La dictadura de la opinión
JOSÉ LUIS MAGROPROFESOR DE FILOSOFÍA JUBILADO
Jueves, 13 de mayo 2021, 06:08
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JOSÉ LUIS MAGROPROFESOR DE FILOSOFÍA JUBILADO
Jueves, 13 de mayo 2021, 06:08
Cuando en estos últimos días intentaba elegir un menú de entre los muchos que ofrecían nuestras prolíficas televisiones o los múltiples Ministros del Gobierno Sánchez, me vinieron a la mente las certeras afirmaciones de Ryszard Kapuscinski sobre lo que acontece en los medios de comunicación ... de masas. Un grupo muy reducido de mercaderes cínicos se han apoderado de los mismos y han encasillado a los periodistas en dos categorías. La más numerosa, formada por aquellos que ejercen su trabajo cual siervos de la gleba, y la selecta y reducida categoría de directores-patronos.
Desde esta perspectiva puede uno afirmar que pasaron del carromato en que viajaban con sus intrépidos compañeros para conseguir dar una información veraz, al vagón restaurante de los grandes ejecutivos. El periodista ascendido a ejecutivo descubre que la cruda verdad que le testifican sus siervos de la gleba no es importante; que de la democrática dialéctica política generada por los partidos, solo debe publicarse aquella que concuerde con la dictadura de la opinión que a ellos les favorezca. Ahora prima el espectáculo sobre la información. A mayor espectáculo más dinero. Y a más dinero, menos respeto a la verdad. Concluyo este preámbulo con estas palabras de Kapuscinski: «Y este es el motivo por el que, de pronto, al frente de los más grandes grupos televisivos encontramos gente que no tiene nada que ver con el periodismo; que solo entran grandes hombres de negocios... Su posición no está basada en la experiencia del periodista, sino en la de una máquina de hacer dinero».
En estas últimas semanas se ofrece un programa en el que no prima la información crítica sino el espectáculo. Y a mayor espectáculo, audiencia acrecentada y dinero multiplicado. Se titula: 'Rocío, contar la verdad para seguir viva'. Ha sido suficiente acudir a Google para constatar el formidable montaje escénico que, semana tras semana, programan estos hombres de negocios disfrazados de periodistas. Solo hay una actriz en el escenario. Se eliminan todos los restantes protagonistas que harían posible el melodrama e, incluso, al coro que debería entonar las dichas o desdichas de todos ellos. Este procedimiento crea automáticamente el estereotipo de la mujer maltratada a favor de la cual se ponen millones de fieles espectadores. Creado el tópico, lo único que hay que hacer es prolongarlo mientras mane dinero a borbotones. La presunción de inocencia, el derecho a un juicio justo o el respeto a la dignidad de las personas que ampara nuestra Constitución quedan anulados automáticamente por la sentencia inapelable de la opinión pública.
Entre los derechos y deberes que todo ciudadano tiene, está el de recibir una educación que le haga posible emitir juicios políticos correctos para participar en la cosa pública. El poder político-económico tiene muy claro que para perpetuarse en él debe sustituir la ética, fruto de un juicio crítico, por los tópicos. ¡Encapsula a tu oponente con la etiqueta de 'facha', 'ultra', 'xenófobo' o 'racista' y conseguirás que sea rechazado por el grupo. El gen social que porta el ser humano tiene pavor a quedarse aislado del grupo por no compartir sus creencias, sus ritos o el modelo político predominante.
Si voy de nuevo a Google y busco 'mitin de Vox en la Plaza de la Constitución de Vallecas' (7/04/21), lo primero que me encuentro es la foto de un policía en el suelo con el siguiente pie: «Radicales patean a un policía en el suelo durante el mitin de VOX en Vallecas». El problema comienza cuando a uno, habiendo contemplado con estupor las imágenes, le dicen que lo que vio es una pura ensoñación. Los que arrojaban las piedras solo se limitaban a defenderse de las agresiones de los que empleaban como única arma la palabra. El problema no está solo en haber dado semejante interpretación, sino en el hecho de asumir como normal que los políticos y los medios afines puedan tergiversar impunemente la cruda realidad de los hechos para conseguir mayores cuotas de poder.
La libertad de expresión que demandamos exige que todos los ciudadanos tengamos la osadía de razonar para llegar por nosotros mismos a la verdad. Si la vinculamos al poder, ocurrirá que cuando la demandan sus adversarios, se la cuestionarán por pacer en los campos que solo a ellos pertenecen. Y si rumian hierba fascista, es coherente que ventoseen totalitarismo. Y como la tribu está predispuesta a oler sólo lo que sus líderes olisquean, es natural que los responsables del clan toquen a rebato nada más vean aparecer por sus praderías a esos ejemplares hediondos. Frente al discurso racional del 'homo sapiens', nos vemos inmersos en la cultura del 'ladrillazo'. Quede bien claro que el argumento más contundente lo suelen tener siempre los de los adoquines, pero no el más efectivo.
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