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Urgente Muere Mario Vargas Llosa, genio de las letras hispanas
Castillete. Alejandro Pidal y Mon mandó construir este mueble para guardar el manuscrito. BIBLIOTECA NACIONAL
Los tres noes de los Pidal

Los tres noes de los Pidal

La Biblioteca Nacional expone el códice de Vivar, el original del 'Cantar del Mío Cid', que una familia asturiana conservó por un siglo y evitó que saliera de España

M. F. ANTUÑA

Jueves, 6 de junio 2019, 03:53

Seis siglos tiene tras de sí el códice de Vivar que estos días se expone en la Biblioteca Nacional de España en Madrid por primera vez en la historia; seis siglos en los que pasó por un sinfín de avatares hasta convertirse en patrimonio nacional y durante uno de los cuales estuvo en manos de los Pidal, una familia asturiana que, en tres ocasiones, evitó que saliera de España.

El primer salvador del 'Cantar del Mío Cid' fue Pedro José Pidal, nacido en Villaviciosa en 1799, político, historiador, diplomático y filántropo, que lo pagó de su propio bolsillo para evitar que su anterior propietario lo pusiera en manos del Museo Británico. La aventura de Pedro José Pidal y muy especialmente la de otro nombre propio de la saga familiar, Ramón Menéndez Pidal (1869-1968), salen ahora a la luz con motivo de la exposición de la Biblioteca Nacional, que ayer abrió sus puertas al público y se quedará hasta septiembre. 'Dos españoles en la historia; el Cid y Ramón Menéndez Pidal' es su título. Fue este último el gran estudioso del célebre cantar y de ahí que haya merecido letras mayúsculas. Seguramente ese desmedido interés y afán investigador por el cantar tuvo algo de genético.

Toda esta historia comienza en torno al año 1045, cuando Rodrigo Díaz de Vivar vino al mundo. Doscientos años después, por causas naturales, murió y un autor desconocido compuso el que habría de convertirse en el mayor de los cantares de gesta españoles de la Edad Media. El monje castellano Per Abat fue quien copió en 1207 el 'Cantar del mío Cid'. De ese original no hay copias, pero sí una transcripción del siglo XIV que es la que se conserva en la Biblioteca Nacional y la única conocida.

Huntington puso un cheque en blanco en manos de Alejandro Pidal para llevarlo a EE UUPedro José Pidal lo pagó de su bolsillo para evitar que lo comprara el Museo Británico

Se supone que esa copia estuvo en el Archivo del Concejo de Vivar, en Burgos, al menos en el año 1596, cuando Juan Ruiz Ulivarri lo copió y lo dio a conocer. Luego pasó al convento de las Clarisas y más tarde un clérigo erudito de nombre Tomás Antonio Sánchez se lo llevó con el objetivo de estudiarlo en el año 1776. Se publicó tres años después con sus acotaciones una edición de la obra, cuyo manuscrito ya nunca regresó a Vivar. Se le pierde aquí la pista y no reaparece, como parte de la herencia del conde de Santa Marta, hasta la primera mitad del siglo XIX. Era ya en ese momento objeto de deseo de estudiosos de todo el mundo y, mediado el siglo, pasa a manos del bibliógrafo Pascual de Gayangos; a él le llegó una oferta de compra del Museo Británico.

Es aquí donde entra en juego la familia asturiana que por tres veces evitó que el códice saliera de España. Para empezar, Gayangos relató a Pedro José Pidal, que entonces era ministro del presidente Narváez, la oferta británica y puso precio al códice. Pero el Gobierno español, pese a que no era una cifra desproporcionada, dijo no y el maliayo asumió la compra de su bolsillo. Quedó, pues, en manos de la familia de quien fue marqués de Pidal y vizconde de Villaviciosa, también senador, director de la Real Academia de Historia y caballero del Toisón de Oro. Falleció en Madrid en 1865 y dejó como heredero a Alejandro Pidal y Mon (Madrid, 1846-1913), que se hizo cargo del manuscrito. Llegó a ser director de la Real Academia Española y mandó construir un mueble en forma de castillo medieval para guardar el códice, que también se presenta en la exposición. A él le llegó una segunda oferta para que la obra saliera de España y también dijo no: Archer Huntington, fundador de la Hispanic Society y apasionado, como su mujer, la escultora Anna Vaughn Hyatt Huntington, del cantar de gesta, le ofreció un cheque en blanco para que se fuera a la Biblioteca de Washington. Lo rechazó.

Ya en el siglo XIX, Ramón Menéndez Pidal, sobrino de Alejandro, se convierte en uno de los mayores conocedores del poema, sobre el que desarrolló la edición crítica fundamental y definitiva. El estudioso, nacido en Galicia pero asturiano de vocación y pasión (su madre era de Villaviciosa y su padre de Pajares) amaba tanto la célebre obra que consideraba «el acta natalicia de la literatura española» que incluso, en 1900 durante su viaje de bodas, realizó la Ruta del Cid en compañía de María Goyri.

Él nunca se encargó de la custodia del códice, que a la muerte de Alejandro quedó en 1913 en poder de Roque Pidal quien, empeñado en proteger un legado que ya se había llegado a tasar en 250.000 pesetas, optó por guardarlo en la caja fuerte de un banco madrileño, donde estuvo hasta 1936. Se trasladó entonces a Suiza: como sucedió con numerosas obras de valor artístico, como las del Museo del Prado, el Gobierno republicano optó por sacarlo de España y de nuevo su destino fue un banco. Acabada la guerra, volvió a la familia Pidal. Y Roque fue el último en decir que no. De nada sirvió el cheque en blanco que le ofreció una entidad extranjera cuyo nombre no es público. El códice se quedó en casa.

En el año 1960 el manuscrito dejó de pertenecer a los Pidal. La Fundación Juan March pagó entonces diez millones de pesetas por él. Eso sucedió el 20 de diciembre; el 30 del mismo mes se consumaba la donación de esta joya bibliográfica a la Biblioteca Nacional de España, que lo ha tenido en su cámara acorazada hasta ahora, cuando por fin ha salido de ella para ponerse ante el ojo público en esta exposición. Solo hasta el 18 de junio se podrá ver el original, luego se sustituirá por un facsímil. Pero allí continuará contándose la peripecia del manuscrito y el trabajo que para desentrañarlo y darle lustre hizo Ramón Menéndez Pidal.

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