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Se cuenta que el mismísimo Ignacio Zuloaga, al que conoció en París, le recomendó «no dibujar tan bien». Y dicho esto no es estraño que ... el diario argentino 'La Nación', para el que Alejandro Sirio dibujó durante 28 años, lo definiera como «prodigioso poeta y orfebre de la imagen» cuando el Museo Nacional de Bellas Artes de Argentina decidió, hace ahora 17 años, dedicarle una exposición. Dibujante, pintor e ilustrador nacido en 1890 en Oviedo y fallecido en Buenos Aires en 1953, salía en ese momento de un cierto ostracismo que se denuncia incluso en la biografía que firma Lorenzo Amengual y que lleva por título 'El ilustrador olvidado'. En esa obra se da cuenta de una prolífica y absolutamente brillante carrera que le llevó a publicar más de 35.000 ilustraciones e incluso a crear unos murales para el metro de Buenos Aires.
Pese a que su tierra nunca le olvidó del todo, y de hecho el Museo de Bellas Artes de Asturias le recordó con exposición y catálogo en el centenario de su nacimiento, en cierto modo la distancia de un océano ha hecho que su talento no haya estado seguramente suficientemente presente. Se subsana ahora en cierto modo ese error. Y lo hace el Museo Casa Natal de Jovellanos de Gijón, que lleva años trabajando para conformar una gran colección de las artes gráficas y la ilustración en Asturias, lo que le ha llevado a adquirir 16 obras originales de este creador que en realidad se llamaba Nicanor Álvarez Díaz, pero que ya en Oviedo, antes de cruzar el charco con solo veinte años, había elegido el pseudónimo que le acompañó durante toda su trayectoria artística.
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De la mano del historiador y crítico de arte Francisco Crabiffosse se llevó a cabo el proyecto expositivo y editorial 'Líneas al vuelo. Ilustración y diseño gráfico en Asturias, 1879-1937', que sirvió para mostrar en profundidad a autores relevantes de los núcleos creativos de Oviedo, Gijón y Avilés, pero no se olvidaron de los que tuvieron proyección en América, como es el caso de Germán Horario –de quien precisamente recientemente el Muséu del Pueblu d'Asturies recibió una donación de media docena de carteles– y Alejandro Sirio. Como quiera que el trabajo de búsqueda para recuperar materiales significativos no se detiene, se ha hecho el museo gijonés para los fondos públicos con quince dibujos a tinta china y un gouache sobre papel. «Incluyen una representación de los diferentes tipos de lenguaje gráfico que Sirio desarrolla en función del carácter de sus colaboraciones», apuntan desde el museo. Hay, pues, desde dibujos que acompañan a textos de corte satírico y humorístico a los que implican un diseño gráfico que se define acorde con un «tardío modernismo o simbolismo de raíz centroeuropea». Otros, en cambio, recrean escenas con tipos y costumbres bonaerense y se añaden también ejemplos de composiciones expresionistas de encuadre cinematográfico. «La selección incluye también una amplia representación de sus diferentes recursos técnicos: dibujos de resolución lineal, modelados por claroscuro o por entrecruzamiento, hasta el empleo de la línea caligráfica para el modelado de representaciones fuertemente contrastradas», señalan desde el museo.
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Esa visión tan técnica de su obra se completa con la que el diario en el que trabajó hasta el día antes de su muerte daba de quien se dejó influir por el arte japonés, las ilustraciones de Gustave Doré, del británico Aubrey Beardsley y la impronta del art nouveau: «Transformó el lenguaje periodístico y literario en hipnóticos íconos gráficos a partir de sus dibujos y viñetas».
Comenzó Alejandro Sirio a trabajar en Asturias siendo todavía un chaval en la revista quincenal 'Luz y vida'. Ya en Argentina llevó su lápiz a publicaciones como 'Caras y caretas', 'El hogar' o 'Plus ultra'. Ese trazo dinámico capaz de dar profundidad psicológica a todos sus personajes le llevó a convertirse también en un destacadísimo ilustrador de libros. Uno de los más conocidos, 'La gloria de Don Ramiro (Una vida en tiempos de Felipe II)' de Enrique Larreta , publicado en 1929 y para el que realizó 141 ilustraciones. Aquel asturiano que trabajó nada más llegar a Buenos Aires como dependiente de zapatero, ayudante contable y cajero de comercios se había convertido en un destacado creador que llegó a instalarse en París, donde se codeó con Picasso y Foujita. Se animó incluso a escribir su propio libro, 'De Palermo a Montparnasse', en el que a través de 3.000 dibujos cuenta sus días parisinos.
Pero, en los tiempos que le tocó vivir, quizá esa brillantez artística no tuvo el eco que debía. Así lo resumía su biógrafo, Lorenzo Amengual, en un artículo en 'Página 12': «La extraordinaria obra gráfica de Alejandro Sirio fue producida en un contexto –la primera mitad del siglo XX– en el que el ilustrador no era considerado un artista, sino que era valorado como un artesano casi anónimo (...). Hoy, una mirada más penetrante y comprensiva del fenómeno –y de la populosa obra resultante: miles de dibujos– nos dan cuenta de la presencia de un artista cabal».
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