Muere Maradona, el dios del fútbol

El fallecimiento del astro argentino conmociona el deporte mundial y nos devuelve la controvertida figura de un genio

jon agiriano

Jueves, 26 de noviembre 2020, 01:39

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La noticia llegó pasadas las cinco de la tarde, adelantada por el diario 'Clarín'. Diego Armando Maradona había fallecido a los 60 años en su casa de Tigre, al norte de Buenos Aires, por un fallo respiratorio. Hacía tres semanas que ... había sido operado de un hematoma en el cerebro y llevaba desde entonces recibiendo un tratamiento intensivo para mejorar su motricidad y recuperar su estado físico y anímico, muy deteriorados por su adicción al alcohol y a los psicofármacos. La conmoción fue inevitable en todo el mundo, pero lo cierto es que el final del astro argentino, probablemente el mejor futbolista de la historia, llevaba demasiado tiempo siendo una premonición fatal.

En su última aparición en los banquillos, en Gimnasia y Esgrima, ya parecía un anciano lleno de achaques. Su historial clínico retrataba, en realidad, a un insospechado superviviente, un adicto a las drogas que llevaba tres décadas jugando a la ruleta rusa. Había sufrido múltiples operaciones y su corazón trabajaba al 30% tras años de obesidad y adicciones. Daba pena verlo así, con problemas para respirar, a veces para articular palabra, apoyado en dos auxiliares que le ayudaban como podían para que pudiera andar.

Los grande héroes no merecen que el público asista al espectáculo de su decadencia porque ésta suele ser brutal. Con Maradona, sin embargo, esto ha sido inevitable por una razón cruel: que quienes más le han amado, los mismos que ahora lloran y guardan tres días de luto nacional, han sido, precisamente, quienes le condenaron hasta el último día de su vida a ejercer de ser providencial cuando era un hombre destruido.

No son fáciles de olvidar sus últimos pasos como entrenador en el equipo de La Plata. La adoración de los hinchas, incluso de los aficionados rivales, era algo extraordinario. Una locura colectiva. Evidentemente, Maradona no era visto como un entrenador por aquella gente entusiasmada. Ese era un papel demasiado pobre para él. Así ha sido siempre en todos los clubes a los que ha dirigido desde que dejó el fútbol. De ahí que su carrera como entrenador haya sido casi anecdótica, salvo durante los dos años que dirigió a la selección argentina, entre 2008 y 2010. El Diego, o el 10, no ha dejado nunca de ser alguien sagrado cuya sola presencia cambiaba el mundo a su alrededor.

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Gráfico.

Quizá fuera de su país no hayamos podido entender del todo la complejidad y dimensión de su figura. Entender, por ejemplo, que Maradona no sería el mito que es sin haber mostrado con toda crudeza un anverso y un reverso, sin su doble testimonio vital de conquistador de la gloria y superviviente del infierno. Lo decía ayer un periodista argentino en un bello obituario: «Quizá su mayor coherencia haya sido la de ser auténtico en sus contradicciones. La de no dejar de ser Maradona ni cuando ni siquiera él podía aguantarse. La de abrir su vida de par en par y en esa caja de sorpresas ir desnudando gran parte de la idiosincrasia argentina. Maradona es los dos espejos: aquel en el que resulta placentero mirarnos y el otro, el que nos avergüenza. A diferencia del común de los mortales, Diego nunca pudo ocultar ninguno de los espejos».

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Desde Villa Fiorito

En la hora de su muerte, pese a todo, se impone el recuerdo del futbolista genial que un día, tras uno de sus momentos más duros, después de estar a punto de morir, dijo que si tuviera otra vida de repuesto le gustaría volver a ser Maradona porque nada podía compararse a hacer a la gente tan feliz como la hizo él. Los hitos de su biografía futbolística son de sobra conocidos.

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De hecho, hay algunos nombres en ella que parecen pertenecer ya a un territorio mítico. Hablamos de Villa Fiorito, la barriada miserable en la que nació. O de Los Cebollitas, su primer equipo. De ahí pasó a Argentinos Juniors, donde debutó en Primera con quince años lanzando un caño en su primera jugada.

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Su carrera profesional, que se prolongó durante veinte temporadas, tuvo momentos extraordinarios y otros de apagón e irregularidad debido a su mala vida y a su entorno, tantas veces contaminado por caraduras aduladores y buscavidas. Eso sí, siempre mereció la pena pagar la entrada para verle, aunque fuese en el calentamiento. Los expertos en Maradona, que los hay hasta límites religiosos, tienen claro que, a nivel de clubes, sus mejores versiones las ofreció en Argentinos Juniors, en su primer año en Boca y en sus primeras campañas con el Nápoles, donde desde ayer también guardan luto.

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En el Barça ofreció algunos detalles magistrales, pero nunca acabó de sentirse a gusto y dejó imágenes bochornosas como las de la final de Copa ante el Athletic, cuya hinchada ya le tenía en el punto de mira tras la marimorena que se armó con la lesión que le produjo Andoni Goikoetxea. Lo del Sevilla y Newell's fueron ya poco más que meras anécdotas en una despedida que se prolongó en exceso.

En lo que se refiere a la selección, no hay duda. Su primer gran momento fue cuando él solito llevó en volandas a la albiceleste al título mundial juvenil de 1978. Fue su desquite personal a la enorme decepción que le supuso no ser convocado para el Mundial de su país. En el fondo, nunca se lo perdonó a Menotti. La gran fecha de su vida, por supuesto, es el 22 de junio de 1986. Es cierto que el título mundial lo consiguió tres días después, el 25, tras ganar a Alemania, pero el gol del siglo lo firmó ante Inglaterra. ¿Qué se puede decir de esa jugada inmortal, que llegó poco después de su famosa trampa a Shilton? ¿Qué conclusión se puede sacar del hecho de que aquel barrilete cósmico, como le llamó Víctor Hugo Morales en su famosa narración, cogiera el balón de espaldas en su propio campo –el Negro Hernando bromeó siempre con la importancia de su asistencia– y fuera capaz de emprender una cabalgada hacia el cielo que acabó en gol tras regatear a seis jugadores ingleses, portero incluido? Solo una: que estamos hablando de un prodigio.

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Comparación con Messi

Leo Messi firmó un golazo parecido en un partido de Liga ante el Getafe. Si fue una jugada espontánea o hubo algo de afán de emulación sólo lo sabe él. Las comparaciones entre él y Maradona les han acompañado durante los últimos quince años. Han sido inevitables, una matraca a veces bastante pesada y en muchos sentidos absurda, que ha tensado en ocasiones las relaciones entre ambos. Y es que estamos hablando de cosas diferentes. Más allá de que no haya podido ganar un Mundial con la albiceleste, las cifras de Messi y la regularidad de su rendimiento son muy superiores a las del Pelusa.

No hay comparación posible. Un solo dato. La media de goles en Liga de Maradona con el Nápoles fue de 11,5 en sus siete temporadas. Y Messi lleva una media de 29,8 en las últimas quince en el Barça. Ahora bien, el jugador blaugrana nunca tendrá el carisma ni la potencia de liderazgo que mostró Maradona en el Mundial de México o en sus éxitos en Italia.

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Vídeo.

Digamos que el astro argentino que acaba de fallecer trasciende a las cifras. Su vida ha sido una gran novela mientras que la de Messi –exageremos un poco un día como hoy– ha sido un impresionante libro de contabilidad. Serán dignas de ver las escenas desgarradoras que se producirán en Argentina estos días. También en Nápoles. Por otro lado, la figura de Maradona volverá a ser escrutada en todas sus vertientes, como lo viene siendo prácticamente desde que, siendo todavía un adolescente, dio el salto de Los Cebollitas al Argentino Juniors y su país descubrió de repente a un chaval pequeño de pelo rizado al que el fútbol le salía de las botas como un prodigio natural, como brota un arcoíris después de la lluvia.

Su epitafio

Es muy probable que solo en el campo se sintiera verdaderamente feliz. En su lugar natural. Cumpliendo en cierta forma su destino. Pudiendo amar al fútbol como mejor sabía: interpretándolo como nadie. Sus últimos años han sido duros.

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Alimentó un personaje disparatado y bastante patético que llegó a ser un problema para quienes le invitaban a algún evento, como ocurrió en Madrid con aquella acusación de maltratos a una de sus novias. Fue minando su propia salud y su deterioro se reveló implacable. También es cierto que reconoció muchos de sus errores y que tuvo momentos de expiación pública que le llevaron a participar en campañas contra la droga.

Pero dicen sus allegados que incluso en estos últimos días de dolor, sufriendo los efectos del postoperatorio y una fuerte crisis de ansiedad, con la única ilusión de volver a su querida Cuba para rehabilitarse, como lo hizo hace años, Diego Armando Maradona estaba satisfecho con su legado. Se refería a los millones de personas en todo el planeta a las que hizo feliz y le llorarían amargamente en la hora de su muerte. Por supuesto, su epitafio deberá ser el que siempre quiso. «Gracias a la pelota».

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