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R. MUÑIZ
GIJÓN.
Lunes, 9 de enero 2023, 14:35
En 'El francotirador paciente' Arturo Pérez Reverte retrata desde dentro el mundo de los grafiteros, un ambiente que definió como «marginal, vandálico», próximo al «terrorismo urbano» y donde prima el riesgo y la competición contra la normativa y otros grafiteros. «Si ... es legal, no es grafiti», sería como máxima. El fenómeno da para la literatura, pero también ocasiona gastos, molestias y situaciones de inseguridad desde el punto de vista de Renfe.
La compañía registró 201 actos vandálicos relacionados con los grafitis en Asturias en el último año del que tiene registros cerrados (2021). Limpiar los desperfectos de los trenes de viajeros, mercancías y estaciones le ocasionó una factura ese curso de 551.152 euros, según detalla. Supone un sobreesfuerzo de 1.510 euros al día para una compañía necesitada de inversiones y modernización.
En el ejercicio previo, el 2020, con más restricciones a la movilidad y menos trenes circulando, las instalaciones de la compañía se vieron menos atacadas, computando 168 acciones. Un curso normal, como el de 2017, anotó 209 intervenciones de los grafiteros. Es decir, el fenómeno es bastante estable; quitando los momentos del covid los trenes y estaciones son blanco de unas 200 firmas de quienes se sienten artistas urbanos.
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Fuentes de Renfe sí detectan una peligrosa evolución: «Los grafiteros son cada vez más agresivos, en ocasiones apedrean y lesionan a los vigilantes de seguridad, policías o empleados de Renfe que los sorprenden». En la compañía recuerdan que se han dado casos en los que «apedrean los trenes con viajeros e incluso a los maquinistas, cuando se bajan de la cabina para desactivar el accionamiento de alarma y desbloquear las puertas».
Hay vándalos que aprovechan la noche y la escasa vigilancia en las estaciones para actuar. Los más peligrosos, a ojos de la compañía, son los que asaltan la circulación ferroviaria de día. «Cuando los grafiteros accionan el aparato de alarma de forma injustificada, se produce la parada de emergencia, el tren se detiene de forma brusca y se puedan producir caídas», describe. «Al accionar el aparato de alarma, los grafiteros abren las puertas y saltan a las vías para pintar el tren. Esto es un riesgo también para ellos, ya que por otras vías circulan más trenes y pueden ser arrollados», añade.
Las consecuencias, además de esas situaciones de peligro y la factura posterior, las sufren el resto de viajeros, según lamenta la compañía: «La parada brusca de ese tren no solo afecta al tren detenido, sino a todos los que se encuentran en circulación en la vía, que deben esperar a que el tren reanude la circulación. Para que el tren reanude la marcha, el maquinista debe 'rearmar' el tren (en argot ferroviario), labor que se prolonga hasta 20 minutos».
Los trenes estropeados con la pintura pasan además un tiempo fuera de servicio. Si las marcas son de escasa enjundia, se las puede limpiar en unas ocho horas; las de mayor tamaño dejan fuera de juego el convoy «hasta siete días al afectar a la pintura y la chapa del tren». Un problema más en una región necesitada de refuerzos en su flota.
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