MARÍA SUÁREZ
Jueves, 2 de marzo 2023, 01:35
Cuando pierdes a alguien a quien has querido con todas tus fuerzas aprendes que de los dolores más grandes solo te salvan los recuerdos más bonitos. Y ahora, con el mar de lágrimas de su partida convertido en nieve por el frío, son esos recuerdos los que sacan a flote a quienes disfrutaron de Pelayo Novo. Irradiar una luz tan fuerte como la suya puede generar grandes sombras, pero el hijo, hermano, marido, deportista y capitán guardó para sí las sombras y repartió la luz con quienes le rodeaban.
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Su implicación fue tan grande que, aunque a veces no supiese cómo vivir -así lo recuerda el ex presidente Manuel Lafuente-, eso no le impidió desprender felicidad allá por donde fue: dejó amigos en todas partes. Porque están el amor de verdad -y Pela tenía en Icíar el mejor que podía imaginar- y está el de la familia, esa que te sujeta incondicionalmente hasta que tú mismo te sueltas. Pero también hay otros, y el chico de la sonrisa afable y sincera que hoy nos hace llorar los despertó todos.
Fue canterano en una escuela ansiosa de perlas como él, defendió a su equipo en la categoría de bronce y puso rumbo al fútbol profesional cuando no le quedó más remedio que decidirse a serlo. En el vestuario no era el típico compañero que va a jugar y con la misma se iba, él era auténtico. Con solo 22 años era capaz de pasar por encima a cualquier rival y, a su vez, seguir siendo el de siempre. «¡Pero si eres un camión, por donde pasas van cayendo todos», le arengaba Pacheta. Sabía que iba a tirar para arriba y, sin embargo, nunca se lo creyó. Amable, simpático y personaje a la vez, se metía a la gente en el bolsillo con facilidad. Nunca dejó de hacerlo.
Peleó contras las sombras, siempre con los superpoderes de Icíar a su favor, y volvió a casa para inspirar y servir de ejemplo a todo aquel que necesitaba aliento. Se volvió a levantar, empuñó la raqueta y acabó portando un brazalete más real que cualquiera que puedan tocar con sus propias manos: el de la Fundación. No el de la institución, que copa actos y páginas en la prensa, sino el del día a día en ella.
Fundoma, su nueva casa -porque siempre lo será- aún no se ha hecho a la idea de que ahora habrá que hablar con el capitán imaginando qué diría, pero sin oír su voz. Humilde y sin doblez gritó bien alto que allí todos tenían capacidad: ver a Pelayo volver a caminar hizo que las limitaciones no lo pareciesen tanto. Y el agradecimiento llegaba en forma de abrazos genuinos y sinceros. Sembró igualidad, tolerancia y respeto, y dejó un regalo maravilloso para sus chicos y chicas en forma de Liga +. El creyó en las posibilidades de todo el mundo y su legado ahora es que nosotros mismos no dejemos de creer.
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