De izquierda a derecha y de arriba abajo, Mateusz Zuwalski, Edek Karczuga, Krzysztof Krazk, Marcos Fernández, Joaquín Rodríguez, Jacek Maciaga, Alejandro Fernández, Jorge Simón, Urcesino Menéndez y Wieslaw Kurasz, trabajadores asturianos y polacos de una subcontrata de Hunosa en el pozo Carrio. JUAN CARLOS ROMÁN

«La historia de Polonia es muy triste, pero siempre nos levantamos y luchamos»

La comunidad polaca en Asturias agradece la concesión del Premio Princesa de la Concordia a Gdansk | Millones de toneladas de carbón entraron a El Musel con destino a la industria de la región, a la que también llegaron cientos de mineros

A. VILLACORTA / M. ROJO

LAVIANA / GIJÓN.

Domingo, 16 de junio 2019, 03:36

El Premio Princesa de Asturias de la Concordia a la ciudad de Gdansk, convertida en un símbolo de la lucha por la recuperación de las libertades cívicas en Europa, acaba de unir una vez más a Asturias y Polonia. Dos tierras cosidas por lazos invisibles que tienen mucho que ver con el carbón y la solidaridad, porque en esa urbe a orillas del Báltico nació Solidarnosc, la primera unión de sindicatos independientes de Europa oriental. Y porque, desde aquellos astilleros llegaron a Gijón, a lo largo de los años setenta y ochenta, millones de toneladas de carbón polaco con destino a la industria siderúrgica de la región, principalmente a Ensidesa.

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En El Musel entraban regularmente buques como el 'Ea' y el 'Castillo de la Mota', el 'Elanchove', el 'Ermua' o el 'Manuel Yllera', con cargas de hasta 50.000 toneladas de carbón siderúrgico para las factorías asturianas.

Y, desde allí, Lech Walesa, electricista de los astilleros Lenin y, con el correr del tiempo, presidente y Premio Nobel de la Paz, prendió la mecha de un movimiento que contribuyó al desplome del comunismo en Polonia, allanando de paso el camino hacia la caída del Muro de Berlín en 1989.

Unos años de plomo que recuerdan muy bien Jacek Maciaga y Wieslaw Kurasz, mineros en el pozo Carrio, en Laviana, donde trabajan para Carbomec -una de la subcontratas de la hullera pública Hunosa- en desmantelar lo poco que queda de la explotación, de donde hace más de un año que no sale carbón.

«Fueron unos tiempos en los que no pasábamos necesidades y todo el mundo tenía su trabajo y su vida, pero, a la vez, no teníamos libertad para cosas tan básicas como viajar y, si querías comprar una nevera o un televisor, podías estar dos días en una cola», cuenta con una sonrisa desde sus profundos ojos azules Jacek Maciaga, jefe de un equipo en el que se mezclan asturianos y polacos y que, después de treinta y cinco años cotizados, asiste al negro futuro del sector extractivo con la vista puesta en la ya cercana jubilación.

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También Wieslaw Kurasz, «asturiano de pura cepa» tras pasar por las galerías de Figaredo, Sotón, Candín, La Camocha y el mítico pozo María Luisa, es uno de los cientos de mineros que llegaron a Asturias dejando atrás a sus familias para empezar aquí una nueva vida. Y aquí se quedó, afincado en Gijón, para regresar cada año a su pueblo, «cerca de Katowice», y poder estar con sus dos hijos, «que ya tienen cada uno sus trabajos», relata orgulloso.

Kurasz, que recuerda «las inyecciones de yodo» que recibió tras la tragedia nuclear de Chernóbil, en la vecina Ucrania, habla junto a otro compañero -que se crió «a pocos metros del campo de concentración de Auschwitz»- de la segunda gran guerra y de «todo aquel sufrimiento que generó».

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Así que ninguno de ellos tiene duda de que «el de Gdansk es un premio merecido, igual que lo hubiese sido, y mucho, el de la Brigada Minera de Salvamento», otro de los grandes candidatos de esta edición de los Premios, que recibió miles de apoyos llegados desde todos los rincones del planeta.

«Estamos muy contentos y muy agradecidos de que se acuerden de Polonia una vez más», resume Jacek, también con dos hijos en su país natal y una tercera nacida aquí tras rehacer su vida en Pola de Lena.

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Porque, además de a una urbe que fue escenario de la primera batalla de la contienda cuando el 1 de septiembre de 1939 el ejército nazi invadió Polonia a través de la península de Westerplatte -situada frente a la ciudad y donde una escasa guarnición de soldados polacos logró resistir heroicamente en inferioridad de condiciones durante una semana- piensa, como sus compañeros, que este también es un premio al pueblo polaco y a su espíritu de resistencia frente a la adversidad: «La historia de Polonia es muy triste, pero siempre nos levantamos y luchamos».

Y Gdansk, como símbolo, «un punto crucial donde el espíritu de Europa consigue renacer una y otra vez frente a la intolerancia o la opresión». Porque -según el jurado- «la historia y el presente de la ciudad son un ejemplo de sensibilidad ante el sufrimiento, de solidaridad, de defensa de las libertades y los derechos humanos y de extraordinaria generosidad».

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Así sigue demostrándolo a día de hoy, especialmente a través de programas que luchan por la defensa del colectivo LGTB y la integración de quienes llegan de otras latitudes buscando refugio. Inmigrantes como Jacek, Krzysztof, Mateusz, Edek, Kurasz, que Asturias recibió un día «con los brazos abiertos».

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