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AZAHARA VILLACORTA
GIJÓN.
Miércoles, 19 de mayo 2021, 01:05
La noche del lunes, la lavianesa Natalia Argüelles, maestra de educación especial que lleva en Ceuta 25 años, casada con un maestro ceutí, comprendió que algo «muy duro» que, al principio, eran solo noticias difusas, estaba a punto de suceder ante sus ojos: «Vivimos ... en el centro y, desde el balcón de casa, empecé a ver a grupos de críos mojados, medio desnudos... y no pude hacer más que bajarles un par de bolsas con ropa de mi hijo adolescente y una caja de mascarillas. Es un dolor. Se te encoge el corazón».
Cientos de personas (las cifras oficiales hablan de 8.000, de las que 4.000 ya habrían abandonado la ciudad autónoma), familias enteras, tomando las calles de un enclave «de apenas 19 kilómetros cuadrados y 85.000 habitantes que, en mitad de una pandemia, empezó a quedar colapsado ante la pasividad, y diría que la invitación, de las autoridades marroquíes», resume la periodista naveta Susana Hevia, presentadora de Radiotelevisión Ceuta. Una mujer que «a la preocupación y la incertidumbre de toda la población», sumó ayer «la tensión» de sostener una emisión en directo «desde los puntos calientes» de la jornada durante todo el día mientras intentaba tranquilizar a su madre, en Nava.
Y eso que ella -que lleva trece años en territorio ceutí pegada a la información y recuerda que «Marruecos llama a Ceuta y Melilla ciudades ocupadas»- fue también consciente desde muy pronto de que estaban «ante una situación sin precedentes» que, por momentos, «estuvo completamente descontrolada, con noventa personas entrando al minuto, en la que solo podías pensar: '¿Qué va a pasar aquí?'».
Una «ciudad completamente desbordada» con colegios y tiendas cerradas, «porque mucha gente tenía miedo», y hospitales al límite «a la que han llegado en 24 horas 1.500 menores no acompañados, el 15% todos los que hay en el país, cuando Ceuta ni siquiera tiene capacidad ni recursos para atender a los 220 que están tutelados, más los que están en la calle, ni competencias en materia de migración».
Un polvorín en el complejo y delicado tablero de las relaciones diplomáticas entre Madrid y Rabat. Porque, «cuando hay vaivenes, Ceuta siempre lleva las de perder junto con Melilla. A Marruecos hay que tenerlo siempre contento y a lo mejor es hora de que alguien le ponga freno».
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«Es un pulso en toda regla», coincide desde Melilla el llanisco Jesús Batalla, funcionario y propietario del restaurante El Asturiano, que al «cabreo» de Mohamed VI por el ingreso de Brahim Gali, líder del Polisario, en un hospital de Logroño, añade los intereses económicos de la dinastía alauí: «Marruecos siempre quiere pasta». Un vecino exigente e irascible que, como sabe bien Natalia Argüelles, «es un país rico para ricos que utiliza a su propia gente, a su juventud, para chantajearnos, mientras la deja morirse de hambre. Por eso llegan por cientos».
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