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Erika Yunga era una niña «muy centrada, muy cariñosa y siempre te abrazaba; le gustaba pintar y dibujar, y hasta un poco la fotografía, tenía una incipiente inquietud artística». Una niña de 14 años que vivía junto a sus padres y hermanos en el número ... 69 de la calle Vázquez de Mella, en Vallobín. Así la recordaba ayer, con «cariño» y «consternación» a partes casi iguales, su primo carnal Alejandro Oviedo, que vivió con la familia en la ciudad durante toda la niñez de Erika. Tiene «sentimientos encontrados», destaca con voz pausada.
Sus razones no son para menos. Por un lado; «no le encuentro explicación» a lo que ha ocurrido; tampoco, por otro, a que el detenido, con su historial, no tuviese ningún tipo de seguimiento ni atención especializada. «No se puede dejar esto así, y menos con las alertas que se han venido dando de esta persona. Un hecho violento mínimo es una voz de alarma, y es muy triste que no se hayan dado cuenta hasta este momento», sostiene Oviedo.
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En ese sentido, continúa, el caso debería poder servir «para reflexionar y para que todos pensemos en qué nos está pasando y cómo llegamos hasta este punto». Sus preguntas: «¿Qué pasa con los niños y por qué los adultos llegan a cometer estos actos?, ¿por qué no hay valores?». «No sé hasta qué punto puede servirnos esto para mejorar en nuestros hogares».
Lo cuenta desde Guayaquil, Ecuador, donde vive actualmente tras pasar buena parte de su vida en la ciudad. «Cuando llegué a España, mi tía Alba -la madre de Erika- me acogió y me dio todo su apoyo, lo que me permitió ver crecer a la pequeña Erika». Desde el primer momento, «tenía una conexión especial con ella, algo que no se puede describir con palabras, porque era un vínculo enorme. Me generaba mucha paz estar a su lado», admite su primo, que en estos momentos se encuentra en su país natal por trabajo, desde donde tanto él como el resto de la familia de la menor recibió la trágica noticia.
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a. arce / c. del nero
Rememora una tarde, todos juntos, en el oriente asturiano, donde fueron a pasar el día hace ya algunos años y la pequeña ya comenzaba a dar sus primeras pinceladas. «A Erika le gustaba mucho el arte, sabes. Una vez estábamos en Arriondas y nos sentamos en un prado. Había llevado unos folios blancos e hice pintar a mis primos inspirándose en la naturaleza. Todos pintaron a su manera y Erika disfrutaba eso», recuerda.
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«Somos una familia trabajadora, compartimos y nos ayudamos. No entiendo por qué a mi familia le ha pasado esto y menos en una ciudad segura como Oviedo y donde siempre me he sentido tan acogido», recalca. «¿Por qué en Oviedo y de esa manera, si es una ciudad segura?», se cuestiona, para añadir a renglón seguido que el hecho de que algo así pueda suceder incluso en un municipio no demasiado grande llega a provocar «mucho miedo». Pero no solo, también «impotencia». Ahora, reitera, «en estos momentos complicados, hace falta sacar fuerzas para salir adelante». Porque lo cierto, advierte, es que «mi familia está consternada, muchas preguntas están sin respuesta y ya no se puede retroceder en el tiempo», lamenta el familiar de la niña.
Alejandro Oviedo, valiéndose de las páginas de EL COMERCIO, ha querido mostrar su particular homenaje a la pequeña Erika, a la que toda la ciudad, la región y el país lloran al mismo tiempo. «Erika es como un árbol al que le quedaba mucho por crecer y que han arrancado desde la raíz, pero lo que nadie nos va a quitar es que seguirá floreciendo en nuestros corazones y siempre estará presente. Nunca desaparecerá».
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