El hijo del hombre asesinado en Gijón: «Lo que le han hecho a mi padre no tiene perdón, no se merecía esto»

Apenas eran unos niños cuando Luis Manuel López les «abandonó», según cuentan ellos mismos. Su progenitor «cogió la senda de las drogas y se rodeó de toxicómanos hasta sus últimos días, lo que le llevó incluso a entrar en la cárcel». Sin embargo, apuntan, «llevaba un tiempo limpio y consumía metadona para no recaer», relata Rubén, quien hace tres años decidió reencontrarse con su progenitor, al que no veía desde hacía dos décadas. «Estuve viviendo con él un año y medio. Me hacía ilusión estar con él después de tanto tiempo. Mi padre era majo, simpático y no hacía daño a nadie», afirma, remarcando que no tenía «carácter problemático».

Según cuenta, conocía al presunto encubridor del crimen, de nacionalidad búlgara, con quien él mismo había convivido en el piso de la calle Luanco durante la etapa que estuvo más cerca de su padre.

«Se llevaban bien. No sé qué ha podido pasar. Pero si ha sido el que ha matado a mi padre tiene que pudrirse en la cárcel», remarca, mientras medita junto a su hermano los pasos a seguir para honrar la memoria de su padre y llegar hasta el final con el procedimiento judicial que por el momento mantiene en prisión preventiva a los dos arrestados: el compañero de piso de la víctima y al que consideran el autor material del crimen, un hombre con antecedentes y que mantenía desavenencias con Luis Manuel desde hacía tiempo. La Policía Nacional sospecha que las sustancias estupefacientes y las deudas están detrás del crimen.

«Lo que le han hecho a mi padre no tiene perdón de Dios. No se merecía eso por mucho que haya hecho», afirman tanto Rubén como Óscar.

Luis Manuel López alquiló hace unos tres años una de las habitaciones del piso compartido del barrio de Laviada. Había salido de prisión en 2014 por un asunto de tráfico de drogas y cobraba una pensión de invalidez por las secuelas derivadas de un accidente que sufrió hace años. Caminaba con la ayuda de una muleta. Sus hijos aseguran que también padecía una patología mental severa, una esquizofrenia paranoide por la que tenía prescrito un tratamiento.

«He hecho todo lo que he podido por mi padre. No me podía quedar con él en Gijón porque tengo a mi familia aquí, en Cantabria», se lamentaba ayer Rubén con cierto sentimiento de culpabilidad. «Espero que esté orgulloso de mí», concluía.

El crimen ocurrió la madrugada del miércoles al jueves 26 de septiembre. A la víctima y los dos hombres luego detenidos los vieron la tarde previa en el portal del edificio, «en actitud amistosa». Fue horas después cuando se produjo el ataque con arma blanca que acabaría por costarle la vida al cántabro.

Sus compañeros aseguran que la víctima no era conflictiva. «Se llevaba bien con todos». Una semana después, la habitación en la que falleció ha sido desmantelada, el encargado del alquiler de los cuartos le entregó las pertenencias a sus hijos y espera noticias del juzgado para saber qué hacer con las cosas del detenido que ocupaba otra de las habitaciones y que fue llevado a prisión por el crimen.