Era el máximo atractivo del cartel y el principal responsable del 'entradón' que registraba la plaza de El Bibio, sin duda la mejor de toda la feria. Se había impuesto al renuente tercero, pero la espada había difuminado su sincera labor. Eran las nueve menos ... diez de la noche, habían arrastrado al quinto, y allí había poco que llevarse a la boca. Cundía el desánimo entre la parroquia. También entre los de luces. Pero Roca Rey es de otra pasta. Tiró de convicción, de su fe inquebrantable, y acabó poniendo su nombre a la tarde.
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Salió 'Jaleo' por chiqueros, lo saludó el limeño muy decidido a la verónica, ganando terreno, jugando bien los brazos. Apuntó condiciones el toro en los primeros tercios y después de que Chacón saludara en banderillas, Roca Rey se fue a los medios y se pasó al toro dos veces por la espalda, cambiándole el viaje, para principiar faena.
Gijón Tercer festejo de la Feria de Begoña. Lleno. Toros de Montalvo, de excelentes hechuras y tipología, pero faltos de raza y clase, apenas dieron opciones a sus lidiadores, salvo el lidiado en sexto lugar, alegre, con codicia y transmisión, que fue el mejor del conjunto.
Morante de la Puebla dos pinchazos y estocada (silencio) y estocada y dos descabellos (ovación)
José María Manzanares estocada y descabello (ovación) y pinchazo y estocada (ovación tras aviso)
Roca Rey pinchazos y estocada (silencio tras aviso) y estocada (dos orejas)
Respondió el toro, respondió el público y ahí el peruano se sintió dueño de la tarde y triunfador del espectáculo. Dio metros al de Montalvo, le dejó venir en la media distancia para ir reduciendo la misma entre un pase y otro al tiempo que se embraguetaba con su embestida y se la ceñía a su anatomía.
La faena crecía en intensidad. Las palmas echaban humo por la angostura de cada embroque, por la determinación del torero y la prontitud y la codicia del astado, al que faltó, por ponerle un pero, un punto de ritmo en sus acometidas.
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El final por circulares, teniendo a la fiera dominada y la embestida gobernada, terminó de poner al cónclave en éxtasis. Los tendidos de sol, donde el peruano desarrolló la faena, se pusieron en pie al unísono cuando el torero concluyó su obra y se fue a por el acero. Sólo enterró media estocada. Dio igual. El toro rodó y el público pidió los dos trofeos de forma clamorosa. Y salió con la satisfacción de quien ha visto justo aquello que había acudido a presenciar.
El ambiente, tanto en los aledaños del coso como una vez dentro del mismo, recordó a la última tarde de José Tomás en esta plaza, el día que dio la alternativa al mexicano Diego Silveti, hace ahora doce años. Incluso el inicio se demoró unos minutos para que se terminaran de acomodar los espectadores más rezagados. Se esperaba más de la corrida de Montalvo, tanto por sus antecedentes como por sus hechuras, pero a los astados de la divisa salmantina les faltó raza y, sobre todo, clase.
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No sólo Roca Rey estuvo a la altura de las circunstancias, pues tanto Manzanares como Morante se aplicaron con sus respectivos lotes, le pusieron dedicación a su trabajo, también paciencia, y sólo la espada les alejó de obtener premio.
Manzanares por ejemplo bien pudo pasear una oreja de cada uno de sus astados. Con su primero, que careció de celo tiró de ciencia, con la muleta adelantada y siempre puesta, y a regañadientes consiguió que el animal rompiera. Fue su principal mérito. Hubo muletazos sueltos con empaque y prestancia, pases de pecho redondos, casi circulares, y dos o tres naturales de excelente embroque. Una pena que no lo amalgamara. Porque así, sueltos, supieron a poco. Después de una estocada entera el animal se tragó la muerte y, cuando por fin se echó, el puntillero lo acabó levantando.
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Saludó una cálida ovación, una escena que se repitió luego a la muerte del quinto, al que lanceó a la verónica con porte y elegancia. Fue éste un castaño fuerte pero bien hecho. Manzanares le consintió porque el animal se movió sin gracia ni transmisión. Y a base de insistir consiguió muletazos con buena expresión. Con armonía, dibujo. Se le vio convencido al alicantino, y más cómodo que cuando un animal repite, porque entonces se ve más exigido. Pero otra vez faltó la rúbrica con el acero.
Morante dio primero con un animal suelto y abanto de salida, al que faltó fuerza y raza después. Lo intentó en vano el cigarrero. No tuvo más más virtudes el cuarto, que no rompió ni se entregó en el capote. Morante le hizo pasar pero el toro lo hizo sin gracia ni clase ninguna. Estos calificativos los puso el torero con expresivos ayudados por alto de inicio y mucha paciencia, aguante y sutileza en todo cuanto hizo. Sin violentar al toro, tratándole con una exquisitez y un mimo que casi ni merecía. Hubo molinetes garbosos de inicio y remate, y naturales de uno en uno de excelente embroque. Los del epílogo, a pies juntos. Solo le falló el descabello.
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