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Científico. Carlos López Otín ha desarrollado su carrera en la Universidad de Oviedo. TECUEME ESTUDIO

Carlos López Otín: «La emoción de descubrir es una de las sensaciones más profundas del ser humano»

«En la ciencia conviven muchas decepciones con algún momento puntual de satisfacción»

M. F. Antuña

Gijón

Viernes, 27 de septiembre 2024, 11:53

Es una auténtica eminencia científica, un hombre que desde Asturias ha hecho investigaciones de primer nivel de manera especial en asuntos relacionados con el cáncer y el envejecimiento y es por encima de todo un ser humano sensible con un don infinito para divulgar, para contar de manera fácil lo difícil. Lo ha demostrado con sus libros, sus enseñanzas y sus estudios Carlos López Otín.

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–Una vida entera dedicada a investigar. ¿Qué tiene de emocionante y maravilloso hacerlo y qué no?

- La emoción de descubrir, una idea que aprendí del profesor Severo Ochoa, es una de las sensaciones más profundas que puede alcanzar el ser humano. Además, si un descubrimiento ayuda a mejorar la vida, aunque solo sea la de una única persona, la emoción alcanza unas cotas difíciles de imaginar. Por supuesto, investigar y buscar el conocimiento en cualquier disciplina científica o humanista, que para mí son la misma cosa, no es una tarea nada sencilla. Mi visión de la dureza asociada a este compromiso vital ha ido cambiando con el tiempo: el esfuerzo y la dedicación nunca fueron un problema, la falta de apoyos se puede llegar a paliar desarrollando nuevas ideas, acudiendo a muchas convocatorias y llamando a todas las puertas, pero lo que no se puede reemplazar es la falta de talento. El descubrimiento de que las peores personas que he conocido en 65 años forman parte de estructuras académicas es sin duda el momento más duro de mi carrera universitaria desde que comencé mis estudios en la inolvidable Universidad de Zaragoza con apenas 16 años y sin saber casi nada del mundo y de la vida.

–¿Cuál es la belleza de enseñar?

–El día de la primavera de 1987 en el que me instalé en Asturias para comenzar mi tarea docente en la Universidad de Oviedo es uno de los momentos más importantes de mi vida. He dado clase a más de 15.000 estudiantes asturianos, lo pienso ahora y me parece abrumador. Recuerdo los nombres de muchos de ellos, todos me regalaron momentos especiales, incluyendo su atención en clase, sus preguntas, sus dudas, su respeto y en definitiva su curiosidad y su tiempo.

–¿Qué se aprende enseñando? ¿Qué ha aprendido usted?

–Maravillosa pregunta, en mi mente los cursos acababan no cuando señalaba el calendario académico sino cuando ya no me quedaba claro quién era el que enseñaba y quién era el que aprendía. En estos 37 últimos años, he conocido en las aulas a auténticos genios, a los que recuerdo con profunda admiración. La gran mayoría de ellos son asturianos haciendo verdad una vez más mi idea de que el talento es el bien mejor repartido en nuestro planeta. No todos sacaban las máximas notas, ese nunca debe ser el objetivo, pero todos estaban unidos por el afán de aprender y utilizar su indiscutible talento para progresar en el conocimiento. En mi último libro, todavía sin publicar, hago un curioso homenaje a algunos de estos estudiantes, ya sean alumnos o discípulos, que son distintas categorías del proceso educativo.

–Vamos con la divulgación. ¿Hasta qué punto es importante saber contar bien las cosas?

–Siempre digo a mis alumnos que uno no sabe algo si no es capaz de contárselo a los demás. No es fácil explicar con claridad cuestiones científicas que parecen muy abstractas a los que no tienen una formación amplia en cualquiera de las disciplinas que abordemos. Además, no todos los científicos, ni siquiera los excelentes, son buenos divulgadores. Todo requiere talento y esfuerzo, y esta parte del proceso de transmisión de conocimiento es muy exigente y poco valorada. De todas formas, miro hacia atrás y me doy cuenta de que en los medios de comunicación se ha avanzado de manera extraordinaria en la difusión y divulgación rigurosa de la ciencia.

–Volvamos a investigar. ¿Recuerda cuál fue su primer momento eureka? ¿Recuerda si esa sensación se mantuvo siempre igual?

–Sí, recuerdo bien mis primeros experimentos en un laboratorio, fue en el Hospital Ramón y Cajal, y todavía era estudiante de la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Complutense de Madrid. Aquellos experimentos trataban de descifrar la estructura primaria de una proteína humana de función desconocida. Este tipo de trabajo era entonces muy complejo y con un componente de manualidad muy importante. Cuando conseguimos completarlo, para lo cual tuve que viajar a la Universidad de Lund en Suecia donde aprendí unas técnicas que en España no teníamos disponibles, sentí una curiosa satisfacción: la del deber cumplido, la de haber respondido a la responsabilidad que me habían otorgado Margarita Salas, Enrique Méndez y Anders Grubb, mis mentores y supervisores en ese tiempo. Esta misma satisfacción me ha acompañado siempre y espero que no me abandone nunca, aunque las circunstancias y la dimensión de mi trabajo actual sean ahora muy distintas.

–¿Hasta qué punto hay que saber convivir con la decepción en la ciencia y en la vida?

–De nuevo una pregunta esencial, la ciencia no es una actividad diferente a cualquier otra, no la idealizo en absoluto, todo depende de cómo se afronte, de quiénes hayan sido tus maestros, y de cuáles sean tus ambiciones. Esto es lo que marca el rumbo de la vida científica, en la que conviven muchas decepciones con algún momento puntual de satisfacción. Lo que he aprendido en estos últimos años es que hay muchos científicos que acumulan grandes dosis de frustración y he reflexionado y escrito sobre ello. Mi conclusión es que además de los factores externos causantes de insatisfacción, que en la sociedad actual cada vez parecen ser más universales, hay algo que se podría corregir con la adecuada educación, y este algo es saber dónde están los límites de nuestros talentos. Hay que tener claro que no todos tenemos los mismos dones y hay que asumir que hay metas que no estamos capacitados para alcanzar, por mucho que elevemos la voz para disimular nuestras carencias. Admitir nuestras imperfecciones es una buena receta de bienestar emocional, pretender ser lo que no somos es avanzar hacia la frustración cotidiana hasta alcanzar situaciones como la de hacer responsables a los demás de nuestras propias limitaciones.

–Cuando mira atrás, a tantos años de trabajo, ¿qué ve? ¿Qué siente?

–Me siento contento y agradecido a todos los que me han ayudado a que desde un pequeño lugar de la periferia de un país poco aficionado a la ciencia hayamos hecho contribuciones que han tenido un impacto en el conocimiento y en la vida de muchos miles de personas en todo el mundo. No creo que nadie hubiera vaticinado que desde Asturias pudiéramos haber realizado estos avances. Las anécdotas que he acumulado en este sentido son innumerables, la displicencia y falta de respeto de algunos sería digna de darles merecido protagonismo en un futuro libro, pero afortunadamente los índices bibliométricos actuales, aunque no son perfectos, dicen muchas verdades, y los de nuestro laboratorio nos han situado en lo más alto a nivel nacional y entre los mejores del mundo. Para mi sorpresa, estos últimos años de tanta decepción sobre la sociedad que me rodea, han sido los mismos en los que nuestros trabajos han logrado una dimensión colosal alcanzando unas cifras impactantes. Todo esto provoca pequeñas, curiosas e íntimas satisfacciones que se desvanecen cuando te das cuenta de todo lo que falta por hacer.

–¿Qué ve al mirar hacia adelante?¿Qué siente que le falta por hacer?

–En todo este largo tiempo, no he dejado de trabajar ni un solo día, pese a que cuando cumplí los 65 años el pasado diciembre me desvinculé de la Universidad de Oviedo. Además de seguir tutelando a algunos estudiantes y discípulos, mi mente ahora trata de buscar nuevos marcos de pensamiento que ayuden a integrar conocimientos dispersos y nos ayuden a crear visiones más completas de los muchos problemas pendientes en torno a las claves de la salud y de la vida. Tras una vida dedicada a estudiar estas cuestiones molécula a molécula, proteína a proteína, o gen a gen, mediante aproximaciones reduccionistas, ahora se dan las condiciones para intentar avanzar en ideas de integración y regulación, dos palabras clave en mi vocabulario personal y científico.

–Ha investigado sobre el cáncer. ¿Se ha roto definitivamente ese estigma de la larga enfermedad?

–En general, ya no se habla en susurros ni con vergüenza de esta enfermedad. Siempre recordaré que el día que Julia Otero mostró mi libro 'Egoístas, inmortales y viajeras' en su primera intervención pública en televisión tras ser diagnosticada de cáncer, se agotaron en unas pocas horas todos los ejemplares disponibles en ese momento. Julia y otros como ella han hecho un gran favor a la Oncología y a la sociedad, al hablar con claridad de una enfermedad que hoy sabemos que, a lo largo de nuestras vidas, afectará a uno de cada dos varones y a una de cada tres mujeres. Por supuesto, sigue faltando información, pero afortunadamente tenemos ejemplos como la AECC a nivel nacional y la Asociación Galbán en Asturias que realizan una labor excepcional en todos los ámbitos posibles.

–No lo vamos a erradicar, suele decir usted. ¿Pero en qué lugar estamos en el proceso de domarlo y a dónde vamos a llegar?

–Esta afirmación puede sonar muy rotunda, pero todo me lleva a pensar que mientras no seamos robots alimentados de electrones, el cáncer estará presente en nuestras vidas, porque forma parte de nuestra esencia biológica y nuestro pasado evolutivo. Todos los organismos pluricelulares desarrollan o desarrollaron tumores, incluso las plantas y los dinosaurios. Este hecho no significa que el cáncer sea una enfermedad incurable. Cada vez se diagnostican más tumores, pero al mismo tiempo su tasa global de curación aumenta. En conjunto, hoy es más fácil sobrevivir a un cáncer que sucumbir a esta enfermedad, pues más de la mitad de los tumores malignos se curan completamente. Hace 30 años estábamos muy lejos de esta esperanzadora situación. Sin embargo, todavía hay mucho desequilibrio en estas cifras dependiendo del tipo de tumor considerado. Así, algunos cánceres se curan muy mayoritariamente y en otros apenas hay resultados positivos. Ante esto solo cabe una estrategia: prevenir para vivir y conocer para curar.

–Dígame cuál es la clave para mantenerse joven en lo físico y en lo mental, que ya me dirá qué es más importante si lo uno o lo otro.

–En París he estado trabajando con mi querido amigo y colega Guido Kroemer en los mecanismos celulares que determinan el impacto del componente emocional sobre nuestra salud. Más en concreto, hemos propuesto que el envejecimiento es un proceso natural pero complejo, determinado por un mínimo de doce claves moleculares distintas, que recogen aspectos físicos y psicosociales. Todos ellos influyen en nuestra manera de responder al paso del tiempo. Hay algunas maneras de modular estos ritmos individuales, entre ellas algunas tan sencillas como una buena nutrición, austera en lo global y rica en productos frescos y naturales; además, hay que huir del sedentarismo y practicar ejercicio de manera moderada pero frecuente, tratar de mantener, por imposible que a veces parezca, el equilibrio emocional adecuado ante las adversidades que a todos nos trae la vida, y por último, mantener el altruismo y la curiosidad, que para mí son excelentes elixires de longevidad.

–¿Hasta dónde, cuándo y cómo merece la pena aspirar a la longevidad?

–Hablar de la eterna juventud y de la inmortalidad y dedicar sumas multimillonarias a fomentar estas ideas me parece una obscenidad. La vida es un don provisional, por eso no se trata de vivir más sino de vivir mejor, y no solo en lo que se refiere a uno mismo sino de manera general en el entorno social en el que se desarrolla nuestra existencia cotidiana. Para ello, nada mejor que fomentar la educación y la equidad. Fácil de decir, difícil de llevar a la práctica en el mundo actual.

–Es un hombre de ciencias y es un hombre de letras. ¿Cuánto importa la belleza, el arte, la música, en su vida y en la de todos?

–He tenido la suerte de recibir una educación amplia y diversa, primero a través de mi familia, después descubriendo la vida con mis amigos de infancia, más tarde aprendiendo de mis profesores y mentores en la escuela, en el instituto de mi pueblo y en la Universidad, y ya cuando tuve la oportunidad de ser profesor e investigador, seguí aprendiendo de mis alumnos y discípulos, de los pacientes y de sus familias, de los viajes, de la naturaleza, de las artes, de los libros, de las conversaciones de todo tipo, y así se fue conformando un profundo aprecio por la búsqueda y el disfrute del conocimiento en el que ya no es posible distinguir entre unas u otras disciplinas, ni siquiera entre las Humanidades y las Ciencias. Lo percibo bien ahora cuando escribo libros o artículos divulgativos, y a la vez repaso mis últimos artículos científicos y me doy cuenta de que nuestro trabajo siempre ha tenido una finalidad social, ese fue siempre el último objetivo: conocer para curar.

– Ya sabe que aquí le damos por asturiano. Dígame usted qué siente que tiene de esta tierra.

–Hace unos días hablaba con uno de mis más queridos discípulos, Xurde Menéndez Caravia, o Xurde de Quintes como lo llamo siempre, y comentábamos la idea de lo que representa ser asturiano. Él lo es de pura cepa y hasta tradujo a su lengua materna asturiana uno de mis libros: 'La vida en cuatro letras'; en mi caso la pertenencia fue de adopción, conocí a Gloria y vine aquí a vivir y a trabajar, mis hijos nacieron en Avilés, y decidí que Asturias sería mi lugar en el mundo. Ahora, por pura salud mental, tuve que tomar distancia, lo cual es una gran paradoja, que invita a la reflexión, pero lo que no cambiará nunca es lo que hablamos con Xurde en nuestra reciente conversación, lo que de verdad importa es el compromiso, y lo cierto es que puse todo mi empeño en comprometerme con Asturias. No fue una tarea difícil, estuve rodeado de una inmensa mayoría de gente excepcional, esa a la que defino como la gente normal, y siempre recibí un apoyo social conmovedor. Este reconocimiento de EL COMERCIO es un buen ejemplo de lo que aquí he vivido.

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