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Alas 15.15 horas del 13 de noviembre de 2002, el 'Prestige', un petrolero monocasco con bandera de Bahamas, lanza un SOS a 28 millas (50 kilómetros) de Finisterre. Era el preludio de una pesadilla con forma de marea negra alimentada por incontables errores y mentiras que, para el 4 de diciembre, ya llegaba a las puertas de las Rías Baixas, alcanza las islas Cíes y se extendía por Asturias y Cantabria mientras miles de personas marchaban en las calles convocadas por la plataforma Nunca Máis y cientos de marineros se afanaban en luchar contra el galipote desde sus embarcaciones. Una catástrofe sin precedentes que emponzoñó las costas de Galicia, gran parte del Cantábrico e incluso algunas zonas del litoral francés.
Al final, unas 63.000 toneladas de aquella pasta negra se vertieron al mar en el peor desastre ambiental de estas características en España, con el chapapote que se pegaba a las rocas, a las playas, al lecho marino, a la fauna... y también a los guantes y a los monos de los miles de voluntarios que acudieron en masa para ayudar como podían en las tareas de limpieza. Mujeres y hombres que, en una respuesta también sin precedentes de la sociedad civil, se organizaron en aquellos días de «impotencia y dolor», como los recuerda Luis Laria, presidente de la Coordinadora para el Estudio de las Especies Marinas.
«Fue todo calamitoso», resume Laria, al frente en aquellos momentos del Centro de Recuperación del Cepesma en Luarca, donde llegaron a congregarse 37 voluntarios venidos desde comunidades como el País Vasco cuando, a pesar de la desinformación imperante, se vio la magnitud del vertido y donde, «ya antes de que el galipote alcanzase la costa asturiana, empezaron a aparecer aves cubiertas de petróleo».
«Llegamos a recoger hasta 250 en un día. Algunas llegaban muerta y otras venían muy mal, con hipotermia, porque el frío multiplicaba la acción del fueloil sobre el plumaje. Venían cajas enteras con alcatraces, frailecillos, araos comunes... La situación era dantesca. La gente se sentaba en cualquier rincón a llorar», cuenta sobre unas jornadas extenuantes de las que -piensa- no hemos aprendido casi nada.
«Aquello fue dramático, pero, veinte años después, nos hemos vuelto a olvidar de los graves problemas que tiene el mar, al que hemos convertido en una gran cloaca, con emisarios urbanos que vierten al Cantábrico nuestras aguas residuales, ríos llenos de sustancias químicas y microplásticos que todos comemos», denuncia este ecologista para quien «la situación es insostenible y el 'Prestige' lo tenemos delante todos los días sin que los políticos ni la sociedad demuestren ninguna sensibilidad ni se tomen medidas».
Una conciencia ecologista que, poco a poco, sí fue viendo calar hace dos décadas entre sus vecinos Miro Pérez Cotarelo, albañil jubilado que por aquel entonces era coordinador de Protección Civil en Valdés, donde «la gente se volcó en las tareas de limpieza, demostrando muchísima empatía». Un hombre que, en treinta años en Protección Civil, ha vivido muchas cosas, «pero ninguna como aquella».
«Nos reuníamos todos los días en el Ayuntamiento y decidíamos qué zonas íbamos a limpiar», rememora hoy Miro, que coincide con su colega Luis Manuel Martínez, jefe de Protección Civil de Navia, en que «fue un trabajo muy duro, porque veías que nunca se terminaba: cada marea te traía más chapapote. Una hecatombe que no nos podíamos ni imaginar cuando empezamos a entender lo que se nos venía encima por la televisión». Aquellas «galletas» que impregnaban trajes blancos y aparejos de pesca y cuyo olor no olvida el presidente del Club de Buceo 'Delfín' de Candás, Marcelino Ramos Cuervo. Manchas que retiró durante semanas de las playas de Carreño, uno de los concejos más afectados por el desastre, poniéndose en marcha junto con otros clubes de actividades subacuáticas.
Mano a mano con el Gobierno local, Ramos Cuervo coordinó a los buceadores que realizaron inmersiones que demostraron que «la galipota también había llegado al fondo» y tampoco olvida a los responsables políticos que «hicieron que todo se agravase todavía más, porque desde el primer momento sabían de sobra lo que había, pero callaron, y no tuvieron lo que hay que tener para llevar el barco a puerto, sacrificando de paso todo el Cantábrico».
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Una opinión que comparte, sin temor a equivocarse, Jorge Álvarez Medina, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores 'Virgen de la Soledad', de Gijón: «Fue todo una chapuza. Desde los famosos 'hilitos de plastilina' de los que habló Rajoy hasta que se sacó el barco a alta mar pensando que el galipote se iba a solidificar, algo que no pasó nunca. Vergonzoso. Se demostró que los políticos no tienen ni idea».
Como también tiene clarísimo este gijonés que sufrió la incertidumbre de «no saber hasta dónde iba a llegar la cosa» y de no poder salir a faenar que, «por mucho que hoy en día haya más controles, todos sabemos que, muchas veces, las leyes se hacen para luego incumplirlas».
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gonzalo de las heras Isabel Toledo
«Los pilló a todos sin saber lo que se traían entre manos», concuerda Manuel Buenaga, patrón mayor de la Cofradía 'Virgen de Guía', de Ribadesella, que alerta de que «algo parecido puede volver a pasar», porque, «por muchas medidas que se tomen, nadie se libra de cometer un fallo o de una mala mar y hay cada armatoste de trescientos y pico metros navegando por ahí que imagínate lo que pueden llevar».
Luis Laria ofrece un último dato nada tranquilizador: «Cada día, entre 350 y 400 barcos navegan por aguas españolas, y el Cantábrico y el Atlántico son complejos e imprevisibles».
El 'Prestige', con bandera de Bahamas, emite una llamada de socorro. Permanece escorado entre 25 y 45 grados a estribor a 28 millas (unos 50 km) al oeste del cabo Finisterre.
A lo largo de la tarde, dos helicópteros rescatan a 24 de los 27 tripulantes.
Por la mañana, la mancha de fuel supera las cinco millas de longitud. El petrolero logra corregir su escora y arrancar sus máquinas. Con la ayuda de remolcadores se aleja del litoral rumbo norte.
El fuel cada vez se acerca más a la costa. Aparece una mancha a 11 millas de cabo Touriñán y otra a 18 del cabo Finisterre. A mitad de la tarde es evacuada la tripulación que quedaba.
El fuel alcanza parte de la Costa da Morte. A lo largo del día, 37 kilómetros de litoral se ven afectadas, en concreto, las playas de Trece, Camelle, Santa Mariña, El Roncudo y Nemiña.
El 'Prestige' se encuentra a unas 70 millas de la costa y sigue alejándose. Por la noche provoca una nueva mancha de 3 millas de largo, mientras que la marea negra afecta ya a la ría de Noia y amenaza a la de Arousa.
Está ya a 94,5 millas del cabo de Finisterre. A esa altura, barcos de guerra portugueses vigilan para que no acabe en sus aguas.
El 'Prestige' se parte en dos y se hunde a 260 kilómetros de las islas Cíes, generando una nueva mancha de 5.000 toneladas de fuel.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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