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«Nuestra responsabilidad como arquitectos es mejorar la condiciones de vida de la gente», recita como un lema vital Shigeru Ban, flamante Premio Princesa de la Concordia, desde su estudio tokiota. El mago de la arquitectura humanitaria y sostenible, capaz de obtener la máxima eficacia ... con los materiales más insospechados, que se ha alzado con el galardón por levantar viviendas dignas y confortables de cartón y papel en lugares devastados por seísmos e inundaciones; por ofrecer cobijo a miles de personas que huyen de las guerras y las catástrofes en todo el mundo. Pero, como el maestro japonés explica a EL COMERCIO, cada vez se siente menos solo en este empeño que lo guía desde hace ya más de tres décadas: «Ahora, muchos estudiantes y arquitectos jóvenes están interesados en trabajar para las personas después de un desastre y en comunidades pobres. Cuando ocurrió el terremoto de Kobe, en 1995, yo era el único arquitecto en la zona de emergencia. Ahora, ya no».
Lo ve a diario en VAN, la ONG de voluntarios que lleva su sello. Y lo comprueba también sobre el terreno en lugares como la frontera entre Polonia y Ucrania, donde continúa trabajando codo con codo con sus «amigos arquitectos polacos» en «proporcionar espacios que garanticen privacidad a los refugiados». Aunque su compromiso con el pueblo ucraniano va más allá. «Estamos preparando un sistema de vivienda asequible para ser producido por personas sin ninguna cualificación», avanza este hombre de acción que considera la arquitectura como una obligación moral y que reconoce que, cuando estudiaba en EE UU, no pensaba convertirse «en este tipo de arquitecto». Pero algo empezó a cambiar dentro de él cuando reconoció «la gran suerte» de que, gracias a sus padres (empleado de Toyota él, diseñadora de moda ella), el dinero no fuese una preocupación: «Y, en correspondencia, sin proponérmelo, empecé a valorar como algo normal dedicar parte de mi tiempo a otros».
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Azahara Villacorta
Fue el inicio de un camino marcado por la elegancia, la empatía y la imaginación de sus construcciones que en 2014 le llevaría a alzarse con el Pritzker, el Nobel de arquitectura. Un galardón que llegó para reconocer que sus «refugios reciclables de bajo coste devuelven la dignidad a las víctimas». Algo que este creador que siente pasión por lo que hace no diferencia demasiado de sus encargos privados: «Para mí, trabajar para ricos o para supervivientes de una catástrofe no es tan distinto. El tiempo que le dedico y la satisfacción que obtengo son parecidos. La única diferencia es que unos me pagan y otros no».
Casas experimentales, pabellones de exposiciones, salas de conferencias, centros culturales y edificios de oficinas llevan también la firma de quien recomienda a los jóvenes arquitectos «viajar por todo el planeta» y «no ser esclavos de las nuevas tecnologías», algo que considera «peligroso». Un maestro en lucha contra el cambio climático que piensa que «los desarrollos urbanísticos están cambiando porque nos estamos dando cuenta de que las cosas se puedan hacer de otras forma» y que detesta malgastar materiales, una herencia también de sus padres y que, además, «está en la cultura japonesa»: «A medida que son más baratos y la fuerza de trabajo más cara, a veces lo hacemos. Pero malgastar no nos hace mejores».
El próximo octubre, Shigeru Ban -que de niño soñaba con ser carpintero y que, además de ser devoto de colegas como Frei Otto, confiesa su admiración por los médicos- viajará por vez primera a Asturias para recoger su galardón. Un momento que espera «con ansia» mientras sigue proyectando su edificio más importante: «Me gustaría construir más por todo el mundo y colaborar con constructores, agentes y 'carpinteros' locales».
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