El ecosistema universitario, al igual que el de la vida corriente, presenta una fauna de lo más variada. La naturaleza nos ha dotado de la cualidad de ser únicos, irrepetibles, completamente diferentes entre nosotros, incluso siendo seres de la misma especie. En la Universidad, sin ... embargo, hay perfiles que se reproducen patológicamente, a modo de calcomanía. Son patrones de conducta inconfundibles, cuyo común denominador es tan concreto y evidente que se detecta a millas de distancia.
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Aunque no es menos cierto que la mayoría de los investigadores anidan en el compromiso, la entrega y la cortesía académica, hay una inmensa minoría que, para desdicha de una institución tan importante para la sociedad, viven obsesionados con el devenir profesional de sus compañeros. Entienden que su éxito depende de forma inversamente proporcional al de otros. No nos autoengañemos: es la miseria humana de la existencia misma, pero revestida con muceta y birrete. En algunas ocasiones se transmite por herencia. De maestro a discípulo, de escuela a escuela, igual que si hablásemos de una enfermedad congénita. De hecho, se le atribuye a Carlos Prieto, profesor de Historia del Derecho y unánimemente querido y recordado, aquella famosa y certera teoría sobre la «subrogación de las filias y las fobias en el ambiente universitario». No tuve la suerte de conocerlo, pero sólo por la agudeza de este planteamiento hubiera merecido la pena.
Hay quienes piensan que la Universidad es cainita por definición. Debe negarse la mayor. Esos que miran sin cesar cual camaleón a los lados se encuentran en peligro de extinción, víctimas de sí mismos. Ese estilo machacón, en lucha diaria contra sus inseguridades, frustraciones y celos, todavía existe, pero muy orillado por personas que fomentan el compañerismo y la universitas de verdad, abstrayéndose, como dicen los italianos, del arranpicatore de turno.
La envidia es un pecado capital y nadie está libre de caer en él. En lugar de perder el tiempo en pensamientos malsanos, resulta mucho más satisfactorio poner todos nuestros esfuerzos en mejorar la calidad de nuestra docencia, disfrutar de la investigación en grupo y estrechar lazos con colegas de otras facultades, con los que se llegan a forjar amistades verdaderamente enriquecedoras.
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Hace ya cerca de diez siglos que en Italia Irnerio y su Escuela de Bolonia nos marcaron el camino con el Alma Mater Studiorium. No es exageración si se afirma que trabajar en la Universidad es, con casi toda probabilidad, el empleo más gratificante del mundo. Basta con recordar la máxima aristotélica. «La educación es la mejor provisión para el viaje de la vida».
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