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No morimos. Desde que nacemos nos estamos yendo, nos desvanecemos, y con nosotros se desdibuja también la forma de ser de nuestro tiempo. Hay pues una muerte colectiva, como la hay individual. Nuestra fundada esperanza es que tanto la una como la otra no sean ... el final de todo, que quede rastro, aunque sea liviano, de lo que fuimos, incluso de lo que quisimos honradamente ser y la vida no nos permitió.
El sfumato nos lo anuncia un guasap, el moderno heraldo. El guasap con el que Juanjo Bericua nos da los buenos días habitualmente, al que acompaña siempre una sugerente fotografía de Gijón en la madrugada, solo contenía palabras esta vez. Las palabras eran: «Buenos días. Lamento ser portador de una mala noticia… Esta noche ha fallecido nuestro amigo David Rivas Infante… Cuando tenga más noticias sobre este lamentable suceso… os lo haré saber. Gracias…!!!!»
David fue siempre un heterodoxo entusiasta y una grata sorpresa. Nos unía nuestra común infancia colegial, lo que ya es más que suficiente para el afecto. Pero en su caso se añadía también la alegría que todos los asturianos sentimos siempre al encontrar a uno de los nuestros por esos mundos de Dios por los que solemos andar, velis nolis, vivaqueando. A pesar de que Ortega dijera, él sabrá por qué, que no somos transitivos. Transitivos no sé, pero viajeros, voluntarios o forzados, abondo que diría David.
Compartimos las aulas de la Universidad Autónoma de Madrid, con querencia él por la Economía y yo por el Derecho. Compartimos asturianía, con más querencia él por lo cercano y yo por lo universal. Nuestra desventurada condición de transterrados nos hacía coincidir también con frecuencia, en el siempre acogedor Madrid, en torno a dos realidades inevitables para los provincianos foriatos que estudiábamos aquí en la Autónoma, el autobús Circular de la EMT y el tren a Cantoblanco, por una parte, y la riquísima vida de la Ciudad Universitaria madrileña, por otra. No sé por qué siempre que me acuerdo de David me lo imagino saliendo a mi encuentro en el Parque del Oeste. Será, porque en efecto, como digo, David siempre aparecía delante de ti con su característica sonrisa, su impagable y heterodoxa conversación, y su contagioso optimismo, pero no solo en el Parque del Oeste, en los más variados escenarios: en el Centro Asturiano, en aquél entonces aún en la calle Arenal, en el Ateneo, en cualquier sitio, vamos, David salía al encuentro.
Éramos diferentes, pensábamos cosas diferentes, pero nos respetábamos y nos comprendíamos perfectamente y nos apreciábamos recíprocamente. Uno nunca sabe, claro está, si lo que hicimos y sentimos nosotros le puede interesar a nadie, que no seamos nosotros, por supuesto. Sin embargo, en tan necios como ominosos tiempos como los que nos han tocado en suerte, para mí al menos, tiene un incalculable valor saber que los 'baby boomers', como los horteras de hogaño han dado en llamar a los de nuestra quinta, nos respetamos siempre, nos seguimos respetando y queremos contribuir, cada uno dentro de nuestras posibilidades y sensibilidades, a perfeccionar una Asturias, una España, una Europa y un mundo siempre libres y mejores. Hasta lueguín, David, verémonos igual otra vez en algún sitio, algún día soleado. Mientras tanto, que sepas que en Madrid se piensa mucho en ti.
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