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Reconozco que el exabrupto, con claros tintes de amenaza, aún retumba en mi cabeza. Fue hace muchos años, tantos que, creo recordar, aún ostentaba el ... cargo de alcalde de la ciudad José Manuel Palacio, allá por mediados de los años ochenta. Las normativas de ruido eran mucho más laxas y cualquier desaprensivo se creía en derecho de apropiarse de las calles en su propio beneficio. En ese contexto, un día cualquiera, por supuesto laborable, pasada la medianoche, mientras escuchaba el final de una película ante la pantalla del televisor, un estruendo aturde mis oídos. ¿Pero qué es esto?, me auto pregunto, al tiempo que me levanto para observar los Jardines de la Reina, a esas horas casi desiertos, desde la ventana. Diantres, alguien había montado un chiringuito sobre la acera, con media docena de mesas, una efímera cubierta y, sobre todo, un mini escenario donde un dúo de 'artistas', megafonía a tope incluida, se afanaban en hacer cantar y bailar a la concurrencia. Llamada a la Policía Local, que acudió de forma rauda, y a los pocos minutos la fiesta había acabado y el chiringuito estaba desmontado. A los pocos días, el promotor del 'sarao', propietario del pub Nelson, tristemente recordado, aunque por causas mucho más graves, me increpaba con malos modos en el Ayuntamiento, a la vez que me acusaba de ser 'antigijonés' por no permitir que sus clientes se divirtieran a costa de nuestro descanso, por supuesto del mío y de todo el entorno. De la ilegalidad de su actuación, ni palabra. Y es que tener tu casa delante de una zona expedita tiene su peligro. Llegan las terrazas y, con ellas, la tentación musical. Sucedió con la actual, en los mismos jardines, hasta que, previo 'toque' inicial, se apercibieron de que su licencia no conllevaba permiso de sonido amplificado, incluida la tentación de subir el volumen si la clientela aumenta. Hubo más casos, como la desafortunada experiencia de las denominadas Noches Blancas, o sea, grupos de rock dando rienda suelta a su creación al aire libre, donde las Letronas, a altas horas de la madrugada y, por supuesto, también en días de trabajo. Aquello, pese a ser iniciativa pública, duró solo una noche, eso sí, con los vecinos flipados y asomados a la ventana y sin pegar ojo ante semejante estruendo. Ahora, en experiencia piloto, se dice, el Ayuntamiento pretende abrir de nuevo la espita, eso sí, con terrazas al menos a cuarenta metros de las casas. Yo, creo, de ésta me libro, pero pobres de quienes les 'toque la china'. Claro que, seguro, esa distancia estará bien medida para algún objetivo concreto. Eso, seguro. Solo un consejo: vecinos, poneros en guardia si tenéis la mala fortuna de estar en esa diana. Igual, más pronto que tarde, os amenazan o acusan de ser 'antigijoneses' por querer descansar por las noches o, simplemente, echar un pigazu a media tarde. Alerta general.
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