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Daniel Castaño
Todos los personajes del monasterio de Cornellana
Milenario del cenobio de Salas

Todos los personajes del monasterio de Cornellana

Un cenobio, como toda institución humana, es más que una arquitectura. Es una comunidad de personas, relaciones e intereses

Octavio Villa

Gijón

Viernes, 31 de mayo 2024, 18:34

Un monasterio, como cualquier otra construcción humana, no es solo su arquitectura, ni aún solo su arte. Un monasterio es la plasmación de una época, de sus gentes, sus costumbres, sus relaciones de poder, económicas y espirituales.

Por eso, conocer a las personas implicadas en el desarrollo del monasterio de Cornellana, que cumple mil años, ayuda a entenderlo mejor. Como queda dicho, el primer fundador de una estructura socioeconómica similar a lo que luego fue el monasterio habría sido un ciudadano del Imperio romano asentado en la confluencia del Narcea y el Nonaya, un propietario de tierras que habría creado o usado una villa, similar en estructura a la de Veranes, para controlar la producción agroganadera de sus dominios.

Llegados al siglo XI, la hija mayor del rey Vermudo II, Cristina Vermúdez, es la propietaria de los derechos de una explotación que podría bien ser la continuidad de la Villa Cornelii. Es esposa de Ordoño Ramírez, probable hijo de Ramiro III, que había rivalizado por el trono con el padre de Cristina. La cosa acabó bien, con todo. Sumando dominios. Tras quedar viuda, Cristina, probable madre de cuatro hijos (Alfonso, Ordoño, Pelaya y Aldonza), cede Cornellana a la Iglesia, pero esta cesión por parte de una viuda no implicaba perder la propiedad, sobre la que mantenía cierta autonomía y capacidad de actuación. Es el de Cornellana un ejemplo prototípico de procesos en torno a fundaciones monásticas gobernados por mujeres poderosas, común en la época.

La propia madre de Cristina, la reina Velasquita Ramírez, lideró varios de esos procesos. Su historia es curiosa y da indicios de una mujer de fuerte voluntad y fines muy claros. De muy probable vinculación patrimonial con el occidente asturiano, Velasquita se casa con Vermudo II poco antes de la coronación de éste en Compostela, en 982. Hacia 989, el matrimonio parece interrumpirse, bien por la falta de hijos varones, bien porque Vermudo intentó ganar poder en la meseta con un nuevo matrimonio. O hasta por una sublevación de parientes de la propia Velasquita, radicados en Galicia.

Milenario del monasterio de Cornellana

Los protagonistas

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Cristina Vermúdez (Infanta viuda y fundadora)

Hija de Vermudo II y su primera esposa, tras enviudar entrega a la Iglesia el monasterio familiar de Cornellana y sus dominios.

Velasquita (Reina, madre de Cristina)

En 1024 vive en el monasterio de San Pelayo. Primera esposa de Ordoño II, funda San Salvador de Deva, con monasterio, hacia 1026.

Alfonso VII (Rey de León)

El mismo año de su acceso al trono, en 1126, otorga el coto al monasterio de Cornellana, que Pedro I ampliará en 1360.

Los abades y los monjes (los habitantes del cenobio)

Tras la primera donación, de culto visigodo. Con Cluny se impone el culto católico reformado. El poder de los abades crece con los siglos.

Suero Vermúdez (conde, segundo fundador)

Señor de la Asturias occidental, reunió y mejoró los dominios de Cornellana, que junto a su esposa, Enderquina, cedió a Cluny.

Gogito (Escribano)

Redacta el muy impresionante documento de la primera cesión. Presbítero, trabajó para la Catedral de Oviedo y para Velasquita.

Mauscaronio (Tallista de la galia)

Contratado por Erderquina, esposa de Suero, es el primer artista que firma su obra en el territorio de Asturias.

El campesino (base económica del sistema)

Todos los personajes anteriores pueden ejercer su papel social gracias a la gran comunidad anónima de campesinos y artesanos.

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Todo apunta a que fue repudiada por Vermudo, pero sin que ello implicase una mala relación, al punto de que ella seguirá usando el título de reina toda su vida, no menos de 40 años más. Y siempre con poder, autonomía, libertad de movimientos, un muy extenso patrimonio y siendo señora de una pequeña corte organizada a su servicio. Fundadora de San Salvador de Deva como monasterio (quedan restos de la lauda fundacional, con una llamativa cruz con alfa y omega grabada en ellos), parece haber disfrutado de San Juan de Aboño, de San Martín de Salas y de Santa Cruz de Oviedo, además de las rentas del puerto pesquero de Bañugues (Bonnuas) y diversas villas. Son monasterios aquellos que deben entenderse como centros de explotaciones agroganaderas y de aprovechamiento de sus entornos.

Dos mujeres poderosas, madre e hija, con objetivos claramente marcados, pese a que el documento de cesión haga gala de una aparente beatitud. El devenir del monasterio en el siglo siguiente da muestras de que supieron dejar su destino bien atado.

La existencia de dos coronas de plata en el ajuar que Cristina cede a la Iglesia en Cornellana apunta a que pudo ser inicialmente un monasterio dúplice, esto es, masculino y femenino a la par. Con un abad al frente, que debió estar en el acto de cesión junto a otros abades del reino, pero cuya filiación no es segura. Lo que sí es claro es que este abad seguía el rito visigodo, resto aún vivo de la transición del Imperio romano a la conformación de las diversas realidades en forma de reinos que fueron apareciendo en la Península. Pasando los siglos, las abadías irían ganando poder territorial, hasta que en el siglo XIV las pugnas entre las familias nobles de Asturias pondría en entredicho su poder.

Algo más se sabe del obispo de Oviedo en 1024. Agda era titular de la diócesis desde 1013 y lo sería hasta 1025. En su mandato se consagraron notables iglesias, como San Salvador de Fuentes y San Saturnino, en Villaviciosa, pero es más que probable que el acto más relevante al que asistió, más allá de la visita a la diócesis del Rey Vermudo III, fuese precisamente el de cesión de Cornellana.

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A Agda le sucedió el catalán Ponce, que fue su asistente durante casi dos años. Era un obispo de los contundentes, a cuyo cargo estuvo la recuperación de la diócesis de Palencia tras haber sido atacada por las fuerzas califales. Porque los obispos de esta época acumulaban también poderes muy terrenales.

El poder se ejerce, pero también se muestra. El documento por el que Cristina Vermúdez dota al monasterio es, en sí mismo, una demostración de poderío. Para su elaboración, la hija de Velasquita confió la labor a un presbítero que aparece también como autor material de otros documentos relacionados con la catedral y con Velasquita. El texto en visigótica y su ejecución son magistrales.

La segunda fundación

Pasados 98 años, el monasterio había vuelto al control patrimonial de los Vermúdez, en la piel del dinámico y ambicioso conde Suero (aunque a veces él se intitula como 'cónsul', dando muestras de que aún en pleno siglo XII el prestigio de los cargos romanos seguía bien vigente) y de su esposa, Enderquina Gutiérrez. Buscando una solución para el monasterio, decidieron cederlo a la abadía de Cluny en 1122. No era solo una cuestión socioeconómica, también se trataba de facilitar la llegada del culto católico reformado, del que Cluny era el máximo exponente. De nuevo, la ceremonia de cesión tuvo que estar a la altura de la que protagonizó la bisabuela Cristina: esta vez, entre los confirmantes estaban la Reina Urraca y su hijo, el futuro Alfonso VII de León, emperador de todas las Hispanias.

Y de nuevo una mujer demostró su poder. Enderquina, viuda desde 1138, siguió teniendo preponderancia en Cornellana durante los diez años que siguió viviendo. Fue ella quien, para la primera reforma arquitectónica importante –que incluiría su primer claustro, de tres pandas y aún románico– y su decoración, contrató a Mauscaronio, el primer autor que firma su obra en el románico asturiano y que volvería a hacerlo en Caravia en 1146. Venía Mauscaronio probablemente del sur de lo que hoy es Francia, relacionado con los talleres del Languedoc. Su mera presencia y la calidad de su trabajo muestran el empeño de Enderquina y su notable inversión en Cornellana.

Fue Alfonso VII, que a su muerte dividió el reino entre sus dos hijos, quien cuatro años más tarde concedería el coto al monasterio, otorgándole un privilegio territorial que ni sus justicias podían infringir. Este coto sería ampliado en 1360 por Pedro I, aquel rey de Castilla fundador del monasterio de Tordesillas, que se servía de Cornellana para controlar un rico territorio mientras estaba enfrascado en sus guerras con Aragón primero y, luego, con Granada.

Todo lo anterior son relaciones de poder. Y todo se sustentaba en último término en el trabajo de los campesinos, que gestionaban las tierras del monasterio en régimen de foro, usualmente por el tiempo de tres vidas. Todo estaba bien atado.

Napoleón y Mendizábal marcan la pausa de la vida monacal

De 1024 a 1808, el monasterio de Cornellana tuvo, con altos y bajos, con momentos de poder y de incertidumbre, una preponderancia notable sobre su entorno inmediato y, en ocasiones, incluso sobre territorios bastante alejados. Pero tras el siglo de las luces y la Revolución Francesa, la ola de reformas que recorría Europa llegó a Cornellana en la forma de Ejército napoleónico. Y con un inexistente respeto por la comunidad y por el edificio, la oficialidad gala permitió desmanes que fueron de la ocupación y utilización como cuartel, inicialmente, hasta incendiarlo a su marcha. Recuperó el monasterio una mínima actividad monacal en los años siguientes, pero el siglo XIX ya había herido gravemente a Cornellana. Remató a la comunidad la desamortización de Mendizábal en 1836, previa expulsión temporal en 1820, recién iniciado el trienio liberal, y definitiva en 1835. En 1855, los terrenos afectos al monasterio fueron subastados por orden del entonces ministro de Hacienda, Pascual Madoz. Para cuando la propiedad del monasterio de Cornellana volvió a la Iglesia, en 1878, el monasterio amenazaba ya ruina, como atestiguó el benedictino francés Alphonse Guépin en 1880, que cuando estudiaba traer a su comunidad vio los daños, pero también las posibilidades de Cornellana, las posibilidades que seguía, y sigue, teniendo el monasterio.

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