Urgente Francisco Álvarez-Cascos, absuelto del delito de apropiación indebida

Locos por el cuerpo

Nos hemos transformado en esclavos de unos ideales físicos irreales e inalcanzables. La belleza es maravillosa, aunque deja de serlo si la pervertimos con artificios exagerados o si la convertimos en nuestra única preocupación vital

Viernes, 1 de septiembre 2023, 01:12

Mens sana in corpore sano. Cuantas veces habremos escuchado este aforismo en anuncios de deportes, productos de alimentación o gimnasios. Su uso universal hace que pocos sepan que se trata de una traducción de una paremia de origen clásico de la 'Sátira X' de Juvenal, ... poeta romano de finales del siglo I y principios del II.

Publicidad

El XXI es la centuria del culto a la propia imagen. La proliferación de centros deportivos o clínicas dedicadas al cuidado integral de la estética es el paradigma más palmario de esta insólita moda. Las redes sociales, el nuevo termómetro de las tendencias, filias y fobias de la sociedad contemporánea, son el innegable refuerzo de esa teoría. En plataformas como Instagram triunfan 'influencers' con exposición casi permanente, filtros mediante, de unos patrones rayanos con la perfección.

La protección del cuerpo, como prácticamente todo en esta vida, no es perjudicial ni dañoso, siempre y cuando se sitúe, en lenguaje aristotélico, en el «justo medio». Está muy bien y es necesario proteger nuestra salud exterior. Sin embargo, caer en la esclavitud de la apariencia es un salto mortal sin red, condenado por razones biológicas al puro fracaso. Si se piensa con un poco de detenimiento, la batalla contra el paso del tiempo es cruel, dura y estéril. Tarde o temprano, nuestra realidad corpórea empezará inexorablemente a deteriorarse, igual que se marchitan las flores. El problema es que tras la decadencia física no haya un alma, una mente o un espíritu que merezca, de verdad, la pena. Debe de ser difícil mirarse en el espejo y que, tras años de esplendor, no quede nada.

No hay cultura del envejecimiento en Occidente. No somos todavía conscientes de que una cana no es símbolo de decrepitud sino de experiencia, o que una arruga es la secuela de haber reído o llorado, de haber vivido mucho en definitiva. Nos hemos transformado en esclavos de unos ideales físicos irreales e inalcanzables. La belleza es maravillosa, aunque deja de serlo si la pervertimos con artificios exagerados o si la convertimos en nuestra única preocupación vital. A todos nos gusta agradar y tener una imagen aceptada por los demás. Incluso podemos corregir nuestros defectos, salvo que con tales cambios no sigamos siendo nosotros mismos. Ese es el drama que, precisamente, se cierne sobre muchos jóvenes: no saber siquiera quiénes son.

Publicidad

No es incompatible cultivar mente, cuerpo y espíritu. Lo extraño, y lo fácil, es centrarse en lo que se percibe a simple vista. Si en la niñez y en la adolescencia de las siguientes generaciones no clarificamos todo esto, estaremos abocados a forjar personas llenas de complejos, frustraciones e inseguridades por no ajustarse a una talla, a una altura o a una determinada figura. No es cuestión de fomentar alimentaciones malsanas o una conducta de indolencia absoluta sobre nuestro aspecto exterior. Se trata de recordar que la hermosura presenta muchísimas aristas, variantes y posibilidades y que la clave de la felicidad empieza, en primer lugar, por la aceptación de uno mismo.

Tiene Ortega y Gasset, dentro de su prolífica obra, una especialmente interesante para el tema que nos atañe. En 'Estudios sobre el amor', una recopilación de artículos y ensayos de corta longitud publicada en Argentina en 1939, nuestro filósofo de cabecera deja una frase, una más, para la Historia. «La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3 meses por solo 1€/mes

Publicidad