eficacia de una posible vacuna, según datos de las tres grandes asociaciones de esta industria en el mundo: la Federación Internacional de Fabricantes Farmacéuticos (Ifpma), la europea (Efpia) y la estadounidense (Phrma), junto a la Asociación de la Industria Farmacéutica de Corea (Krpia). Además, más de una veintena de grupos de investigación de universidades y otras instituciones también están analizando y creando posibles tratamientos contra el virus.
A mediados de marzo, fuentes oficiales de Estados Unidos anunciaban la puesta en marcha de un primer ensayo clínico para una vacuna en seres humanos, respaldado por el Instituto Nacional de Salud y en el que se cuenta con 45 voluntarios sanos. Sin embargo, y aunque estas pruebas salieran bien, los expertos ya avisan que es pronto para lanzar las campanas al vuelo: el desarrollo de la vacuna, con las pruebas consiguientes para comprobar su eficacia, tardaría como mínimo un año. Desde Ifpma hablan de un plazo de 12 a 18 meses para que sea accesible «en todo el mundo».
Pero, ¿cómo es posible que se esté empezando a desarrollar posibles vacunas cuando han pasado apenas unos meses desde la localización del virus? Según el director general de la Federación Internacional de la Industria Farmacéutica, Thomas Cueni, el hecho de que solo un mes después de que apareciera el COVID-19 YA se descifrara y compartiera públicamente su genoma ha permitido a los investigadores comenzar rápidamente las primeras etapas de investigación y desarrollo.
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La comunidad científica también aprendió mucho de la epidemia de SARS en 2003. Entonces se desarrollaron tecnologías avanzadas para posibles tratamientos que se han podido adoptar en la lucha contra el nuevo virus.
Firmas farmacéuticas como Janssen o Sanofi Pasteur trabajan desde hace semanas para acelerar el desarrollo de esta posible vacuna. Mientras, la compañía GSK está trabajando en tres vías de investigación. Una, junto al consorcio CEPI, asociación formada por organizaciones públicas, privadas, filantrópicas y civiles con el objetivo de desarrollar vacunas para detener futuras epidemias; otra, junto a la multinacional china de biotecnología Clover Biopharmaceuticals; y, por último, el laboratorio ha puesto su tecnología a disposición de la Universidad de Queensland (Australia) para un posible desarrollo. Con esta última institución también está trabajando la farmacéutica australiana CSL Limited para el desarrollo de una posible vacuna.
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Los plazos de esos trabajos son difíciles de predecir por ahora, pero se estima que los primeros ensayos clínicos no comenzarán hasta abril o incluso mayo. Esto significa que pasarán varios meses antes de que los tratamientos estén listos para estudios clínicos más grandes. Una vez haya suficiente información disponible, la Agencia Europea del Medicamento (EMA, por sus siglas en inglés) ya ha anunciado que evaluará cualquier solicitud de autorización de comercialización dentro de los plazos más cortos posibles.
Pero mientras se investiga esta posible vacuna -la Comisión Europea financiará al laboratorio alemán CureVac-, otra buena parte de la investigación para el tratamiento del coronavirus se centra en estos momentos en la eficacia que pueden tener otros medicamentos, ya testados en diferentes enfermedades, para el COVID-19.
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Terapias seguras
Al cierre de esta edición, la mayoría de las terapias potenciales que están resultando eficaces son medicamentos ya autorizados oficialmente para otros propósitos. Pero el fin último sigue siendo encontrar y acelerar la aprobación de terapias seguras y efectivas para tratar a las personas infectadas por el nuevo virus lo antes posible.
De hecho, son al menos 30 medicamentos antivirales -que se usan para el tratamiento de otros virus- los que ya se están probando para ver su eficacia contra el COVID-19. Entre ellos se encuentran antivirales probados anteriormente para el Ébola y el VIH, que ya han comenzado rápidamente sus ensayos clínicos y la revisión de la literatura para uso urgente. Otra línea de investigación incluye inhibidores ACE (enzima convertidora de angiotensina), inhibidores de la proteasa y fármacos inmunoterápicos, cuya actividad se ha visto relevante para hacer frente al nuevo coronavirus.
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Entre el grupo de estos medicamentos candidatos se encuentran posibles tratamientos como la combinación de los fármacos antivirales Lopinavir y Ritonavir, del laboratorio estadounidense AbbVie; el antiviral Remdesivir, de Gilead; el inhibidor Zanamivir, de la compañía británica GSK; o el Interferón, investigado por las farmacéuticas Roche, Merck y Bayer. La firma Takeda ha iniciado el desarrollo de un fármaco derivado del plasma sanguíneo. Y otras compañías, como Pfizer, han anunciado una evaluación preliminar de ciertos compuestos antivirales que estaban en desarrollo, y que ya inhibieron la replicación de coronavirus similares al que causa el COVID-19 en células cultivadas.
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