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Retrato que Pelayo Ortega hizo de Francisco Carantoña Dubert.
Un cuarto de siglo

Un cuarto de siglo

El próximo 8 de diciembre, día de la Inmaculada, se cumplirán 25 años de la muerte de Francisco Carantoña Dubert. Además de amante del arte -a él se debe en buena medida el apoyo constante a las actividades culturales por parte de este periódico-, erudito jovellanista, escritor firmante de interesantes novelas y deliciosos relatos de viajes, Carantoña fue, sobre todo, periodista. Un cronista, agudo observador de la actualidad desde Gijón hacia el mundo. Y lo fue durante los 41 años, de 1954 a 1995, en que ejerció la dirección del diario EL COMERCIO. Para recordarle, su hijo Francisco Carantoña Álvarez escribe estas palabras.

FRANCISCO CARANTOÑA ÁLVAREZ

Domingo, 4 de diciembre 2022, 01:33

El caso es que ha transcurrido un cuarto de siglo desde entonces, aunque a veces me da la impresión de que el suceso ocurrió ayer. La memoria baraja los recuerdos y coloca, a lo mejor, en la lejanía los hechos recientes, al tiempo que sitúa en el ahora mismo las cosas que sucedieron en un pasado remoto». Como tantas veces a lo largo de mi vida, recurro a la ayuda de mi padre para afrontar la invitación que me hizo EL COMERCIO de colaborar en la conmemoración del veinticinco aniversario de su fallecimiento. No podía negarme, pero no me resulta fácil y no solo porque la memoria baraje y confunda los recuerdos. Aunque sepa que la objetividad tiene mucho de quimera, es inevitable que el afecto aleje de ella lo que pueda decir en este artículo.

La traición de la memoria puede vencerse en parte con la relectura de las tres antologías de artículos de Till que han sido publicadas y de los libritos en los que él mismo recogió los que trataban sobre dos de sus viajes a Galicia como singular peregrino. 'La vida y sus vueltas', editada por ALSA en 1984 y prologada por Faustino F. Álvarez, permite una relectura atemporal, muchos textos carecen de fecha, y abierta a la sorpresa por su carencia de orden perceptible. Muy distinto es 'El último año de Till', la hermosa recopilación que mi hermana Elena realizó en 1998, con un cariñoso prólogo de Carlos Luis Álvarez, 'Cándido', e ilustraciones de Pelayo Ortega. Limitada en el tiempo y con un buen índice que orienta al lector. Tengo especial apego a la tercera, 'Gijón de perfil', publicada por VTP en 1999. Es la que ofrece la posibilidad de conocer al Carantoña más joven, que todavía no había llegado a la cuarentena, y a un Gijón más remoto. Los primeros artículos, de 1964, son incluso anteriores a la 'Memorias del peregrino Till', de 1965. Me emocionan siempre que las releo las palabras con que cierran este libro quienes fueron sus compañeros de redacción y, a la vez, subordinados. El recuerdo de su despedida entre aplausos cuando se jubiló como director, el afecto hacia un jefe que los que lo conocimos sabemos que no siempre debía ser cómodo, pero que se lo ganó con su integridad, su profesionalidad, su bonhomía y su brillante forma de escribir.

Aunque tanto Asturias como Gijón tienen una población bastante envejecida, es probable que la mayoría de los actuales lectores de EL COMERCIO desconozca sus artículos, seguro que quienes le eran fieles antes de 1997 los recuerdan ya de forma vaga, por eso me atrevo a recomendarles que los busquen en esos libros.

A pesar de las hemerotecas, reservadas a los investigadores o a algunos pocos curiosos, la labor del periodista podría definirse como efímera, destinada a tener un impacto tan fuerte como breve. Hay en ello mucho de injusticia. Hace dos años publicó Miguel González Somovilla una cuidada selección de artículos de Álvaro Cunqueiro, que incluye en el epílogo un artículo de mi padre. La cito porque, aunque haya una indudable conexión en el estilo de los dos periodistas gallegos, disfruté con sus artículos sin que mediase el cariño filial. Es injusto que esas pequeñas obras literarias, pequeñas solo por breves, sean condenadas al olvido.

Suerte distinta corrieron los artículos más políticos que firmaba en primera página como F. Carantoña. Entre ellos estaban los más reivindicativos sobre las inversiones necesarias para Asturias, pero es probable que otros hayan envejecido más, es inevitable que muchos personajes y situaciones resulten hoy completamente desconocidos. Sorteaba escribiendo sobre Francia las dificultades que existían para comentar con libertad la política española. ¿Quién recuerda a Jean-Jacques Servan Schreiber, 'Kennedillon'? Yo lo hago como ya añoso lector francófilo de Carantoña Dubert, pero ni siquiera hablo de él en clase, en las breves referencias a la historia de Francia en el siglo XX que me permite el racionamiento de contenidos boloñés.

No era fácil el periodismo político en la dictadura. Voy a saltar atrás otro cuarto de siglo, de 1997 a 1972. Un café cercano a la plaza de Vigo, en Coruña, la mesa llena de periódicos, que yo leía según los dejaba mi padre. 'La Voz de Galicia' y 'El Ideal Gallego', todos los de Madrid y 'Le Monde'. Su afición a este último se convirtió en legendaria, incluso en inquietante para la policía política. Mi padre contaba que le había aconsejado su lectura, para tener una buena información internacional, Manuel Blanco Tobío en su época de estudiante de periodismo, después le gustaba seguir las crónicas de España que firmaba José Antonio Novais, compañero y amigo de los años de la Escuela Oficial de Periodismo.

Cerca del mediodía, con la montaña de periódicos doblada bajo el brazo, fuimos caminando hasta Cuatro Caminos, a la sede de 'La Voz de Galicia', una visita frecuente cuando íbamos a Coruña a ver a mi abuela y mis tías. Dirigía entonces el periódico gallego Francisco Pillado Rivadulla, creo que también compañero de la Escuela, aunque era mayor que mi padre. Si recuerdo especialmente ese día fue por el apasionado relato que nos hizo de la sangrienta represión a tiros de una manifestación de trabajadores en Ferrol, en la que fueron asesinados dos trabajadores y decenas heridos de bala. Había sucedido el 10 de marzo, no sé la fecha de nuestro viaje a Coruña, pero debió ser bastante próxima. Dos periodistas hablando de lo que solo podían contar con la versión oficial. No era fácil ejercer entonces la profesión, Pillado no se libró de multas, mi padre de reprimendas, aunque logró sortear las sanciones. Yo tenía entonces 14 años, aquella conversación sirvió para que afirmase mis incipientes convicciones políticas.

Mi padre era un hombre de ideas conservadoras, pero le disgustaba profundamente la falta de libertad para informar y opinar. Contaba cómo había logrado publicar que en 1962 había huelga en las minas, en la dictadura había sucesos que ni siquiera se podían mencionar, o el desalojo de los jubilados encerrados en la iglesia de San José en 1971. En 1979, comentaba en un artículo un desafortunado cambio de nombres de calles en Avilés, que había denunciado Manuel Avello, y lo comparaba con alguno que se había producido durante la dictadura, al final incluía esta nota: «La situación actual se diferencia de anterior en un detalle: aunque se critique el cambio de una denominación viaria, no se juega uno la cabellera, en el sentido literal del término. Conviene que conste este matiz, que no es irrelevante».

No era maledicente, le costaba hablar mal incluso de quien le había hecho daño, y tampoco dado a la desmesura. Ahora se ha puesto de moda la hipérbole, pero no es algo nuevo. En noviembre de 1982, al poco tiempo de la victoria electoral del PSOE, Ricardo de la Cierva había comparado en 'Ya' a Leopoldo Calvo Sotelo con Kerenski, lo que provocó este comentario de Till: «Mas que equivocarse con su homologación, lo que hace don Ricardo es distorsionar la realidad. Debería empezar probando que don Felipe González es Lenin, trabajo difícil que solo podría ser cubierto haciendo juegos malabares con los conceptos y con la realidad. Si don Felipe no es la contrafigura de Lenin, malamente podría ser don Leopoldo un calco devaluado de Kerenski, digo yo. [...] Yo no creo que sea sano evocar situaciones lejanas y revolucionarias en estos momentos. Estamos en una situación política en la que el juego parlamentario es fundamental. Que en el Parlamento hayan logrado una holgadísima mayoría los socialistas es un hecho, y hay que aceptarlo sin reservas». Incluso algunos comentarios políticos parecen intemporales.

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