NOELIA A. ERAUSQUIN
GIJÓN.
Domingo, 11 de julio 2021, 01:06
Arcelor es el gran motor de la economía regional. Su actividad directa es responsable del 12% del Producto Interior Bruto asturiano, todo ello sin contar el negocio indirecto e inducido del que tira. De ahí que el plan industrial que la multinacional anunciará la ... próxima semana sea vital para el futuro de la comunidad. El proyecto afectará completamente a un horno alto, a un sínter y a la acería de Gijón, con implicaciones en el resto de instalaciones, que tendrán que acompañar en esa transición hacia un modelo con muchas menos emisiones. Se espera que al menos se transforme la mitad del proceso siderúrgico, con todas las repercusiones que tendrá para el tejido económico regional. Algunas muy positivas, como el tirón que se espera para las auxiliares y la consolidación de la actividad de la multinacional en Asturias, y otras no tanto, como una reducción de plantilla, ocasionada por las automatizaciones que se pondrán en marcha, o la caída de tráficos que puede suponer para El Musel en lo que a carbón siderúrgico se refiere.
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Pero las inversiones también implicarán riesgos. Es fundamental que la multinacional acierte con las inversiones que va a realizar, ya que no se trata de tecnologías maduras ni aún se tiene del todo claro cómo se pueden llegar a comportar a largo plazo y la aceptación que puede tener el acero verde en el mercado, dado que sus costes se elevarán con respecto al producido de forma tradicional. Se va a andar un camino nunca transitado y lleno de dudas.
Sin embargo, del éxito de este plan depende buena parte de la riqueza del Principado, al menos 1.400 millones anuales si se tiene en cuenta el PIB de un año relativamente normal, como 2019, cuando ascendió a 23.765 millones y no en plena pandemia, como el pasado ejercicio. El Principado, de hecho, ya ha destacado la «relevancia» de la inversión que plantea Arcelor, «un parteaguas en la historia industrial de Asturias», la calificó el viernes el presidente regional, Adrián Barbón.
En realidad no hay demasiadas posibilidades. Es descarbonizarse o morir, advierten en el sector, pero las dudas sobre el desarrollo de estas tecnologías a nivel industrial están
sobre la mesa. Hasta ahora, la multinacional está desarrollando distintas posibilidades en plantas como las que tiene en Gante; Bélgica; Dunkerque y Fos-sur-Mer, en Francia, o Hamburgo y Bremen, en Alemania, pero principalmente se trata de ensayos para comprobar cómo pueden funcionar esos avances.
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Aún no se conocen los resultados de estas pruebas, pero en Asturias no se baraja poner en marcha una instalación experimental. Se plantea transformar el proceso siderúrgico de la mitad de la cabecera, coincidiendo con la llegada al fin de su vida útil del horno alto 'A', prevista entre 2022 y 2024, y que sin este proceso descarbonizador, con toda probabilidad, sería remodelado. Sin embargo, ahora la inversión en esa reforma tradicional está descartada, ya que se considera imposible de amortizar con la necesidad imperiante de reducir las emisiones en el medio plazo.
La multinacional necesita transformar su proceso siderúrgico con la vista puesta en 2050, cuando se ha comprometido a alcanzar la neutralidad climática, aunque ya en 2030 quiere bajar las emisiones al menos un 30%, un porcentaje que podría elevar cuando actualice su Informe de Acción por el Clima, en línea con los nuevos objetivos de la Unión Europea, que ha subido el recorte al 55%.
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Sin embargo, Arcelor reconoce que existe incertidumbre sobre cuál es el camino para descarbonizar su sector. De ahí que haya apostado por dos rutas distintas, que prueba al mismo tiempo sin certeza de cuál se impondrá, 'Smart Carbon' (carbono inteligente), que tendrá efectos antes y que aprovecha todas las energías limpias en el entorno de reducción controlada a alta temperatura de producción de arrabio, y otra ruta, aún es más compleja y larga, denominada DRI, por las siglas en inglés de 'direct iron reduction' (reducción directa de mineral de hierro), que en teoría necesita que la tecnología madure para su aplicación, aunque es probable que sea la baza por la que apueste Arcelor en la comunidad.
En la primera, la empresa se centrará en aprovechar las fuentes del carbono circular de residuos y luego capturará y almacenará el CO2 de los combustibles fósiles restantes. En principio, se plantea utilizar gas natural como una energía menos contaminante que el carbón, aunque el objetivo es realizar la transición al hidrógeno verde cuando este esté más desarrollado y bajen sus costes. Además, 'Smart Carbon' prevé utilizar envases de plástico al final de su vida útil, textiles y desechos para crear bioenergía y propiciar un ciclo neutral utilizando las emisiones del proceso para producir nuevos materiales «de carbono reciclado».
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La ruta denominada DRI implica prescindir del horno alto y utilizar hornos de arco eléctrico. En una primera fase, se usaría hidrógeno azul -procedente del gas natural como reductor clave, con la incorporación de captura y almacenamiento de CO2-. A largo plazo, cuando se desarrolle, también se emplearía hidrógeno verde.
El problema es que las plantas asturianas fiarán la mitad de su producción a una de estas dos rutas, sin saber apenas nada sobre sus resultados. De hecho, en el caso de DRI, Arcelor calcula que las primeras demostraciones no se verán hasta mediados de esta década y no se espera una producción significativa hasta pasado 2030.
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La inversión, por tanto, se percibe como una gran oportunidad, la única que le queda a la siderurgia, que no se plantea invertir ya en tecnologías que quedarán desfasadas en pocos años, pero también supondrá un enorme reto. De hecho, la multinacional ya ha sufrido malas experiencias con distintas instalaciones que se plantearon como grandes avances. Las últimas, las baterías de cok de Gijón, cuya tramitación y proceso de construcción ha llevado prácticamente una década, después de que se adjudicaran por primera vez y se paralizara el proyecto en plena crisis derivada de la Gran Recesión. Posteriormente, cuando se volvió a impulsar, la obra estuvo afectada por numerosos problemas y las instalaciones aún no han logrado la producción prevista.
Otro ejemplo se encuentra en el tren de carril, que se adecuó hace cinco años para fabricar un producto mucho más largo, de 108 metros. Era necesario para que no se quedara fuera del mercado, pero la fiabilidad de la instalación ha dado enormes quebraderos de cabeza. Más allá de la inversión propiamente dicha, acertar con la ruta y el éxito de los proyectos serán claves para asegurar la actividad siderúrgica en la región.
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