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ANTONIO PANIAGUA
Domingo, 24 de abril 2022, 03:56
Era la España del apartamento en Torremolinos y la Ruperta, la época de los Tacañones y las guapísimas secretarias; la era de Kiko Ledgard y Mayra Gómez Kemp. Todo estaba al alcance de la mano. Por el asequible precio de 25 pesetas, los españoles vivieron la ensoñación de un circo que reunía a la familia en torno al televisor cada semana, de 1972 a 2004, aunque hubo interrupciones en este largo periodo. En la España de los dos canales, TVE-1 lograba con el invento de marras audiencias desorbitadas, de 25 millones de espectadores, algo que ni de lejos consiguen hoy las retransmisiones de fútbol.
Tal era su popularidad que el programa acuñó un lenguaje propio, hecho de latiguillos y frases hechas. «Hasta aquí puedo leer», que diría Mayra. Hace hoy 50 años, el 24 de abril de 1972, un bromista atlético, pelo alisado con fijador, apellido francés, nombre de maíz tostado y calcetines desparejados se presentaba a la audiencia para romper los esquemas de la historia de la tele. Era la puesta de largo del concurso 'Un, dos tres... Responda otra vez'. Para celebrarlo, mañana La 2 de TVE emitirá el último programa de la primera temporada, presentado por Kiko Ledgard y que se pudo ver el 30 de abril de 1973. La misma cadena ofrece también el jueves el debut de Gómez Kemp como presentadora del espacio, allá por 1982.
Uno podía ver de todo en el 'Un, dos, tres...', desde el farfullar incomprensible de Mariano Ozores hasta una voluptuosa Bombi que inexplicablemente hacía que todo quisqui recitara aquello de «¿Por qué será?», el abracadabra del erotismo carpetovetónico. Participar en el concurso no era sinónimo de éxito. El muy sagaz Chicho Ibáñez Serrador, creador del programa, podía endilgar al personal una vaca, un caballo o una aspiradora como premio chungo y quedarse tan ancho.
En dictadura o democracia, con crisis del petróleo o sin ella, hubiera victoria del PSOE o del PP, lo que de verdad se ambicionaba era ganar un apartamento en la playa, apetencia que ya anticipaba la fiebre del ladrillo que vino después.
Kiko Ledgard, un patriarca peruano con once hijos cuya suegra fue secuestrada y asesinada, regresó a su Perú natal y tuvo la ocurrencia de hacer equilibrismos en la barandilla de la terraza de un hotel. Un mal paso. El 'showman' se estampó desde un tercer piso contra el suelo, perdió un brazo y tardó tres meses en recobrar la memoria. ¿Quién le sustituiría? Después de pensárselo mucho, Chicho escogió a Mayra Gómez Kemp, quien ya se había baqueteado como actriz en el espacio y que venía de presentar '625 líneas' y 'Dabadabadá'. «Yo creo que Chicho me eligió por mi memoria. Cuando no existía el pinganillo ni teleprónter, yo no me equivocaba nunca. Me sabía mi guion y el de los demás. Además, al ser una mujer, las comparaciones con Kiko iban a ser difíciles».
'Un, dos, tres...' nació en 1972, en los estertores de la dictadura, muy inquieta entonces por la longitud de faldas y los escotes de las azafatas. Ocurrió algo muy infrecuente: un censor, Francisco Ortiz Muñoz, permanecía en el plató durante la grabación para velar por el correcto tallaje de minifaldas y escotes. Con Chicho tuvo más de un desencuentro y a la postre nada pudo hacer para impedir que las azafatas Agatha Lys y Blanca Estrada se alistaran en el cine del destape.
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Entre las atractivas secretarias y la exuberante Fedra Llorente, la Bombi, Mayra Gómez no sabía qué papel adoptar. «Debía tener mucho cuidado en cómo me relacionaba con las chicas, pues yo no quería dar un tono lésbico», confiesa la presentadora.
Con la democracia desapareció la censura visible y don Paco, el Torquemada televisivo, fue destituido, por el propio Chicho cuando accedió al cargo de director de emisión. Todo un acto de justicia poética. Pero en los despachos de Prado del Rey seguía la concienzuda observancia desde arriba, aunque de cariz distinto. «Había mucho interés en que en los guiones no hubiera referencias políticas», cuenta Gómez Kemp.
En 'Un, dos, tres...' podía pasa de todo. El público era estoico, contumaz y espartano, aguantaba jornadas inhumanas que, por un simple fallo técnico, podían terminar hasta bien entrada la madrugada.
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