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NOELIA A. ERAUSQUIN | ANTONIO PANIAGUA
Martes, 19 de octubre 2021, 01:32
No pensaba que su hogar acabaría engullido por la lava. Ni siquiera cuando hace unos días se abrió una nueva boca en el volcán, más cercana aún a su vivienda, y la colada comenzara a avanzar en su dirección. «Sinceramente, yo siempre pensé que se ... escaparían las cuatro casas, al estar en el alto, pero la lava era aún más grande», explicaba ayer a este periódico el asturiano Pablo Jiménez, después de que el magma arrasara durante la noche del domingo su hogar y el de otros tres vecinos, todos ubicados en una zona elevada del municipio de El Paso.
Casi un mes después de que la tierra se abriera por primera vez a menos de un kilómetro de su vivienda y, que fueran evacuados apenas unas horas después, este avilesino de 54 años, su mujer y sus tres hijos saben que tendrán que empezar de cero. «Seguimos vivos y con ganas de luchar», asegura con resiliencia desde unos apartamentos de alquiler vacacional, donde ha podido reagrupar a toda la familia, ya que al principio él se quedó con el perro en una cabaña del presidente del Centro Asturiano de La Palma y el resto, con unos familiares.
Profesor de hostelería en la localidad de Santa Cruz, al otro lado de la isla, a pesar de las adversidades sigue yendo a trabajar cada día, intentando «vivir con la máxima normalidad posible», pero reconoce que es difícil dormir tranquilo, por la situación en la que están y también por los terremotos y los ruidos del volcán, que por el día se soportan de otra forma. A todo ello, anoche, se sumaron nuevos quebraderos de cabeza, como organizar la solicitud de ayudas. «Tenemos que pedirlas, hasta ayer (por el domingo) teníamos casa y no podíamos», explica, pero ahora toca estudiar las posibilidades que ofrecen el cabildo, el Ayuntamiento y los gobiernos.
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Muchos peninsulares y también extranjeros están abandonando la isla, mientras que en La Palma se intenta frenar de alguna forma ese éxodo. A Jiménez, con la vivienda de sus padres en Avilés, también se le ha pasado por la cabeza, pero está convencido de que se quedará. «Mejor espero unos años y vuelvo definitivamente. Ahora, hay que ayudar aquí», afirma con «una actitud positiva» que él mismo destaca.
El problema es que la isla es pequeña y no hay suficientes viviendas para reconstruir las vidas de tantos afectados. Igualmente, ya se barajan opciones, como recalificar los terrenos rústicos a urbanizables, «pero eso lo tengo que ver», advierte Jiménez, que en su clave optimista recalca que «empezar de nuevo no es malo, se corrigen errores».
Mientras, las dos lenguas de lava más significativas que se alimentan de las emisiones del volcán de Cumbre Vieja han perdido fuerza y su recorrido tiende a estancarse. Una de ellas, la que se encontraba a 160 metros de la costa y bordeaba la montaña de La Laguna, avanza a solo dos metros por hora. Su progreso se ralentizó debido a que dejó de recibir aportaciones de material eruptivo, según explicó el director técnico del Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias (Pevolca), Miguel Ángel Morcuende.
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A la vista de su lento discurrir, estaba descartado que llegara anoche al mar, como se pensó en un principio. Con independencia de cuándo ocurra, lo que se da prácticamente por seguro es que cuando lo haga se tendrán que ordenar nuevos confinamientos por los gases tóxicos que se generan. En tal caso, el número de personas encerradas probablemente sea mayor que en anteriores ocasiones, debido a que esta lengua está más cerca de otros barrios de Tazacorte, como San Borondón, Marina Alta, Marina Baja y La Condesa. Si la lava cae al mar, se creará una nueva fajana al norte de la existente.
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El otro frente de magma baja por el campo de fútbol de la isla, si bien también se mueve a escasa velocidad. La distancia entre la colada que ayudó a forjar el delta en el Atlántico y la que se dirige al mar es de 2,9 kilómetros en la zona más cercana a la costa.
Hoy, un mes después de que estallara el volcán, la isla sigue sumida en la incertidumbre. Lo peor es que el cráter no ofrece visos de que se vaya a apagar a corto plazo, lo que impide acometer labores de reconstrucción. En su desplazamiento devastador, la lava ya ha ocupado una superficie de 763 hectáreas, ha dejado sin hogar a 1.300 personas, entre ellas a Jiménez y su familia, ha obligado a evacuar a 7.000 vecinos y ha engullido 1.956 edificaciones, según datos del satélite Copernicus.
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