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A. VILLACORTA
GIJÓN.
Lunes, 20 de septiembre 2021, 01:00
«Estaba en casa corrigiendo unos exámenes cuando, de repente, sonó la explosión», relataba a primera hora de la tarde de ayer al otro lado del teléfono el vicepresidente del Centro Asturiano de La Palma, el avilesino Pablo Jiménez, 54 años y profesor de hostelería.
El reloj marcaba las 15.12 (hora local) y el volcán de la isla canaria había entrado en erupción a menos de un kilómetro de la vivienda que Jiménez comparte con su mujer y con sus tres hijos, en el municipio de El Paso, y donde, durante toda la mañana, al igual que durante las jornadas previas, habían estado sintiendo «cómo se movía el terreno e incluso bromeando sobre ello»: «Uno de mis hijos había llegado a colocar un vaso de agua en la ventana para ver más claramente las vibraciones».
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Hasta que, tras esos terremotos iniciales, «sonó un estallido parecido al que hace un petardo al estallar y enseguida apareció un columna de humo enorme, empezó a caer ceniza y ya vimos la lava», contaba el avilesino a muy pocos metros de las dos fisuras en el monte por las que fluían coladas que, con el paso de los minutos, se convirtieron en siete bocas de fuego.
Aún así, Pablo y su familia mantuvieron la calma -«eso sí, con una maleta preparada» por si tenían que abandonar su vivienda- hasta que «la zona empezó a llenarse de policías, guardias civiles y ambulancias» que procedieron a su evacuación después de que el nivel de emergencia pasase a rojo a las 17 horas. Una alerta que comprendía a los municipios de El Paso, Tazacorte, Fuencaliente, Mazo y Los Llanos de Aridane, con unas 35.000 personas afectadas. Entre ellas, el avilesino y su familia, que, ya a última hora de la tarde, ante los fuegos que cercaban los terrenos próximos, vieron confirmados sus peores temores: «Nos están evacuando sí o sí y nos vamos a la otra punta de la isla, a casa de otro amigo, precisamente el presidente del Centro Asturiano, sin fecha de regreso».
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Y también asturiano es uno de los hombres a los que ayer se encomendó poner a salvo «a las personas con movilidad reducida y encamadas» poco antes de la erupción: el cabo primero gijonés José Alfredo Blanco Vigil (47 años, 22 en La Palma), que enfrentó una de esas jornadas interminables que no se olvidan tras llamar a Gijón «para tranquilizar a la familia» y a la espera de que llegasen refuerzos de la Unidad Militar de Emergencias procedentes de Tenerife.
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Un servicio de «calma tensa», porque, pese al susto inicial y a la incertidumbre que ha caído sobre la isla, el cabo Vigil destacaba «la tranquilidad de una gente que sabe bien dónde vive, en una isla volcánica acostumbrada a este tipo de catástrofes y que encaró la situación sin histerismos». Y ponía como ejemplo a sus suegros, «octogenarios y que ya han vivido la erupción de San Juan, en 1949, y la de Teneguía, en 1971. Pero esta tercera ya no les pilla con tantas fuerzas, así que nos los vamos a traer con nosotros». El resto de los evacuados, varios centenares de personas, fueron trasladados a polideportivos y al acuartelamiento El Fuerte, donde eran atendidos por personal sanitario y de Cruz Roja mientras los ríos de lava se dirigían a zonas pobladas, cubriendo a su paso casas y fincas, y seguían desatándose los incendios.
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