El presidente de la Academia de la Llingua presume de pertenecer a la Asturias rural y da ejemplo: «Sé segar a gadañu y cabruñar» | Xosé Antón González Riaño se refugia en su pueblo somedano: «Allí soy libre»
Tenga mucho cuidado porque, si habla con el presidente de la Academia de la Llingua Asturiana el tiempo suficiente, Xosé Antón González Riaño será capaz de decirle si es usted «llugón» o «pésicu», dos de las ramas de la tribu de los ástures que, según este pedagogo y sociolingüista, son aún fácilmente reconocibles en la Asturias de nuestros días y, además, «tienen cosmovisiones claramente diferenciadas».
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«Los llugones, que se corresponden con la zona central de Asturies, son más echados pa' lante, glayen más. Son enchipaos, abiertos, más charranes...», defiende González Riaño, que, en contraposición, describe a los pésicos -que ocuparon la zona entre el Nalón y el Navia, lo que hoy llamamos el centro-occidente de la región, que también incluye a los de Cuideiru, Valdes, Pravia o Salas- como «callados, prudentes, desconfiados y, en ocasiones, más zorramplios».
Él tampoco se escapa de esta clasificación que da lugar a continuas bromas en el seno de la Academia: «Yo soy inequívocamente pésicu». Y eso tiene mucho que ver con sus orígenes, porque el máximo responsable del órgano que se encarga de velar por la el estudio, la promoción y la defensa del asturiano presume de, al menos, ocho apellidos somedanos por más lo nacieran en Viella (Siero).
«Los mios cuatro güelos y los güelos de los mios güelos yeren somedanos y, aunque mis padres me tuvieran en Viella un 6 de enero de 1956, pasé allí largas temporadas, además de los veranos, y aprendí el asturiano-occidental con mio güela Rosalía, la de Pigüeces, que lo hablaba muy guapo», recuerda.
Y, como hombre de raíces que es, Xosé Antón González Riaño se pasa de lunes a viernes impartiendo clases en la Facultad de Formación del Profesorado y Educación «deseando que llegue el fin de semana» para subirse en el coche y poner rumbo a su casa somedana de Robléu, con unos quince habitantes «de quieto»: «Ye el mio universu paralelu, donde soy feliz y libre y donde recupero los sentimientos de la infancia y el plasmu por la naturaleza, la tradición de semar, de recoyer y ver pasar los díes... Donde voy a la braña y puedo divisar los osos desde la galería». El pueblo de su padre, «que siempre tuvo vaques y que, además de acabar trabajando en una empresa de material refractario, también yera madreñeru».
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Por eso, lo suyo con el calzado autóctono no es 'postureo': «Nun m'alcuerdo sin madreñes. Siempre les llevé». Y, por eso, nada más que pisa tierras somedanas, su «sitiu natural», se las calza para «ir a dialogar con los topos», que se lo dejan «too afuracao».
«Intento convencelos de que el mio pradín nun ye el meyor lugar para ellos. Que tienen todo el Parque Natural de Somiedu», bromea antes de entrar en materia agrícola. «De neñu y de mozu siempre fui a la yerba y a llindiar vaques. Sé segar a gadañu y cabruñar», presume este hombre que se resiste «a que desaparezca la Asturies rural, la Asturias fonda y sus tradiciones», una de las grandes amenazas que enfrenta la región: «El desdexamientu de les ales y la idea de la ciudad ástur, una idea tecnocrática que, mal llevada, podría suponer la desapaición de la esencia de Asturies». Y, en segundo lugar, pero no menos importante, «la crisis demográfica y la emigración de la mocedá más preparada, que ye dramática».
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Y él mismo se pone como ejemplo: «Si tuviere una buena conexión a internet, en vez de pasar tres díes a la semana en Somiedu, munches veces pasaría cuatro o cinco».
Lo que no le inquieta es el futuro del asturiano: «El proceso de recuperación llingüística ye irreversible gracies al trabayu que se fizo en los últimos cuarenta años». Así que, «aunque Barbón y Piñán sean claramente llugones», confía en que, «siendo todos ástures, dentro de la tribu resulte muy fácil llegar a pactos».
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