ELENA RODRÍGUEZ
GIJÓN.
Miércoles, 2 de enero 2019, 04:26
Le encantaban las fiestas. Allí donde hubiera música y baile. Donde hubiera alegría. Porque Thiago Leonel Guamán Bustos, de tres años, era, por encima de todo, un niño alegre. Y así volvió a manifestarlo la tarde del día 31, cuando su familia se ... reunió en la terraza que hay en la parte trasera de la vivienda familiar, en la calle Independencia, en el barrio de El Natahoyo. Se habían juntado para hacer un asado. Al pequeño Thiago le divertían las chispas, el chisporroteo del carbón. Y cuando se cansaba de observarlo, correteaba gritando: ¡Año nuevo, año nuevo! Quién iba a decirle entonces a su familia que en el mismo momento de dar la bienvenida a 2019 le esperaba el peor zarpazo de la vida.
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Thiago quería celebrar la llegada del nuevo año al igual que los demás miembros de su familia: tomándose las uvas. «Estaba acostumbrado a comerlas, al igual que otro tipo de fruta, trozos grandes de manzana o plátano. Era un niño que comía bien. Tanto en el comedor escolar como en casa. Nunca tuvo problemas», explicaba ayer su madre, Viviana Bustos, de 39 años. Así que le preparó una copa con «tres o cuatro uvas sin pepitas. No más». Y, en el momento de las campanadas, el niño, que estaba sentado en un mueble del salón, se sumó a la tradición. Cuando finalizaba la última campanada y empezaban a tirarse los fuegos artificiales, el niño comenzó a ahogarse. Se le había atragantado una uva. «Le metí los dedos en la boca y mi hermano, Carlos, le dio golpes en el pecho», relataba ayer Viviana. Pero fue en vano.
De inmediato, se pusieron en contacto con Emergencias, que le avisaba de que la UVI-móvil tardaría porque se encontraba en el Hospital de Cabueñes. Y, presa de los nervios y mientras llegaba una patrulla de la Policía Local, Viviana salió a la calle en busca de ayuda junto a Carlos. «Gritábamos para ver si salía alguien y pasaron algunos coches, pero nadie nos ayudó. Tan solo una vecina que estaba en la esquina del camino de la Fábrica de la Loza, que le práctico primeros auxilios tratando de reanimarle».
En cuanto llegaron los agentes municipales, actuaron rápido. «Yo lo veía mal. No lo veía respirar», indicaba Viviana. Y los policías no lo dudaron un segundo. Indicaron a Viviana que se subiera al coche patrulla con el niño y, de inmediato, se dirigieron hacia el Hospital de Jove. En el trayecto, el pequeño ya iba sin pulso. Al llegar al centro hospitalario, el equipo que lo atendió logró extraerle la uva y, pese a los intentos por salvarle la vida durante una hora, ya nada pudo hacer. El corazón del pequeño dejó de latir.
«No tenía pepitas. No encuentro explicación. ¿Por qué una uva ha acabado con su vida? Es todo tan duro... Una pesadilla. Pienso que voy a despertar y todo va a ser un mal sueño. Pero se acabó todo. La mitad de mi vida se me ha ido. Se ha ido la alegría. Nos deja un vacío enorme», decía Viviana intentando controlar las lágrimas mientras observaba en su móvil un vídeo de Thiago en el que, recientemente, bailaba en casa con una uva en la boca.
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Los párpados, hinchados, revelaban la terrible noche que había pasado la familia. «No he dormido nada», afirmaba a la puerta de su casa, en el número 15 de la calle Independencia, donde estaba arropada por su hijo mayor, Kevin Alexis, de quince años; su hermano Carlos y su madre, Norma, así como de otros familiares. Mientras tanto, esperaba noticias del Instituto Anatómico Forense, a donde había sido trasladado el cuerpo para hacerle la autopsia.
Pese a todo, intentaba mantener la entereza en un momento en el que, además, está recuperándose de un proceso postoperatorio. Hace diez días fue sometida a una intervención por un mioma en el útero. «Me extirparon el útero, pero eso ya no me duele. Me duele el pecho porque sigo sin poder creer esta pérdida». No obstante, insistía: «Tengo que mantener la serenidad. Ser fuerte y no flaquear. No puedo llorar. Él era alegre y se lo debo. Ahora un ángel mira por mí y por mi familia». Y con la misma entereza quiso agradecer la ayuda recibida en Jove. «El médico nos ayudó muchísimo». Los agentes que trasladaron al pequeño, con una amplia trayectoria laboral, también se encuentran conmocionados con la terrible noticia. Uno de los primeros en trasladarle su sentido pésame fue el propietario de la casa donde viven desde hace ya años. Viviana, de origen ecuatoriano, llegó a Gijón hace dieciocho años, procedente de Madrid, donde trabajaba. «Mi hermano Carlos me convenció». Es asistente, trabaja haciendo trabajos domésticos en una casa y ha sido «padre y madre» para su hijo. Cuando Thiago -nacido en Quito- ya tenía un año, lo trajo a vivir con ella a Gijón. «Ahora la casa está fría», apuntaba su madre, que ayer pensaba en dejarla, porque «vaya por donde vaya está su recuerdo. No sé qué voy a hacer a partir de ahora».
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A las 14.45 horas, la familia llegaba al tanatorio de Jove para velarlo. Allí, la serenidad se Viviana se rompía en sollozos. Después, el calor y el cariño de sus amigos y allegados fueron reconfortándola. De Madrid se trasladaba la abuela paterna. El padre de Thiago está fuera de España. Los restos del pequeño serán incinerados a las 16.30 horas de hoy en el tanatorio de Jove. Y el jueves, a las 17.30, en la iglesia de San Esteban del Mar, se celebrará su funeral.
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