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A. VILLACORTA / M. ROJO
OVIEDO / GIJÓN.
Viernes, 14 de junio 2019, 04:50
Igual que ocurriera hace dos años, cuando la Unión Europea (UE) fue la elegida, la balanza del Premio Princesa de Asturias de la Concordia se inclinó ayer del lado europeo, porque el galardón recayó en la ciudad polaca de Gdansk, tal y como anunció pasado el mediodía el jefe del Ejecutivo asturiano y presidente del jurado, Javier Fernández.
Él fue el encargado de leer en el Salón Covadonga del ovetense Hotel de la Reconquista el acta que reconoce a la capital de Pomerania y principal puerto del país como un «símbolo histórico y actual de la lucha arriesgada por las libertades cívicas», además de como «un punto crucial donde el espíritu de Europa consigue renacer una y otra vez frente a la intolerancia o la opresión».
Y es que -según el jurado- «la historia y el presente de la ciudad de Gdansk son un ejemplo de sensibilidad ante el sufrimiento, de solidaridad, de defensa de las libertades y los derechos humanos y de extraordinaria generosidad».
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La historia, tozuda, así lo ha demostrado una y otra vez desde que ocho proyectiles cayesen el 1 de septiembre de 1939 sobre Westerplatte, un brazo de tierra que alojaba unas instalaciones militares polacas en la actual Gdansk, a orillas del Báltico. Aquel ataque alemán daba inicio a la invasión de Polonia y, por tanto, a la Segunda Guerra Mundial y, a pesar de que los nazis contaban con más de 3.000 efectivos y eran 210 los que defendían la plaza, la escaramuza se alargó durante una semana, causando los defensores de la ciudad alrededor de 300 bajas, entre muertos y heridos, al ejército de Hitler.
Gdansk, por aquel entonces, y tras el Tratado de Versalles, era una Ciudad Libre, Dánzig, y, cuando acabó la contienda, en 1945, había sido destruida en un 90% y el 90% de su población había huido o fallecido. Tras la conferencia de Postdam, fue cedida a Polonia y su casco antiguo, reconstruido por polacos, alemanes y flamencos, por hebreos, holandeses y escoceses, dejando todos su huella en la actual fisonomía de la urbe, que recuperó su actividad económica apoyándose en sus potentes astilleros y sus instalaciones portuarias.
Fue en aquellos astilleros donde, en 1980, nació el famoso sindicato Solidaridad, cuando Lech Walesa fundó una asociación clandestina que contribuyó decisivamente a la caída del comunismo en Europa del Este. Los mismos puertos desde los que, en los años 70 y 80 del siglo pasado llegaban a Asturias millones de toneladas de carbón para la siderurgia, sobre todo Ensidesa, a través del pueto gijonés de El Musel.
Convertida así en símbolo de la resistencia contra el nazismo y de la lucha por las recuperación de las libertades en Europa, Gdansk ha destacado, desde el restablecimiento de la democracia en Polonia hace treinta años, por su dinamismo económico, apertura, cohesión ciudadana y carácter tolerante, especialmente a través de programas dedicados a la integración de la inmigración y la defensa del colectivo LGTB. Un impulso a las políticas sociales que se atribuye a quien fuera su alcalde durante las últimas dos décadas, Pawel Adamowicz, quien estuvo en el cargo desde 1998 hasta su apuñalamiento y posterior fallecimiento durante un acto público en enero de este año.
Su sucesora, Aleksandra Dulkiewicz, recibió ayer «con gran placer y satisfacción» la noticia de la concesión del galardón.
«Soy consciente de que ha habido muchas candidaturas destacadas en esta categoría en particular. Sin embargo, el jurado decidió, de entre todas ellas, premiar a Gdansk. Esto demuestra que Gdansk es una ciudad muy excepcional: abierta, tolerante y libre. El ya difunto alcalde de Gdansk, el señor Pawel Adamowicz, solía llamar a Gdansk 'la ciudad de la libertad y la solidaridad'. Ahora podemos agregar otra palabra significativa: 'La ciudad de la libertad, la solidaridad y la concordia'. El señor Adamowicz estaría muy feliz y orgulloso de llamar a Gdansk la ciudad de la concordia. Muchas gracias por este honor. Ciertamente, estaremos a la altura».
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