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EVA FANJUL
GIJÓN.
Domingo, 4 de agosto 2019, 01:43
Las empresas conserveras asturianas viven pendientes del desarrollo de la costera del bonito. Al trabajar solo con producto fresco, su producción está vinculada directamente al devenir de la campaña del atún blanco del norte. Desde hace años, la implantación de la cuota que regula ... la pesquería de este túnido ha afectado a la duración del tradicional calendario de capturas. Con especial incidencia en 2018, cuando la campaña se cerró el 22 de agosto al agotarse el cupo de pesca.
Este semana, la incertidumbre vuelve a cernirse sobre el fin de la costera de 2019. Se ha cubierto ya el 60% de la cuota y la cifra dispara las cábalas de la flota en torno a la fecha de cierre. En tierra, las conserveras son las grandes afectadas por el ritmo de la costera que trasciende a todo su sistema de producción. Las empresas se ven obligadas a modificar desde la inversión y compra del pescado hasta el ritmo de envasado y la gestión de la plantilla.
«Pasamos de tener bonito desde junio hasta noviembre a que se acabase el año pasado en agosto. Es decir, el trabajo que antes se hacía en cinco meses lo tenemos que hacer ahora en dos y medio. Esto perjudica tanto a los pescadores como a nosotros», asegura Gonzalo González, de conservas La Polar.
En la actualidad, el grueso del sector de las conserveras de pescado de Asturias se concentra en Gijón. Veriña, Porceyo, Sotiello y El Musel acogen a cuatro empresas tradicionales, activas desde hace décadas, que han sobrevivido a la transformación del sector: Remo, La Polar, Costera y Agromar. Abanderados de la producción conservera artesanal, su actividad se concentra en la elaboración de productos tradicionales como el bonito, la anchoa, la sardinilla y otros más recientes como patés, caviar de oricio, algas y platos cocinados. En cuanto a su volumen de producción, éste dista mucho de las grandes fábricas. Según explican en el sector, la cantidad de bonito que se trabaja, dependiendo de la empresa, puede ir de los 30.000 a los 300.000 kilos al año. «La diferencia entre nosotros y las grandes factorías es que mientras yo puedo trabajar 100.000 kilos de bonito al año, una fábrica grande trabaja esa misma cantidad en un día», señala Armando Barrio, gerente de Agromar.
La otra gran diferencia entre las grandes productoras de otros puntos del país y las factorías gijonesas está en la materia prima. «Nosotros utilizamos bonito fresco del Cantábrico, procedente de las rulas de Gijón y Avilés, mientras que en las grandes fábricas trabajan con atún congelado de otros mares».
Conseguir esa materia prima en el marco de la nueva regulación pesquera es para estos empresarios una gran preocupación y un nuevo reto. El precio del bonito, aseguran, se «ha encarecido» para ellos. «Antes estaba más barato a partir de septiembre y ahora en septiembre ya se acabó la costera», explican. Una costera más corta obliga a cambiar la estrategia de adquisición. «El año pasado compré cerca de 5.000 kilos el último día en Avilés para intentar conseguir una semana más de trabajo», señala González. «Es un problema muy grave. No hay programación y hay que reinventarse cada día», añade Alejandra López García, de conservas Remo.
Las conserveras gijonesas son empresas eminentemente familiares, con plantillas estables que no suelen superar los veinte empleados. Al trabajar con producto fresco de temporada, la actividad se intensifica durante el verano coincidiendo con la costera del bonito. Es en este momento cuando se refuerza la plantilla con personal eventual.
En este sentido, las factorías también aseguran verse perjudicadas por la menor duración de la costera. El desembarco del pescado en menos tiempo aumenta el ritmo de producción de un proceso que se sigue haciendo de manera artesanal. Esto desequilibra la organización de la plantilla de estas factorías en las que buena parte del trabajo se sigue haciendo a mano con un producto fresco que no puede esperar. «Se sigue haciendo igual que siempre con el pelado y despiece a mano, no existen máquinas para pelar el bonito y no congelamos, vamos al día», cuenta Gonzalo González. Al tratarse de empresas pequeñas, algunas aseguran «no disponer de espacio ni instalaciones suficientes para dar cabida a más mano de obra».
Además, para estas empresas contratar personal no resulta sencillo. Por un lado, se precisa mano de obra cualificada que conozca el producto y sepa manejarlo correctamente «y en tan poco tiempo es muy complicado formar a alguien», explica Alejandra López. Además, la temporalidad del trabajo «dificulta la contratación de personal».
En general, las conserveras de Gijón definen su situación como estable, a pesar de los avatares de la pesca y de la fluctuación del coste de otras materias primas como el aceite de oliva, ahora a la baja. Aunque la situación «no es mala», algunos empresarios, como Ignacio González, de conservas Costera, indican que «se observa cierto parón en las ventas de los productos gourmet porque la gente mira más el precio que la calidad, en un mercado muy competitivo».
Aunque no todas exportan, la actividad comercial exterior de algunas de ellas, como Agromar, alcanza el 40% de su producción total. Europa y Estados Unidos son sus principales clientes.
Las ventas a través de internet son cada vez más importantes para este sector que ya ofrece a través de sus páginas web toda su carta de productos. «La venta 'online' es un recurso de futuro que hay que fomentar», apunta Ignacio González.
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