Borrar
Urgente Muere Mario Vargas Llosa, genio de las letras hispanas
MAR. Aspecto de la Playa de Niembro, cerca de donde cuentan que estuvo un submarino alemán. / DAVID ESPINOSA
El misterio de María
EL ESPEJO DE TINTA

El misterio de María

Todavía está por escribir, y buena falta que nos hacía, una historia marítima asturiana. Hay capítulos sueltos como los que escribió -muy bien por cierto- José Evaristo Casariego

POR XUAN BELLO

Domingo, 5 de noviembre 2006, 02:25

(que no sé por qué aquel señor de capa española que conocí en la Librería Santa Teresa hace tantos años aparece y reaparece en mi memoria con puntualidad casi kantiana) y esas cosas que te encuentras al azar, en papeles viejos comprados en El Fontán, o que alguien te cuenta por pasar el rato sin darle demasiada importancia al asunto. Mientras esperamos y no por ese compendio de historias, que habría de comenzar con las aventuras famosas de Diego de Valdés en China, aquí va un apunte de uno de sus sucesos más extraños: la presencia casi continua, en 1945, de submarinos nazis en nuestras costas. Me lo contaron en Niembru, tras una comida donde las verdinas con marisco invitaban a soñar distancias y el chupito de orujo blanco calentaba las palabras. Andrés, que se ha hecho hace años un chalet en las inmediaciones, y que maldice casi a gritos la urbanización de adosados que están construyendo ahí a un tiro de piedra, se siente como expulsado del paraíso. No es de aquí, sino de Lieres, pero en este concejo de Llanes se encontró, hace ya treinta años, con que la tierra le hablaba en su mismo acento. Ha grabado -la etnografía es su pasión- a todos los ancianos del lugar y tiene preparada, para cuando haya ocasión de publicarla, «una rellación de las cosas chocantes que pasaren en Niembru y rodiada, amás d'unas notas pensatibles jechas n'asturianu de Llanes a la manera de mio señor Montaigne»; ya ha cumplido sesenta años y sigue escribiendo: cuando cumpla setenta y cinco, si el huerco no le da la lata antes, tendrá ya acabada una obra que incluye un diccionario de la lengua del lugar, la transcripción con su notación musical de un millar de canciones y exactamente 366 cuentos que refieren, desde el año de Maricastaña, la historia de Niembru y sus hijuelas.

-Siempre me gustaron los años bisiestos -nos dice para aclarar lo de los 366 cuentos, y añade-: ¿Sabéis que en Inglaterra se celebra el 29 de febrero el día de la propina? Pues eso es lo que yo quiero hacer, darle una propina a Niembru -dice mirando el cementerio sobre el mar y espantando con su mano, inútilmente, el revuelo que momentáneamente han levantado las gaviotas.

En 1945, cuenta confidente, atracó muy cerca de Niembru un submarino nazi. Yo ya había oído hablar de algunos de ellos, tal vez del mismo; los pescadores del puerto de L.luarca vieron uno varias veces y en las tabernas del puerto, llegó la noticia hasta Tinéu, se habló de la nave fantasma que viajaba hacia la Isla Incógnita, esa que no aparece en los mapas; en el puerto de Xixón atracó uno, averiado, y venía cargado de prostitutas que el III Reich destinaba al Frente norteafricano; esta última historia, por cierto, tiene gracia: estuvieron varios meses en Xixón y las prostitutas salieron a ganarse la vida como pudieron, lo que provocó algún problema vecinal. Se habla, incluso, de una manifestación espontánea de las de su gremio quejándose, pues las germanas cobraban menos y hacían cosas que no era decente hacer con dinero de por medio.

Andrés se ríe y me cuenta que el submarino que él me refiere, averiado o no, estuvo casi tres meses, supone que esperando órdenes, frente a Niembru. Por la noche, cuando el silencio del mundo cubría la tierra, mandaban una barca al pueblo a por víveres y agua fresca. Miro la bocana del pequeño puerto, y la playa de La Entrada hacia el fondo como un laberinto entre peñas que busca su salida hacia el mar, e imagino, ya muy metida la noche, a aquellos hombres callados, respirando hondo.

-Estaban en misión secreta y las autoridades de aquí, por lo que yo sé, no sabían que estaban en Asturias- me dice Andrés.

En 1945 varios submarinos alemanes trasladaron el oro del Reich desde Europa a la Patagonia. La idea, con la aquiescencia del General Perón, era reconstruir en el desolado sur del mundo los cimientos del IV Reich. No fue así, evidentemente, pero hoy sabemos que las naves sumergibles comandadas por Otto Wermuth arribaron a las costas argentinas y que algún jerarca nazi, ya vencida Alemania en la guerra, sobrevivió con impunidad. Aún hoy algún destacado banquero tiene que negar quién fue su abuelo. Bueno, esto es por lo menos lo que me cuenta Andrés. Y añade:

-Fue un crimen horrible.

Se entretiene, pictórico, en detalles que no vienen a cuento: que si los vecinos de El Cuetu algo sospechaban, y que los de los de La Moría eran los que les vendían comida y agua fresca. El caso es que la marinería de aquel submarino, por lo menos los diez que por la noche se arriesgaban cada tres días en una barca a llegar hasta el pueblo, llegaron a intimar con los parroquianos del bar y que, muy entrada la noche, se organizaban con acordeón y vodka unas timbas que no se recordaban ni cuando la República. Todo se llevaba muy en secreto pero en aquel marzo, me cuenta, alguna mujer del pueblo llevaba, de pañoleta, un pañuelo de seda.

Una de ellas, bellísima, era María. Andrés me da también sus apellidos, por si juzgo necesario usarlos, y me dice que en el pueblo suponían que era una maestra republicana, nacida en Madrid, de buena familia; su padre, bien situado en el franquismo, la había enviado a Niembru a una casa que se había comprado antes de la guerra y que había permanecido mucho tiempo vacía: allí, dice Andrés, su padre la supondría al abrigo de injurias, lejos de las miradas acusadoras que recordasen que su marido había sido un comisario político muy conocido en la defensa de Madrid.

-Esto es lo que suponían de María, pero lo que sucedió después no cuadra con la historia- me dice Andrés.

-¿Y qué sucedió?- pregunto.

-Nunca se supo muy bien por qué sucedió. Los marineros alemanes estaban muy borrachos, es cierto.

María empuñaba un arma y miraba sin ver. Sobre el suelo, muerto, yacía sin vida uno de los oficiales. El silencio se espesó en el humo de los cigarros y las miradas de los vecinos se escondían en la sombra. De repente, aquella muchacha se puso a hablar en alemán como dando órdenes. Los soldados formaron y se fueron con ella en la barca, rumbo al submarino.

-Nunca volvieron. La tumba del marinero alemán, si la quieres ver, está ahí en el cementerio.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcomercio El misterio de María