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CAROLINA GARCÍA
Jueves, 14 de junio 2018, 14:41
Durante años, el trabajo de la fábrica de armas traspasó fronteras y se colocó en el 'top' de la producción armamentística. Pero detrás de las piezas exquisitas que salían de Oviedo, de los proyectos que mejoraban la calidad y las condiciones técnicas de las armas, existía una apuesta por el diseño y la formación desde su origen. Un mimo por el detalle que comenzó con los bocetos de los edificios y las estancias que ocuparían los 120.000 metros del solar de La Vega. Una investigación de la experta en Gestión de Diseño Sonia Santacoloma, que durante un año pudo visitar la fábrica, estudiar documentos y mantener entrevistas con empleados, desvela que además del potencial como fábrica de armas, jugó un papel esencial en el origen del diseño industrial en Asturias. Para llevar a cabo su trabajo, apostó por los años más prósperos de La Vega (1850-1930). Sus conclusiones se pueden consultar en el documento 'El origen del diseño industrial en Asturias a través de la Fábrica de Armas de Oviedo', en el depósito de la Universidad del Campus del Milán.La fábrica de La Vega es hoy un solar de 120.000 metros cuadrados, en pleno corazón de la ciudad, al que le aguarda un futuro incierto. Desde hace casi dos años permanece cerrada a cal y canto bajo la tutela del Ministerio de Defensa. Pero durante décadas fue el centro armamentístico de la región y por sus talleres desfilaron centenares de jóvenes dispuestos a empaparse de conocimientos, armeros y verdaderos profesionales del diseño.
Con una organización que convertía a la fábrica en una «ciudad cerrada», la especialización y la innovación situó a La Vega en lo más alto, sobre todo entre los años 1914 a 1935, cuando experimentó un importante desarrollo. Pero detrás de ese trabajo había una formación exquisita y de primer nivel en todos sus empleados. Existía una verdadera preocupación por el diseño ambiental (todos los espacios estaban totalmente organizados y preparados para facilitar la vida de los trabajadores y ningún edificio ni estancia se diseñaba sin dedicarle antes tiempo para tener claro qué era lo más adecuado). Lo cuenta Sonia Santacoloma, especialista en Gestión de Diseño, que durante un año pudo entrar y salir de la fábrica para llevar a cabo su trabajo de investigación: buscar el origen del diseño industrial en Asturias a través de la Fábrica de Armas de Oviedo.
Escogió los años «más prósperos», la etapa comprendida entre 1850 y 1930. Fruto de su estudio, se sabe que en La Vega existió una escuela de aprendices que contaba con una especialización «tan elevada» que supuso todo un ejemplo «para el desarrollo profesional de la región». La preparación «era exquisita» y no solo formaba «para convertir a los aprendices en auxiliares de la industria militar, sino que les cualificaba para cualquier materia».
La escuela surgió en 1910 para enseñar obreros tanto a nivel teórico como práctico, pero existe un antecedente, en 1850, con Francisco Antonio de Elorza al frente de La Vega. Él fue quien fundó la Escuela de Formación Profesional Obrera. Para entender el papel que jugó la fábrica hay que conocer cuántas escuelas de arte y cómo funcionaban en aquella época en Asturias. Por aquél entonces, cuenta Santacoloma, se tiene constancia de la Escuela de Arte y Oficios de Gijón (1886), el Ateneo Casino de Gijón (1881), la Escuela de Arte y Oficios en Oviedo que alojaba un importante museo industrial y la de Avilés, que se funda en 1879 en el antiguo convento de San Francisco. A diferencia de lo que ocurría en las estatales, las regionales solo impartían clases teóricas ya que carecían de talleres. Y es ahí cuando entra en juego La Vega. Se comprendió que la enseñanza práctica era fundamental y se firmaron acuerdos con las fábricas para recibir a alumnos.
Cuando los jóvenes pisaban por primera vez las instalaciones se encontraban con máquinas similares a las de los talleres reales (tenían torno, fresadora, limadora, cepilladora, y materiales que hoy en día serían totalmente útiles para la formación) y para las clases teóricas contaban con cuatro locales y una clase de dibujo «cuyas dimensiones y luz hacían de ella una estancia extraordinaria». Además, en la biblioteca disfrutaban de un fondo de 3.000 volúmenes «donde podían encontrar todo lo que quisieran sobre armas portátiles creadas tanto en España como en el extranjero».
Entrar no era sencillo. Tampoco mantenerse. Solo acudían a la escuela unos 30 alumnos por curso (eran cuatro años) y únicamente superaban el curso «después de que un tribunal diera cuenta de su capacidad». Incluso «se barajó crear un taller artístico y conceder ayudas a los mejores para que pudieran ampliar conocimientos en otras fábricas».
De padres a hijos
Además, hay que destacar que durante décadas la fábrica alentaba a sus trabajadores. Los jefes de la escuela sabían de la capacidad de sus obreros y la potenciaban. Si uno era bueno, por ejemplo, en ebanistería apoyaban al máximo su capacidad para que fuera el mejor. «Los directores le pedían encargos sabiendo que su producto iba a ser superior». Hacían de todo, desde carpetas de trabajo en cuero, mesas de despacho, lámparas de forja, el mobiliario para la sala del director. Esa preocupación por el diseño ambiental que existía en la escuela se trasladó también a las casas de los mandos. Así, era habitual encontrar los objetos de decoración «más exquisitos» en los chalés de los generales. Pero todos años esos de trabajo y formación llegaron a su fin en los noventa. El curso 1991-1992 fue el último de la escuela, al cerrar tras un convenio entre la empresa y los sindicatos. Dos décadas después echaba el cierre la fábrica.
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