![«Eres un mierda. Un impotente que no ha podido imponer su sentido del deber a sus instintos de huida»](https://s1.ppllstatics.com/elcomercio/www/multimedia/201712/04/media/cortadas/funeral-somio%20(7)-U402219249YgC-U50292282707rQF-624x385@El%20Comercio-ElComercio.jpg)
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Hoy ha sido un duro día para Marta Nonide, aunque no más dura que la madrugada del sábado. Esta médico de UVI móvil no imaginaba que la llamada para atender una urgencia en Somió la pondría al frente a uno de los casos mas díficiles de su carrera. Tenía que atender a «Juanín», su amigo de la infancia, a quien alguien había atropellado y dejado moribundo en la avenida de Dionisio Cifuentes. «Maldita sea, lo encontré yo», afirma en las reflexiones que este lunes ha colgado en su blog 'Emergencia sanitaria' en una entrada que ha dirigido 'Al conductor que se dio a la fuga tras causar un accidente'.
Marta reflexiona sobre las múltiples intervenciones en casos de accidentes de tráfico en las que ha intervenido en su calidad de médico, y en las distintas reacciones de los conductores ante una situación difícil que, en ocasiones, puede ocasionar la muerte de una persona. «Pero cuando llego a un accidente y el / la culpable se ha dado a la fuga… Entonces les deseo muchas cosas», afirma Nonide. Y ese fue el caso con su amigo Juan. Una situación dura, muy difícil, casi imposible de asumir, en la que el único consuelo que le queda es que «por lo menos pude decirles a sus padres y hermanos que todo había sido tan brutal, tan brusco, tan rápido, que había quedado inmediatamente inconsciente. Que no había sufrido en absoluto».
Marta Nonide tiene palabras muy duras para el conductor o conductora que atropelló al gijonés y se dio a la fuga: «Tú eres un cabrón. Un cobarde. Un miserable inmaduro que nunca debió tener entre sus manos un arma tan poderosa como es un vehículo, porque no ha sido capaz de afrontar las consecuencias derivadas de su uso. Un impotente, que no ha podido imponer su sentido del deber a sus instintos de huida. Un mierda. O sus equivalentes femeninos».
Su rabia es tanta a estas alturas que incluso desea no cruzarse con la persona causante del siniestro: «Deseo ardientemente que nunca me tenga que cruzar contigo vestida de SAMU. Porque pondrías a prueba de forma muy atroz mi juramento hipocrático»
Esta es la dura parte del relato que Marta Nonide hace en su blog tras el mortal accidente de Juan Fombona:
Esta es la dura parte del relato que Marta Nonide hace en su blog tras el mortal accidente de Juan Fombona:
(...) «La madrugada del sábado una persona atropelló a Juan, de 38 años. Lo dejó tirado en el suelo, malherido. Y se dio a la fuga.
Los padres de Juan y mis padres eran amigos de toda la vida. Yo pasé con Juan y su familia todos los veranos de mi infancia en la playa de San Juan.
Juanín, el más pequeño del grupo. El juguete de todos. El niño al que enseñamos a nadar, al que enviábamos de avanzadilla para frenar la ira de los padres ante la inminente bronca cuando liábamos alguna bien parda. Juanín, el que se perdió en la playa y nos tuvo a todos en vilo recorriéndola arriba y abajo gritando su nombre. Cómo lloraba Fernando, su hermano. Cómo lo abrazaba media hora después, cuando por fin sus padres lo encontraron asustado y acompañado de unos desconocidos.
El sábado lo encontré yo. Maldita sea, lo encontré yo.
Por lo menos pude decirles a sus padres y hermanos que todo había sido tan brutal, tan brusco, tan rápido, que había quedado inmediatamente inconsciente. Que no había sufrido en absoluto.
Les pude decir que desde el primer minuto, cuando un vigilante oyó el estruendo y se acercó a mirar, no había estado solo ni por un momento. El vigilante primero, la policía poco después, el personal sanitario de la UVI móvil en menos de 10 minutos, todos estuvimos junto a él. Le subimos a la ambulancia. Le atendimos, le cogimos de la mano, le hablamos, le tapamos. Estuvimos a su lado hasta que su corazón dejó de latir. Le acompañamos todo el tiempo que pudimos hasta dejarle en manos de los siguientes compañeros que le ofrecieron ya los últimos cuidados. Nunca, nunca, estuvo solo. Nunca, nunca, sintió dolor. No todas las familias tienen la posibilidad de saberlo con seguridad. Es lo único que yo he podido hacer por él, por ellos.
Quien le atropelló conducía un coche que dejó trozos esparcidos por la carretera. Lo buscamos con la UVI. Lo buscó y lo busca la policía. Y confío con todas mis fuerzas en que, antes o después, lo encontrarán. Pero para ese /esa “valiente” sí que tengo palabras directas.
La categoría de las personas no se mide por lo que dicen, ni por lo que piensan, ni por lo que sienten o dicen que sienten. Se mide por lo que hacen.
Una cría de 16 años fue capaz de quedarse en el lugar del accidente que había causado dispuesta a afrontar las consecuencias. El hombre que atropelló a mi hijo estuvo a su lado en todo momento, llorando angustiado; aún hoy sigue interesándose por él.
He visto chaval@s, adultos y ancian@s, sobrios o no, “limpios” o no, que han demostrado que, más allá de las circunstancias que los llevaron a provocar el accidente, son HOMBRES o MUJERES, de verdad.
Tú eres un cabrón. Un cobarde. Un miserable inmaduro que nunca debió tener entre sus manos un arma tan poderosa como es un vehículo, porque no ha sido capaz de afrontar las consecuencias derivadas de su uso. Un impotente, que no ha podido imponer su sentido del deber a sus instintos de huída. Un mierda. O sus equivalentes femeninos.
Te deseo todo lo que deseo a los otros “valientes” que se dan a la fuga, todo lo que sentí yo en el lugar del accidente, y todo el dolor, la angustia y la desesperación que los seres queridos de Juan han compartido conmigo, multiplicados hasta el infinito.
Deseo ardientemente que nunca me tenga que cruzar contigo vestida de SAMU. Porque pondrías a prueba de forma muy atroz mi juramento hipocrático.
No sé si fue un accidente o una negligencia. No sé si ibas bebid@ o “puest@”. Y me importa un bledo. No hay nada que te exima.
Excepto que te entregues. Que te comportes como el adulto que se supone que eres. Que reconozcas tu error y tu culpa. Que tengas las narices de enfrentarte a esos familiares destrozados, que trates de explicarte, que les pidas perdón y que asumas voluntariamente las consecuencias de tu acto. Sin esperar a que te encuentren.
Entonces sentiré por ti ese punto de admiración que siento hacia las personas íntegras, decentes y valientes. Y te ayudaré en lo que pueda. Y desearé sinceramente que algún día, cuando hayas pagado el precio en cuerpo y alma, puedas volver a levantar cabeza y vivir en paz.
No creo que nada de esto te importe demasiado. Pero a lo mejor, si saco mis sentimientos afuera, pueden viajar por el aire y alcanzarte. Por si acaso, yo lo intento.»
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