Urgente Francisco Álvarez-Cascos, absuelto del delito de apropiación indebida

Existía, en tiempos del franquismo, una asignatura denominada Urbanidad que, con algunos cambios en el currículo escolar, pasó a denominarse Formación Familiar y Social. El estudio de los afluentes del Ebro y la lista de los reyes godos convivía con lecciones sobre la higiene, la ... vestimenta y los modos en el comer, entre otras normas de civismo. Era la época en la que la Enciclopedia Álvarez y el Manual de Urbanidad de Manuel Antonio Carreño constituían el vademécum de la instrucción patria.

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Largos años han pasado desde entonces. Siempre que se hace un análisis retrospectivo se corre el riesgo de caer en el síndrome del baúl que, en homenaje a Karina, es aquel que hace creer que cualquier tiempo pasado nos parece mejor. En ocasiones, la realidad actual nos lo pone bien fácil. La buena educación ha trascendido ya de este mundo. Basta con montarnos en un ascensor o subir en un autobús. Recibiremos, como mucho, un 'buenos días'. Para qué entrar en detalles respecto al trato a las personas mayores, los comentarios en redes sociales o la tolerancia a las creencias, ideas o modus vivendi ajenos. La dictadura del pensamiento único merece una exégesis aparte.

La cortesía va más allá de porfavores, gracias y otros formalismos, ya sea en el ámbito personal o en el espectro laboral. Ningún sentido tiene deshacernos en alambicados tratamientos si el respeto al prójimo, incluso en el desempeño profesional, brilla –como marca el tópico– por su ausencia. Algún despistado cree todavía que las jerarquías otorgan derechos añadidos, como si la rendición de pleitesía fuera obligación de quienes le rodean. Alcanzar una determinada categoría no da la inmortalidad ni tampoco faculta a la humillación, el desdén o el despotismo. Cuando se apela al argumento de autoridad es que algo falla en esa cabeza.

Convendría no olvidar que la consideración de los demás se gana, día a día, con integridad, trabajo y profesionalidad. No viene de serie, es la meritocracia que tanto odian los temerosos de mostrar sus carencias, complejos y frustraciones. Hay quienes las suplen con malos modos y actitudes despectivas. Nada como un fandango de origen andaluz, muy citado según dicen por el catedrático de Historia Medieval Luis Suárez, para encontrarle explicación. «El que nace pobre y feo, si se casa y no es querido, si se muere y va al infierno, ¡vaya juerga que ha corrido!».

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La toga, la cátedra, los galones o la corbata no procuran la posesión de la verdad absoluta a quienes la ostentan. La grandeza del hombre, por excepcional o importante que pueda ser su trayectoria, radica precisamente en eso, en tratar con humanidad a sus equipos y subordinados. «Nadie es más que otro si no hace más que otro», decía Don Quijote a su escudero Sancho. Y si de algo sabía el caballero andante por antonomasia era de desfacer las injusticias.

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