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Los ejercicios de equilibrista del primer ministro galo, François Bayrou, le juegan malas pasadas. El responsable del Ejecutivo de Francia ha generado polémica este martes con sus declaraciones sobre la supuesta «sumersión» migratoria en el país. El uso de esta expresión recurrente por parte de ... la extrema derecha no solo ha suscitado críticas desde la izquierda, sino también de dirigentes destacados de la coalición afín al presidente, Emmanuel Macron, de la que forma parte Bayrou.
En una entrevista televisiva el lunes por la noche para LCI, el primer ministro defendió que «la aportación de los extranjeros resulta positiva para el pueblo con la condición de que no supere una proporción». «Pero a partir del momento en que se tiene el sentimiento de una sumersión, de no reconocer a su país, los modos de vida o la cultura, a partir de ese instante se produce un rechazo», aseguró Bayrou. Además, dijo que Francia «se acerca» a ese nivel de la «sumersión» migratoria. Desde hace años, los dirigentes de la ultraderecha francesa, como Marine Le Pen o Éric Zemmour, hablan de un país «sumergido» o «invadido» por las personas migrantes. Y también difunden la teoría conspirativa y racista del «gran reemplazo».
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Con su polémica reflexión, Bayrou pareció buscar un punto de equilibrio entre las distintas visiones respecto a la inmigración que hay en su gabinete, compuesto por una coalición entre los partidos afines a Macron y la derecha tradicional de Los Republicanos (LR). Por un lado, el ministro de Economía, Éric Lombard, que militó en el pasado en el Partido Socialista, había afirmado el domingo que «necesitamos una inmigración de trabajo, las empresas la desean». Por el otro, el responsable de Interior, el conservador Bruno Retailleau, al que la ultraderecha felicitó por utilizar su mismo lenguaje, ha criticado varias veces la inmigración y se refiere a los ciudadanos galos con raíces extranjeras como «franceses de papel».
El comentario del primer ministro quedó marcado, sin embargo, por su referencia a una presunta «sumersión» migratoria. Eso ha comportado que este martes lo felicitara Retailleau. En cambio, otros dirigentes macronistas han criticado esas palabras. «Estas declaraciones me molestan. (…) Se trata de una expresión que no forma parte de mi vocabulario y aún menos para referirse a hombres y mujeres que en algunos casos huyeron de la guerra o fueron perseguidos», aseguró la presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet. Ante esos reproches, Bayrou se defendió este martes afirmando que solo se refería al archipiélago de Mayotte.
Pese al auge electoral en la última década del lepenismo, la realidad del fenómeno migratorio resulta bastante más compleja que la visión caricaturesca de la extrema derecha. Francia concedió en 2022 unos 320.000 permisos de residencia, mientras que diez años antes fueron 193.000, según un informe reciente de la OCDE. A pesar de ese incremento, el número de personas migrantes que llegan al país representa el 0,47% de la población, un porcentaje claramente inferior al de España, Alemania o Reino Unido.
Esos datos no han impedido que el Ejecutivo galo apueste por la mano dura en materia migratoria. El Ministerio del Interior emitió la semana pasada una circular en que aumenta de cinco a siete años el tiempo que debe vivir en el país un inmigrante irregular para recibir un permiso de residencia. Y también promueve las órdenes de expulsión del territorio.
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