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MIGUEL ROJO
GIJÓN.
Jueves, 8 de diciembre 2022, 01:36
Cuando el rojo tiña hoy la fecha del calendario por el día de la Inmaculada se cumplirán 25 años de la muerte de Francisco ... Carantoña Dubert (Muros, 1926-Gijón, 1997). Fue aquel un 8 de diciembre lluvioso, desapacible, en el que la ciudad, y Asturias, perdió a uno de sus grandes defensores. Gallego que se hizo gijonés -fue nombrado hijo adoptivo en 1992-, químico que se hizo periodista, pero sobre todo analista agudo de la realidad que le tocó vivir, fue director de este periódico entre 1954 y 1995, año en el que decidió dar un paso al lado, dejando un legado periodístico y una forma de hacer las cosas que siguen siendo faro para los directores que le sucedieron y para los periodistas de EL COMERCIO, que tienen en él a una referencia. El 19 de septiembre de 1995, él mismo hizo pública su salida: «El caso es que el que suscribe se ha marcado el límite, y el 1 de octubre espera verse liberado de las cargas de costumbre, de las cuales sentirá probablemente nostalgia, como le ocurre a cualquier hijo de vecino en trances así. Uno empezó cuando llegaba el otoño del 54, y lo va a dejar en el otoño del 95. Realmente, dejando aparte razones de otra clase, ya era tiempo de romper la rutina y de seguir el consejo de Gracián que recomienda 'tener buen deje', o sea, dejarlo por propia voluntad, sin caer en la descortesía de la prolongación exagerada. Si un periódico es semejante a un barco, este ha sido un bello viaje, pero llegar a puerto también resulta normal», escribía.
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Hombre de honda cultura, lector incansable, observador reflexivo, amante del arte... Todas esas descripciones se adaptan a la personalidad de Carantoña, maestro de periodistas y de personas. «El criterio de Carantoña podría servir ahora, como antes, de referencia lúcida, expresión de independencia», escribió sobre él José Antonio Rodríguez Canal, que trabajó a su lado cerca de seis lustros, llegando a ser su director adjunto. Y tenía razón. Un recorrido a vuelapluma por los artículos que firmaba Carantoña en este su periódico, bien como F. Carantoña o como Till, en la sección que bautizó 'La vida y sus vueltas', que solía tener espacio reservado en la portada, da fe de que su ideario, sus reclamaciones de mejoras para la ciudad y para la región, sus opiniones sobre temas tan variados como la libertad de prensa, la protección de la naturaleza, el peso político de Asturias -nombre que, por cierto, defendió para la comunidad autónoma desde estas páginas-, la mejora de las comunicaciones o el desarrollo fuera de la capital de los campus de la Universidad de Oviedo son no solo una muestra de su compromiso con la ciudad y la región en la que vivía, sino un reflejo de su poderosa capacidad de análisis. Muchas de sus posturas tienen hoy plena vigencia, como por desgracia la tienen también algunas de sus reclamaciones, lastres que siguen ralentizando el desarrollo de Asturias después de tantos años, como la falta de una conexión ferroviaria que una El Musel con la meseta, una mayor independencia de los políticos asturianos en Madrid o la necesidad de proteger nuestra industria frente a la deslocalización, solo por citar algunas.
SU IDEARIO A través de los artículos de Carantoña, firmados con su nombre o con el seudónimo Till, se puede hacer un recorrido por las cuestiones que más le preocupaban
La libertad de prensa
Retroceder sería una equivocación: «Lo que importa (...) es consolidar la libertad de prensa sin precedentes de la que gozamos. En el caso de los políticos, la transparencia de sus vidas y de sus milagros está incluida en las ventajas e incomodidades del oficio».
La Constitución
El Congreso está subordinado a la Constitución: «El Congreso de los Diputados está subordinado a la Constitución, y carece de legitimación para cambiarla a su capricho según las conveniencias incidentales de cada partido», proclamaba en un texto de 1979.
El bien común
La coincidencia en la lucidez: «Aunque hay un acuerdo en reconocer el deterioro económico, industrial y comercial (...) sería añadir dificultades nuevas a las existentes un clima de tensión en el que los diversos sectores (...) apareciesen en situación contradictoria».
La geopolítica
No solo la crisis de los Balcanes es peligrosa: «Me pregunto si hay que temer el desencadenamiento de una guerra espectacular entre los aliados de la OTAN y los rusos (...). El entrecruzamiento de nacionalismos irracionales puede convertir en incontrolable el conflicto».
El medio ambiente
Sobre la supervivencia de los urogallos: «El respeto a la naturaleza, y la preocupación por mantenerla intacta, es el mejor indicio de la madurez civilizada, es decir, la más perfecta demostración de que cada uno de nosotros ha vencido al animal que lleva dentro», dijo en 1972.
La economía
Las singularidades de Asturias: «Asturias sigue poseyendo su singularidad, confluyen las desdichas sobrevenidas a toda la economía española con las que ya estaban presentes en nuestro territorio. (...) No tenerlas en cuenta sería insincero o dramáticamente aquiescente».
Los extremismos
Una democracia descompensada: «El extremismo irracional siempre es un peligro potencial, pero hay ocasiones en que la descompensación del sistema le crea un siniestro nicho o refugio donde se alberga y se mantiene», advertía en un artículo de 1988.
La clase política
Un índice que podría inventarse: «Se trata del índice de gobiernos por metro cuadrado. (...) En Europa occidental es extraordinariamente alto».
Quien manda está en Madrid: «(...) Los intereses de partido en términos nacionales están por encima de los autonómicos».
Como siguen vigentes sus alertas sobre los extremismos en política, su condena sin paliativos del terrorismo -le tocó lidiar con los años duros de ETA y con los atentados del GRAPO-, su defensa del medio natural -muchos de sus artículos son, en sí mismos, un canto a la naturaleza y el paisaje de Asturias y de su Galicia natal- y su aguerrida defensa de las libertades, sobre todo de la libertad de prensa, en momentos como el de la dictadura, en el que publicarlas tenía su riesgo. Con un riquísimo vocabulario y una prosa atinada y certera en la que en ocasiones los mensajes más duros se escribían entre líneas, Carantoña se asomaba un día sí y otro también a la ventana del diario EL COMERCIO para denunciar situaciones que resultasen discriminatorias para los asturianos y los gijoneses, de quienes se alzó en convencido defensor. Desde los puestos de trabajo del naval o la siderurgia a las infraestructuras y comunicaciones que, reclamaba, «deberían vertebrar Asturias de este a oeste, con especial atención al suroccidente», dejó escrito mucho antes de que la Autovía del Cantábrico fuese ni tan siquiera una idea sobre el papel. De la falta de peso político de la región -«quien manda está en Madrid, aquí tan solo votamos»-, que seguramente aplicaría hoy al ver que el proyecto de la Agencia de Inteligencia Artifical al que optaba Gijón se queda tan solo en un sueño. Su cerrada defensa de la Constitución votada por todos los españoles, que defendía incluso cuando, en ocasiones, daba pie a la toma de decisiones que podrían ser contrarias a sus ideas. «El Congreso de los Diputados está subordinado a la Constitución, y carece de legitimación para cambiarla a su capricho, según las conveniencias incidentales de cada partido», dejó escrito en uno de sus artículos.
Gran conocedor de la realidad internacional, sus advertencias sobre el tablero geopolítico siguen también vigentes: «Mientras escribo, me pregunto si hay que temer el desencadenamiento de una guerra espectacular entre los aliados de la OTAN y los rusos», advertía durante la guerra de los Balcanes, en 1994. La guerra de Ucrania vuelve a traernos esos ecos de contiendas pasadas que, igual ayer que hoy, apuntaba, hacen que quienes apuestan por la guerra pongan sus intereses «por encima de cualquier consideración humanitaria». Porque Carantoña anteponía los intereses de los demás a los suyos propios, los de los débiles a los de los prepotentes, siempre con la libertad por bandera. «Lo que importa (...) es consolidar la libertad de prensa sin precedentes de la que gozamos», escribía en 1990. «En el caso de los políticos, la transparencia de sus vidas y de sus milagros está incluida en las ventajas e incomodidades del oficio. En fin, todo lo que se haga debería excluir por principio la utilización del secuestro como instrumento. Suena tan siniestramente esa palabra que ni pronunciarla es grato», añadía. Porque sabía que entonces, como hoy, una prensa libre y una ciudadanía informada son garantía para la buena salud de la democracia.
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