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OLAYA SUÁREZ
GIJÓN.
Domingo, 6 de noviembre 2022
No perdía prácticamente nunca la sonrisa a pesar de que para ella, muchas veces, el viento no le soplaba a favor. Olivia García Martínez nació el 11 de marzo de 2016 en Segovia. Vino al mundo dos meses antes de tiempo. Fue sietemesina, con ... todo lo que ello implica. Se aferró a la vida y con su fortaleza y los cuidados médicos durante las semanas que estuvo ingresada en el área de neonatos del hospital, consiguió salir adelante. Eso sí, con algún pequeño achaque de salud asociado al nacimiento prematuro, como un leve problema en la vista.
Sus padres, abuelos y tíos se volcaron con la pequeña. Eugenio y Noemí se habían casado aproximadamente un año antes y se habían instalado en un chalé en la localidad de Palazuelos del Eresma, muy próxima a Segovia capital y también de Torrecaballeros, el pueblo de la familia paterna. Fue precisamente allí, en la iglesia de San Nicolás de Bari donde fue bautizada por el cura don Juan, el mismo que el martes, con la voz entrecortada por la emoción y las lágrimas asomándose en los ojos, oficiaba su funeral.
Fue la de Olivia una vida corta, 'la pirata', como la llamaba su familia, pero una vida que la niña aprovechó al máximo, con esa gana de disfrutar de los niños como si cada día fuera el último. De hecho el pasado sábado, el mismo día que su madre, supuestamente, acabaría matándola con un cóctel de pastillas, disfrutó de una comida de celebración con su padre, su pareja María, la hija de ella, Elsa («una hermana para Olivia»), el abogado del padre, Daniel Labrador, y otros allegados que quisieron brindar porque a Eugenio, «por fin», le habían entregado la custodia y se volvería a Segovia.
Cuenta su entorno que Noemí se centró en la niña desde que nació, pero de «una forma enfermiza». «Empezó a ser otra persona, dejó casi de salir, de hacer vida, dejó sus aficiones por la lectura, el arte, viajar, estudiar... Solo pensaba en Olivia», cuenta una amiga. Fue madre con 41 años y hasta entonces había tenido varios empleos relacionados con las dos carreras que cursó en la Universidad Autónoma de Madrid: Historia e Historia del Arte. Trabajó en el Museo de Arte Contemporáneo de Segovia y en el Museo Picasso de Málaga, entre otros. El nacimiento de Olivia marcó un antes y un después. También su relación con Eugenio. Ella se dedicaba a la crianza y pasados unos meses empezó a trabajar como documentalista, «casi siempre desde casa», para la empresa de software que había creado su hermano, «un cerebrito», que consiguió posicionar lo que empezó siendo un pequeño negocio en lo más alto a nivel internacional de fondos bibliotecarios y de Universidades de numerosos países.
Su hermano era su bastón, el hombro en el que se apoyaba y la persona a la que avisó de sus macabras intenciones: «Antes de entregársela a él, la mato», le escribió en un mensaje de whatsapp que hizo saltar todo por el aire. Fue Guillermo quien avisó a la Policía Nacional de las intenciones de su hermana. Lo que no sabía es que para cuando había recibido ese mensaje, Noemí ya habría ejecutado el plan.
Tras el nacimiento la convivencia entre el matrimonio se volvió muy complicada, hasta el punto de que él en julio de 2018 le comunicó su decisión de separarse y le pidió que firmarse los papeles de divorcio. Olivia tenía poco más de un año. Fue ahí, en una disputa en casa por los papeles del divorcio, cuando ella denunció que Eugenio la había zarandeado y empujado, lo que derivó en una condena de nueve meses de prisión por un episodio de malos tratos.
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El juzgado de lo Penal número 1 de Segovia emitió la sentencia en febrero de 2020 y ese mismo año, en noviembre, la Audiencia Provincial ratificó el fallo judicial: la condena, pero también la absolución del resto de delitos de los que ella le acusaba, maltrato habitual, injurias y maltrato psíquico.
Para entonces la niña ya tenía cuatro años. Vivía con su madre y pasaba fines de semana alternos y vacaciones con su padre. Las denuncias por parte de Noemí a Eugenio seguían sucediéndose en los juzgados: malos tratos a la pequeña, abusos sexuales también a la niña, incumplimiento del régimen de visitas, denuncias a su exsuegra, denuncias a amigos de Eugenio... Así, hasta superar la veintena. Todas esas fueron archivadas o con sentencias absolutorias. «A Eugenio lo denunciaba hasta por respirar», resumían en su pueblo.
Era noviembre de 2020, Olivia ya había acabado el periodo en la guardería de Palazuelos y la habían matriculado en el colegio de los claretianos en la ciudad de Segovia. «Era muy lista, aunque se la quisiera mantener al margen de toda la batalla judicial que libraban, ella sabía más o menos lo que había, pero era una niña, lo celebraba todo, aunque era conocedora de que su madre no quería que estuviera con su padre», explican los allegados.
Si con la separación inició una batalla, cuando Eugenio rehizo su vida al lado de María, la guerra se recrudeció. María, destrozada durante el entierro de la pequeña Olivia se culpabilizaba. «Esto es por mí, esto es por mí», sollozaba buscando una hipotética explicación a la barbarie. María quería a Olivia como una hija y Olivia «la adoraba», un extremo que Noemí no habría soportado.
Fue ese el motivo principal por lo que en enero puso tierra de por medio. Cogió a Olivia y se vino a vivir a Gijón. La matriculó en el colegio Corazón de María (de la misma orden que el de Segovia) y alegó un supuesto trabajo en Asturias, vinculado a la empresa de su hermano. Pero hizo el traslado antes de conseguir la autorización, por lo que fue obligada por el juez a volver a vivir a Segovia y reintegrar a la pequeña en su vida familiar y educativa.
Eugenio, al ver que se la quería llevar a vivir a 400 kilómetros, pidió la custodia. El verano pasado a Noemí le concedieron el permiso judicial para poder vivir en Gijón. Alquiló el piso de la avenida de Gaspar García Laviana, la volvió a matricular en el Codema y pensó que había ganado y que había separado a Olivia de su padre. «Había cambiado incluso físicamente, siempre fue una persona que se cuidaba mucho, no salía, no hacía nada que no fuese con la niña, dejó de arreglarse, parecía otra persona. Cuando a Olivia le tocaba estar con el padre ella se encerraba en la habitación y podía estar sin salir días y días», asegura su entorno.
Pero aún quedaba pendiente el juicio por el cambio en el régimen de guarda y custodia, «algo que a ella la carcomía». El viernes 28 de octubre, a las 5 de la tarde, su abogado le comunicó que el martes, 1 de noviembre, Olivia empezaría a vivir con su padre. La fecha de la muerte de la niña está fijada la noche del sábado, apenas seis horas después de que Noemí la recogiese en Segovia de brazos de Eugenio para, supuestamente, pasar el puente con ella y llevarla de nuevo de regreso a Segovia para que empezase su nueva vida. Pero la pequeña ya no hizo ese camino de regreso. Fue encontrada por unos policías que no pudieron contener las lágrimas ni los gritos de impotencia al encontrar el cadáver de la pequeña en la cama junto a Noemí, que había consumido tranquilizantes y Enantyum pero en una dosis mucho más pequeña que la que al parecer introdujo en una taza con cacao a Olivia.
Eugenio hizo en una última semana tres viajes a Gijón. El viernes 28, exultante, para recoger a la niña a la salida del colegio ( justo cuando le llegó la notificación de la entrega de custodia), el lunes, abatido, para hacerse cargo del cuerpo sin vida de su hija y el jueves, para personarse como acusación particular en la causa por el asesinato de Olivia. Antes de irse, pasó por el portal de Olivia y colocó uno de sus peluches favoritos, un dinosaurio del que la pequeña no se despegaba. La pequeña se fue con seis años y siete meses, una vida por delante y muchísimas cosas por hacer. «Nunca, nunca perdió la sonrisa pese a todo lo que le tocó vivir», resume su padre.
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