Urgente Francisco Álvarez-Cascos, absuelto del delito de apropiación indebida

La maquinaria tributaria

Es fácil pregonar sobre la distribución de la riqueza, la justicia social y la igualdad de oportunidades cuando tu patrimonio se ha acrecentado a lomos de la dañina cultura de la subvención y la macroestructura partitocrática

Lunes, 18 de septiembre 2023, 21:44

Resulta cuando menos curioso el binomio impuestos-elecciones que surge, aparece y desaparece, al igual que el Guadiana, con cada cita electoral. No deja de llamar la atención, por muchas veces que la historia se repita, cómo nuestros políticos acaparan titulares para hablar de deducciones, ... cargas y bonificaciones fiscales, siempre con algún compromiso con las urnas en el horizonte. Lo más sorprendente no es lo que proponen, que también tiene lo suyo en la mayoría de los casos, sino el cuánto y el cuándo. Sin embargo, todo se desvanece al día siguiente bajo la irreal sensación de que los impuestos se pagan cada cuatro años.

Publicidad

Casi cincuenta años de democracia nos sirven para constatar cómo el comportamiento humano, también en política y economía, es cíclico. El problema está, como siempre, en la memoria -o falta de ella- de esa clase media española tan indolente ante lo propio y lo ajeno, tan impasible ante su empobrecimiento. Las recetas que combinan populismo e ignorancia es lo que tienen, efectos casi narcóticos. Se empieza por el reparto de subsidios por do quier y se termina por la nacionalización de empresas con la ayuda cómplice del adormecimiento general.

Poca confianza merecen aquellos cuya obsesión por los ricos de este país centra su discurso. Esta actitud, casi infantil, empaña cualquier propuesta que ofrezcan por valiosa que pudiera llegar a ser. Son cautivos de una doctrina decrépita que, gracias a sus múltiples incoherencias personales y políticas, ha quedado al descubierto. Es fácil pregonar sobre la distribución de la riqueza, la justicia social y la igualdad de oportunidades cuando tu patrimonio se ha acrecentado a lomos de la dañina cultura de la subvención y la macroestructura partitocrática. Da la penosa impresión de que sufragamos una serie de gravámenes para financiar los desmanes, las corruptelas y las comodidades de una poderosa oligarquía afanada en pervertir el poder.

Es muy lógico considerar que el Estado debiera funcionar como si de una casa o una empresa se tratase. Nadie puede gastar más de lo que ingresa, como el sentido común parece aconsejar. Por supuesto que tienen que existir los tributos, pues son un mal menor de la sociedad que hemos creado. En todo caso, cabe reflexionar acerca de nuestra presión fiscal, máxime con el actual nivel de inflación y de gasto público. A lo mejor algunos preferimos tener la libertad de decidir en qué gastamos el puñado de euros que nos quita el fisco, en vez de destinarlos obligatoriamente a la administración pública para, supuestamente, construir carreteras, escuelas y centros de salud. Cada uno puede dejar engañarse bajo su responsabilidad.

Publicidad

Escasamente se han abordado, por cierto, las escandalosas disparidades que hay entre regiones en esta materia, contribuyendo a esa idea cada más arraigada, y no sin cierta razón, de que existen españoles de diferente categoría según la región a la que pertenecemos. Eso sí, que nadie olvide que todo esto será moneda de cambio de la esperpéntica subasta que observaremos inminentemente con ocasión de las investiduras. Al final la pela es la pela.

Subir impuestos es de izquierdas y bajarlos es de derechas se recalca, con desatino y machaconería, en varios manuales políticos, como si la economía entendiera de nociones inamovibles. Para dominar esta ciencia, como bien sabemos, se necesitan dos tardes. «No hay nada cierto, salvo la muerte y los impuestos», decía Benjamin Franklin. Efectivamente, los dos nos llevan inexorablemente a estar bajo tierra.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad